Jose Ignacio Eguizábal-Editores

Casi por casualidad escuchaba el poema de José Bergamín, Volver no es volver atrás, en la versión que Bernardo Fuster compuso en 1975. El poema es magnífico y la música de Fuster también. El insigne fundador de Cruz y Raya escribió un texto conmovedor sobre el exilio republicano. Recordé los poemas de Cernuda….me invadió una profunda tristeza.

     La guerra civil fue el acontecimiento trágico del siglo XX en nuestro país. La última exiliada que volvió a España fue seguramente María Zambrano. El retorno tuvo lugar en 1984 precisamente el 20 de noviembre. Siempre he visto la foto de Zambrano con el rey Juan Carlos recibiendo el premio Cervantes como la imagen gráfica de la reconciliación de los españoles, de la democracia parlamentaria, de la monarquía constitucional. El final y la superación de la división radical, del cainismo.

La Constitución acababa con el exilio, con el enfrentamiento, con la guerra y con la dictadura. Porque como le recordaba Ferrater Mora (otro ilustre exiliado) a la autora de Claros del Bosque: “María, este es un rey republicano”. El exilio de Zambrano me invitó a recordar a un amigo suyo, el escritor cubano Lezama Lima (1910-1976). La dictadura castrista le dejó morir en La Habana porque no le permitió salir a Italia para curar sus graves problemas respiratorios. Naturalmente, era un disidente. Como su compatriota Cabrera Infante, muerto en su exilio de Londres esperando – con melancolía- la desaparición de Fidel. Sin atreverse a suponer –quizá- que sería prorrogada esa dictadura cruel por su hermano y por el Partido.

       Los miles –dos millones en Estados Unidos- de exiliados cubanos claman justicia y libertad mientras en España algunos partidos comparten una comprensión demoniaca de esa dictadura. O ponen sordina a la dictadura del sátrapa Maduro en Venezuela. Cuatro millones de exiliados en una tragedia protagonizada por los residuos de un marxismo revolucionario mezclado con el indigenismo y el populismo. La muerte y la tortura se ceban con la oposición en un régimen dirigido por los servicios de inteligencia cubanos con mucha experiencia en estos actos execrables.

       Parece que el ensamblaje siniestro de nacionalismo e izquierda revolucionaria comparten una misma animadversión a la libertad y generan la muerte y el exilio. No sabíamos –o no queríamos saber- en los primeros años de la democracia que un poderoso enemigo escondía una deslealtad radical con la Constitución, con los ciudadanos: el nacionalismo vasco violento. Pero sus efectos –el terrorismo- ya se empezaban a ver en los últimos años de la dictadura.

La banda terrorista, sin embargo, guardaba toda su enorme carga de muerte, extorsión y sufrimiento para la democracia porque dejó claro desde el primer momento que no aceptaba la Constitución considerándola un momento del franquismo, una continuación. El ala blanda del nacionalismo –es cosa sabida- hablaba de que recogían las nueces políticas (llenas de sangre) del árbol de la muerte que zarandeaban los terroristas.

El nacionalismo lleva en su entraña el exilio del otro. Los más de 200.000 ciudadanos que salieron del País Vasco en los últimos 30 años dan buena cuenta de ese fenómeno demoledor. Entre los muertos y los extorsionados, en medio de la exclusión social que padecen los no nacionalista, el exilio. Actualmente hay muchos pueblos en el País Vasco donde no se puede hacer propaganda del constitucionalismo. Un ambiente de exclusión social realmente bárbaro y que ningún estado sano debería consentir.

Tal vez acabemos dándonos cuenta de que no hay un nacionalismo bueno y otro –terrorista- malo. Que su concepción de la convivencia es la misma, su modelo de patriota también. Quizá la banda dijo solamente una verdad en toda su siniestra existencia; en su desaparición oficial advertía que volvía al pueblo vasco del que salió. Así fue. Es la noción nacionalista de pueblo mezclada con el marxismo revolucionario de los 60 lo que hizo nacer el monstruo. Porque el nacionalismo no violento simplemente te echa, el terrorista te mata.

