SANTIAGO GONZÁLEZ-EL MUNDO

Albert Rivera se puso a coquetear con la abstención y sus condiciones justo cuando el Rey se hallaba en pleno trajín de las consultas. Para que se hagan una idea, su augusto padre hizo diez rondas de conversaciones en sus 39 años de reinado. Felipe VI lleva un lustro en la Jefatura del Estado y con esta lleva realizadas siete. Eso sin contar con que ahora son muchas más entrevistas. Unidas Podemos tiene cinco portavoces y a todos ha tenido que recibirlos el Rey.

El caso es que Rivera tuvo conocimiento de la encuesta DYM encargada por El Independiente que situaba a Cs en una horquilla de entre 35 y 40 diputados frente a los 57 que tiene ahora y de la misma convocó una rueda de prensa para decir que esa misma tarde iba a mantener una reunión con Pablo Casado para proponerle un pacto de Estado y ofrecerle la abstención a Pedro Sánchez con tres condiciones: romper con Bildu y devolver Navarra al constitucionalismo, una mesa para estudiar el 155 para Cataluña y que desista de subir los impuestos a la clase media española. Albert Rivera no usa el mismo diccionario que el doctor Sánchez. Nadie lo hace y nadie tiene tanta cara dura porque el presidente en disfunciones, carita de corindón, dijo que esas tres condiciones ya estaban cumplidas. Se lo ha dicho en canutazo y por carta, lo que no le ha sentado nada bien al joven Rivera, que calificó de «tomadura de pelo» la respuesta. En realidad ya era una tomadura de pelo la pregunta.

¿Por qué mete al PP en una propuesta que debería ir dirigida al candidato socialista? Muy probablemente porque la prioridad política absoluta de Rivera no es tanto asaltar La Moncloa como ser el jefe de la oposición. También están las formas. No parece razonable que el destinatario de su propuesta, el presidente del PP, se entere de la misma al tiempo que los medios de comunicación, mediante la rueda de prensa que convocó ayer por la mañana, en la que dice que se va a reunir con Casado por la tarde y los términos de la propuesta que ambos van a acordar para el presidente disfuncional. (Qué gran hallazgo, Marlaska)

Rivera ha sido el campeón del no desde el 28-A. Libró con mucho empeño una batalla interna contra algunos destacados dirigentes de su partido que se manifestaron partidarios de negociar su abstención con algunas condiciones. Llenó la Ejecutiva de gente afín e invitó a los críticos a fundar otro partido si tanto les interesaba la investidura de Sánchez. ¿Qué opinarán a estas alturas Luis Garicano, Toni Roldán, Francisco de la Torre, Javier Nart, Francisco Igea y Fernando Maura? Por citar unos cuantos nombres, algunos de los cuales han causado baja en el partido.

Casado y Rivera se pasaron dos horas charlando y el presidente del PP le dio buenas palabras, pero no hizo ningún gesto significativo y se mantuvo en la posición de rechazo a la investidura del doctor Fraude. Lo más probable es que Rivera vuelva al no y Pablo Iglesias otorgue la abstención que había anunciado. No será suficiente, pero la veleta naranja ha hecho una jugada que prefigura la posición que tendrá después del 10 de noviembre. O no, pero no deberá encastillarse en el no. Ni llamar «vieja» a Ana Oramas, ese monumento al sentido común que resiste en el hemiciclo.