Joseba Arregi-El Correo

Llama la atención la normalidad con la que aparecen juntas dos palabras que, se supone, son contrapuestas: confianza y ciencia, fe y saber

Las referencias históricas ya no valen para argumentar. Hoy las referencias son la novedad, lo nuevo, el futuro -la «colonización del futuro» (Luhmann)-, o también la o las mayorías sociales, la opinión pública, las encuestas -por ejemplo, la que dice cuántos católicos estarían a favor de la eutanasia, sin especificar qué es lo que se ha preguntado exactamente-, añadiendo que la sociedad siempre va por delante de los políticos, al menos en determinadas materias.

Por eso extraña ver citado varias veces en las últimas semanas a Francis Bacon (1561-1626), filósofo renacentista inglés. Este filósofo participaba de la idea de que «saber es poder». Su tesis principal afirma que es necesario instaurar «el imperio humano en la naturaleza» para recuperar el poder sobre ella, ya que el hombre la había perdido por culpa del pecado original. Argumenta su afirmación con la crítica del conocimiento de la filosofía escolástica. Su conocimiento está dominado por los ídolos -dioses, conocimientos falsos-, el ídolo de la tribu, de la caverna, del foro y del teatro; es decir, la crítica del conocimiento antropomórfico, del conocimiento limitado por el contexto espiritual y corporal de cada uno, el conocimiento condicionado por el mercado y el conocimiento limitado por la tradición.

Frente a todo ello promueve un «nuevo órgano», el conocimiento científico basado en la experiencia que permite controlar los desastres de la naturaleza como el fuego, las inundaciones, las epidemias, los volcanes, los terremotos, y así poder liberar a la Humanidad procurando el bienestar creciente de sus sociedades. Un nuevo órgano que combina la ciencia y la tecnología aplicada a la dominación de la naturaleza para liberar a las sociedades de las lacras que ella le impone.

Bacon articula claramente la idea, la nueva ideología, dicho con sus propias palabras, del nuevo ídolo que nace al servicio del bienestar social y humano basado en la ciencia y en la tecnología. Hoy sabemos que este imperio del hombre sobre la naturaleza ha tenido efectos colaterales nada deseados, junto con inmensos beneficios que hoy nos pueden parecer ‘naturales’ y a los que probablemente no estamos dispuestos a renunciar, pero cuyos sombras han crecido de tal manera que hablamos ya de momentos apocalípticos, de alcanzar puntos de no retorno, de amenazas para la supervivencia del entorno natural y con ella del propio hombre, de haber alcanzado un punto en el que no hay alternativas.

Podría pensarse que todo esto significa una enmienda a la totalidad a la idea que movió a Bacon en sus días, una enmienda a la ideología y del sistema de la tecnociencia que controla nuestras vidas. Lo contrario parece ser, sin embargo, lo que está sucediendo. Ante la amenaza del coronavirus que ha llevado a la suspensión del MWC en Barcelona, una de las responsables de la OMS afirmó rotundamente que se debe confiar en la ciencia y no dejarse llevar por el miedo. Y que la ciencia afirma que no hay peligro en la celebración de estas ferias que implican unas aglomeraciones de personas nunca antes vistas.

Llama la atención la normalidad con la que aparecen juntas dos palabras que, se supone, son contrapuestas: confianza y ciencia, fe y saber. Y Greta Turnberg, el icono de la protesta contra el sistema derivado de las ideas de Bacon, exige que sean los científicos los que asuman la responsabilidad de decidir lo que hay que hacer. Según Turnberg, es el sistema tecnocientífico que nos ha traído hasta esta situación el que va a sacarnos de la apocalíptica situación a la que hemos llegado por confiar en dicho sistema durante demasiados siglos. Confiamos nuestro futuro a la misma consultora que nos aconsejó actuar como hemos actuado hasta ahora, confiando ahora que nos evite los peores daños que han acompañado a nuestra fe en dicho sistema.

El sistema tecnocientífico-industrial, capitalista, democrático y de cultura posmoderna conforma una unidad en la que no es posible elegir partes aisladas pensando que no afectan al resto. Podemos querer seguir con los beneficios sin los costes, seguir con la lógica pero corrigiendo los daños colaterales. En términos baconianos, estamos cayendo en la «idolatría». Esta, en su raíz religiosa, implica fiarse de dioses falsos. La ciencia, producto humano como sistema tecnocientífico-industrial, es considerada por la cultura actual y sus representantes icónicos como dotada de poderes divinos; es decir, es ciencia crítica con todo lo religioso y al mismo tiempo capaz de evitar los daños colaterales que produce al ser limitada como producto de una razón humana ella misma limitada como todo lo humano. Pero para evitar todos los daños colaterales y quedarse solo con lo bueno, debería la ciencia ser omnisciente, omnímoda y omnipotente: como Dios. Pero la cultura moderna afirma que Dios ha muerto.