     La alternancia en el gobierno de España de conservadores y socialistas traía siempre obligadamente (salvo el primer gobierno de González) la necesidad de pactar con los nacionalistas. O sea, una continua cesión en forma de transferencias. El nacionalismo catalán se estrenó con la democracia bajo el paño –falso- del seny. Pujol como gobernante responsable cuando realmente fue el principal constructor del nacionalismo. Un racista y xenófobo como cualquier nacionalista, controlando la educación y los medios de comunicación. Y llegó la ley de inmersión lingüística, un eufemismo para prohibir la enseñanza en castellano como lengua vehicular, un escándalo. El exilio tenía que llegar y muy pronto, ya a partir de los 80 miles de profesores salieron de Cataluña.

   Los trabajadores que emigraron unos decenios antes a esa próspera comunidad y sus hijos votaban tal vez PSC sin darse cuenta de que con ello votaban la muerte lenta del ciudadano. Después del golpe de estado más de 5.000 empresas se han ido de Cataluña, los jueces recién salidos de su oposición no quieren ir a un territorio hostil donde se van a sentir acosados. Hace años intelectuales como Félix de Azúa, Xavier Pericay, artistas como Albert Boadella se exiliaron también porque el nacionalismo asfixia la libertad. Los comercios de los no nacionalistas fueron pintados con consignas amenazantes como antes hemos padecido en el País Vasco y que recuerdan a las campañas de las SA, nacionalistas también. Esa revolución de las sonrisas con que intoxicaron los golpistas enseguida se volvió violenta mostrando su verdadero rostro en los lamentables episodios posteriores a la sentencia.

     Los nacionalismos periféricos se han burlado siempre del ciudadano pactando con los dos grandes partidos nacionales cada vez más poder para sus autonomías. Parece que no entendemos que la deslealtad radical del nacionalismo, siempre, usará indebidamente las transferencias. Y nunca estará satisfecho. El golpe de estado del nacionalismo catalán en 2017 debiera haber marcado un punto y final de esta situación diabólica. Parecería razonable que los partidos constitucionalistas se pusieran de acuerdo en lo fundamental. En la necesidad de mantener fuera de toda negociación un país de ciudadanos libre e iguales. Y si es necesario, gobernar juntos. Esto reduciría inmediatamente el problema y redimensionaría la fuerza y el poder destructivo de los nacionalismos periféricos.

Y no ha sido así porque todo parece indicar que al menos desde 2002 asistimos a un intento del PSOE para echar a los conservadores de la arena política. El plan es verdaderamente monstruoso y tal vez esté en el fondo de los graves problemas que estamos padeciendo. Se trató ni más ni menos que de unirse siempre a los nacionalismos periféricos y a la extrema izquierda /cuando apareció). Pero nunca pactar con los conservadores. Un suicidio para el país.

     Esto significa cuestionar la validez de la Constitución que nacionalistas y bolivarianos abominan. Ambos admiten y persiguen la independencia de esas comunidades. Habría que aspirar, según este PSOE, a una especie de España federal pero de un federalismo asimétrico. Un eufemismo para decir que unas comunidades –las nacionalistas- tendrían unos derechos que otras no tienen. Ya no hay un estado de ciudadanos libres e iguales sino un estado de unas comunidades desiguales y con unos ciudadanos de primera –nacionalistas- o de segunda, los no nacionalistas en esas comunidades y en el resto de España. Eso está escrito en la nueva legislación (por llamarla de alguna manera) del proyectado estado catalán o en el nuevo proyecto de estatuto de Guernica.

Ese peligrosísimo plan socialista para aislar a la mitad del país empezó con la destitución de Redondo Terreros en el País Vasco por atreverse a pactar con el PP para sacar al PNV del gobierno de Vitoria. Se afianzó con Rodríguez Zapatero que llegó al poder responsabilizando moral y políticamente al PP del atentado del 11M, pactó con los nacionalistas catalanes en Tinell y propuso la negociación con la banda….consintiendo que su brazo político volviera a las instituciones sin condenar el terrorismo.

