El Correo-LUIS HARANBURU ALTUNA 

Ha transcurrido algo más de un año desde que Pedro Sánchez accediera a la Moncloa y aunque ganó las elecciones de abril, se ve incapacitado para formar un gobierno de mayoría estable y capaz de aprobar unos presupuestos. España necesita con urgencia algunas reformas, tanto puntuales como estructurales, pero carece de un gobierno capaz de afrontarlas. Pedro Sánchez está bloqueado y estudia la posibilidad de convocar nuevas elecciones. Unas elecciones inciertas por cuanto que el desengaño con la clase política, podría producir la abstención masiva de un electorado harto y estresado.
Durante este último año, ha tomado cuerpo la palabra ‘sanchismo’ tratando de nombrar la peculiar manera de abordar y de estar en el poder del actual presidente en funciones. El del ‘sanchismo’ es todavía un término impreciso, pero que ya expresa un cierto grado de condensación dadas las peculiares maneras de gobernar de Pedro Sánchez. Me atreveré a indicar tres características que a mi modesto entender definen la manera de considerar el poder por parte del ‘sanchismo’. La sed de poder como supremo objetivo es su principal característica, destaca en segundo lugar el importante grado de identitario que configuran sus políticas y, en tercer lugar, llama la atención el sectarismo con el que se conduce.

Se ha destacado el papel que su jefe de gabinete y asesor, Iván Redondo, ha tenido en el logro de poder por parte de Sánchez. El tandem Redondo-Sánchez ha demostrado tener una eficacia política más allá de toda duda. Remontar la caída en desgracia de Sánchez tras quedar desautorizado por su propio partido y la ulterior reconquista de la Secretaría General del PSOE fue el preámbulo de la ulterior operación que condujo a Sánchez a la Moncloa. Antes de convertirse en el asesor de Pedro Sánchez, Iván Redondo fue asesor de un importante político del PP a quien ayudó a alcanzar el poder. No es que el Sr. Redondo sea un oportunista o un tránsfuga sino que tan solo trata de ser un buen profesional. El profesional de la política, antepone a cualquier otra consideración el logro del poder. Redondo ha demostrado ser el mejor. Es bueno porque sabe ir al grano dejándose de disquisiciones ideológicas, éticas o morales. Es un discípulo aventajado de Nicola Maquiavelo.

De la mano de Redondo, Pedro Sánchez ha comprendido la primacía del poder sobre la contingencia

de las ideologías. Podría decirse que lo estratégico del ‘sanchismo’ es el logro y la duración del poder, subordinando a ello la ideología y el interés general.

La ideología de la socialdemocracia se ha convertido en algo impreciso y mutante debido al éxito obtenido en la segunda parte del siglo XX. Cabe morir de éxito y la socialdemocracia lo obtuvo. Con la caída del muro de Berlín el marxismo quedó definitivamente amortizado como ideología y en su lugar ganaron terreno las demandas de la ecología, el feminismo, la multiculturalidad, el antiautoritarismo o el pacifismo que el socialismo convirtió en banderas de conveniencia. Estas demandas han llegado a sustituir el viejo armazón ideológico del socialismo. Al no caber alternativa económica al capitalismo triunfante, el socialismo se vio obligado a buscar causas alternativas que le identificaran como una ideología de progreso.

En este sentido, basta recordar la autodefinición del Gobierno de Sánchez como Gobierno feminista, ecológico y europeísta para darse cuenta del carácter vicario de todas estas fórmulas sustitutivas de una ideología ‘fuerte’, cohesionada y autónoma. Lo importante para lograr el poder y mantenerse en él es disponer de una identidad férrea lograda por acumulación de banderas, más que por una decantación de ideas. En el caso del ‘sanchismo’ el personaje de Franco y la circunstancia de la Guerra Civil han actuado como el cemento que compacta la identidad del ‘sanchismo’. Es una evidencia que no existe identidad sin alteridad y el ‘sanchismo’ ha construido un artefacto ficticio (las tres derechas) que ha ayudado a polarizar España en dos bloques antagónicos. A mayor gloria del ‘sanchismo’. El problema es que el antagonismo de bloques no se puede lograr sin grandes dosis de sectarismo.

Sectarios lo son todos. Todo partido político se convierte, a la postre, en ‘secta’. Pero el ‘sanchismo’ ha tenido que cargar las tintas para configurar el escenario de los dos bloques antagónicos. La secta de los progresistas contra la secta posfranquista. Identificar a las tres derechas con los herederos directos o subrogados del franquismo es algo que no se realiza de manera impune. El ‘sanchismo’ se ha construido a base de sectarismo y exclusión. Rompió todos los puentes con sus adversarios convertidos en enemigos y ahora no puede aproximarse a ellos para acordar y pactar una política sensata y reformista.

El actual escenario político español, dominado por el bloqueo y la incapacidad de pactar es el fruto indeseado del ‘sanchismo’ que se ha vuelto contra su artífice. Sánchez es víctima del sanchismo que es un artefacto identitario y sectario, modelado para alcanzar el poder, pero incapaz de garantizar la gobernabilidad sin la mayoría absoluta. Una mayoría imposible en una sociedad artificial e interesadamente dislocada. El ‘sanchismo’ recoge los frutos de su impulso disgregador.