Tonia Etxarri-El Correo

Crece la presión sobre Casado para que negocie un gobierno constitucionalista

Los barones del PSOE están preocupados con la aventura que ha iniciado Pedro Sánchez para formar Gobierno. Los del PP presionan a Pablo Casado para que no mire el espectáculo desde la barrera. Veremos si estas presiones logran influir en sus respectivos líderes. Porque una semana después de las elecciones tenemos un pacto ‘in extremis’ entre el PSOE y Podemos. Con Pablo Iglesias de vicepresidente, si nada falla. Con el beneplácito del lehendakari Urkullu, la predisposición de EH Bildu y el mercadeo con los secesionistas de ERC. Los mismos que tienen a sus dirigentes en la cárcel condenados por sedición.

Sánchez quiso fagocitar a Podemos y ahora depende de Iglesias. Pero también pretendió engordar a la extrema derecha para frenar el ascenso del PP de Casado. Y, eso hay que reconocerlo, lo ha conseguido. Porque Vox, en el fondo, ha sido su producto electoral. La tercera fuerza por obra y gracia de la exhumación de Franco y la inoperancia ante el desafío secesionista catalán.

Sánchez e Iglesias están más lejos de la mayoría que en las elecciones de abril. Porque han perdido votos y escaños. Pero la conjura contra la extrema derecha les sigue sirviendo de coartada. Sánchez conoce su poder de imposición. Ante socios necesitados (los secesionistas que quieren romper con España saben que no van a tener mejor oportunidad, con un candidato que ya ha cambiado su diagnóstico sobre el problema de convivencia en Cataluña por el problema territorial) y ante sus propios compañeros de partido.

Los barones están preocupados. Pero desde que laminó a los críticos con su retorno después del comité federal que le hizo dimitir, el PSOE sensato ha dejado de existir. Sánchez ya ha optado. El mismo que nos inoculó el miedo a Unidas Podemos (el 95% de los españoles, él el primero, no podrían dormir con un Gobierno con la extrema izquierda) ahora vuelve a desdecirse. Fingió en campaña. Su viraje al centro fue impostado. Y ha vuelto a dar un giro copernicano. Pedro y Pablo han pactado las carteras. Cuando conozcamos los programas habrá oportunidad para los lamentos. De momento el PSOE empieza a enviar los primeros guiños a sus socios. Las promesas de campaña sobre la recuperación del delito de los referéndums independentistas se guardan el cajón. Y la ministra en funciones, Celaá, tan protectora de la enseñanza concertada, antes, se muestra intransigente, ahora.

¿Podemos es compatible con la Unión Europea?, se preguntan quienes recuerdan que Iglesias estrenó su escaño en Estrasburgo con un marcado discurso antieuropeísta y coincidiendo con los diputados de Le Pen en la votación contra el Tratado de Libre Comercio entre Canadá y la UE.

Se está explotando tanto el miedo a la ultra derecha que hasta el lehendakari Urkullu ha propuesto un «cordón sanitario» contra Vox. Pero nada se teme de la extrema izquierda populista ni de los rupturistas violentos en Cataluña, tan promocionados por la Generalitat.

Parece un contrasentido pero Sánchez, instalado en la escasa credibilidad de sus palabras, sigue avanzando. Gobernará con los fans de los bolivarianos que Felipe González ha combatido en Venezuela. Pero no atiende razones de los que considera jubilados ilustres. Tampoco le quita el sueño la militancia. Antes se consultaban las cosas y luego se tomaban decisiones. Ahora, el proceso es a la inversa.

En el PP, destacados barones presionan a Casado para que dé un paso adelante y siga llamando a la puerta cerrada del Sánchez. Pactar otra alternativa. Temen que lo que no hicieron ni González ni Aznar ni Rajoy (cambiar el modelo institucional) ahora podría producirse si el PSOE gobierna con populistas sostenido por secesionistas y un abanico de siglas uniprovinciales.

Se ha instalado el ‘mantra’ de que si no se ha producido un pacto transversal en momentos delicados, es porque la derecha nunca estuvo interesada en firmar nada con el PSOE. Falso. El archivo nos recuerda que Rajoy ofreció a Pedro Sánchez dos opciones: gobierno de coalición (con él incluido) o pacto de investidura. Y Sánchez rechazó las dos salidas. Fue en 2016. Y Casado era el portavoz del PP. De momento el líder del PP no da pistas. Un Gobierno constitucionalista daría una mayoría de 221 escaños. Si se configura un Ejecutivo dependiente de los conspiradores para romper España, no habrá estabilidad. Ni gobierno. Pero, tal como están las cosas, la alternativa constitucionalista tendrá que esperar. Con el camaleónico Sánchez, no se contempla.