Esta abominación fue complementaria al diabólico plan de la Memoria Histórica pergeñado -lo ha dicho Santos Juliá- para revivir la guerra civil y marcar para siempre a la derecha con el estigma del franquismo inutilizándola por ello para el gobierno. No para unir a los españoles en el recuerdo de la tragedia sino para volver a separarlos. Una diabólica voluntad de enfrentamiento. Con el sarcasmo añadido de buscar restos humanos de aquella tragedia (algo que depende de las familias y que evidentemente es un derecho) pero olvidando los 350 crímenes de la banda que están aun sin resolver.

El PSOE ha dicho recientemente y en Bruselas que el terrorismo ha terminado en España, votando en contra de una comisión de investigación sobre esos asesinatos sin resolver. El terrorismo terminó sobre todo por la actuación de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado pero su programa político –que es el nacionalismo- está más vivo que nunca. Por eso resulta indigno readmitir al brazo político de la banda sin condenar el terrorismo pero aun mas pactar con ellos como se ha hecho en Navarra y en la investidura del doctor Sánchez. Un personaje del que lo menos que se puede decir es que es un arribista sin escrúpulos que además ha abandonado ese suelo de veracidad que debe caracterizar al ser humano y más aun al político. Se ha situado más allá de la verdad y la mentira porque no se siente obligado a dar explicaciones ni a asumir la responsabilidad de la mentira cono un déspota cualquiera, con la aquiescencia de gran parte de los medios de comunicación y el silencio vergonzoso de su partido.

Buena parte de la población parece intoxicada con el mito del diálogo, un fetiche con el que supuestamente se quiere integrar al que no quiere integrarse. La labor del estado, de los políticos no consiste en reformar leyes al gusto de los delincuentes ni tolerar la falta de libertad en la elección del idioma en la educación de sus hijos sino lo contrario. Como sabía Ortega, el nacionalismo no tiene solución; hemos de aprender a convivir con ellos sin menoscabo de nuestros derechos que son rigurosamente incompatibles con su voluntad de segregación. Sus supuestos derechos son nuestras reales servidumbres. Solo un país de ciudadanos libres e iguales permitirá recolocar a los nacionalismos periféricos con el sentido que les corresponde: una aberración para la convivencia de la que hay que defenderse.

   La batalla contra el nacionalismo será lenta y muy larga porque ha ido alimentándose durante 40 años con todos los resortes del poder. Con el adoctrinamiento, la propaganda y el dinero. Pero es necesario, es fundamental que el castellano no sea orillado del sistema educativo. Que sea una opción real como lengua vehicular en todas las comunidades nacionalistas donde los padres lo soliciten. Además, el sistema educativo del nacionalismo es, radicalmente, propaganda nociva para la convivencia (es sintomático que Sabino Arana no supiera euskera y todos sus textos los escribiera en castellano como recordaba hace poco Jon Juaristi), así que es necesaria una inspección real del estado para imponer una parte de ese sistema donde se explique la historia real de España, de los nacionalismos, los derechos del ciudadano, la libertad. Debería ser obligatorio que las administraciones autonómicas con segunda lengua se manifiesten siempre ante sus ciudadanos en las dos lenguas vigentes. Obligatorio. Y las televisiones públicas en manos de los nacionalistas deben ser atemperadas para que el estado participe en esa información reduciendo su toxicidad.

     Seguramente el mejor poemario sobre la guerra civil lo escribió Cesar Vallejo: España, aparta de mí este cáliz (1937). Son memorables sus últimos versos: “si España cae —digo, es un decir—,salid, niños, del mundo; id a buscarla”. España, la España constitucional es la única garantía de la libertad e igualdad de todos los ciudadanos que la habitan. Por eso resulta hoy más necesario que nunca defenderla.