DAVID GISTAU-EL MUNDO
POR una parte, y con tal de cerrar por fin la Guerra Civil, podría concebirse declarar a Pedro Sánchez vencedor de la misma. Hasta los argumentos cinematográficos se beneficiarían de semejante liberación psicológica. Todos juntos, por fin, podríamos reconocernos los unos a los otros como europeos del siglo XXI, que no es mala condición. Podríamos incluso empezar a odiarnos por motivos nuevos, menos anacrónicos. Ya se nos ocurrirían, no cabe duda.
Si hace falta, a Pedro el Grande, traedor de libertades, protector contra el fascismo, hacedor de democracias fetén –presupuesto sin compromiso–, se le podría organizar una entrada en triunfo con corona cívica y la momia de Franco expuesta como dicen que las de Cleopatra y Marco Antonio iban en el Triunfo de Octavio –según otras fuentes, eran muñecos alegóricos–. Me imagino al jefe de plomeros de Moncloa subido a la cuadriga: «Pedro, recuerda que no eres mortal. Y que estás buenísimo».
Lo malo es que esto no bastaría porque, ganada la guerra, enseguida empezaría la desfranquización social que cierta izquierda aún cree pendiente, así como la impugnación de la Transición que comenzó con Zapatero y que Sánchez y Podemos riñen ahora para hacer la verdadera. Aún tardaríamos, por tanto, unos años más, dedicados a la ucronía, en acompasarnos con nuestro mundo y nuestra época.
Por otra parte, y más allá del provecho propagandístico que vaya a sacar Sánchez, resulta significativo que un mandato parlamentario, legitimado por el mismo tribunal que cuando juzga independentistas es un garante democrático, ponga levantisca a cierta derecha castiza que cae en la trampa de ser como Sánchez la quiere y la cuenta. Si con esa derecha ocurre lo mismo que con los peronistas según Borges –que no son malos ni buenos sino incorregibles–, al menos que no se arrogue la representación de una supuesta mitad machadiana de España que hoy se sentiría personalmente agraviada en su conjunto. Eso sería tanto como admitir que no existe en España una derecha dinásticamente disociada de Franco y de sus nostalgias. Es decir, sería tanto como confirmar que es cierta la reducción maniquea y africanista puesta en circulación por la izquierda contra la cual llevan protestando muchas personas que habitan en el siglo XXI sin pertenecer forzosamente al lado correcto de la historia, pero sin llevar por ello un escapulario del Sagrado Corazón en la solapa.