Juan Carlos Girauta-ABC

El planeta acariciaba la prevalencia real de la dignidad humana

No importarán mucho las opiniones sobre el mundo previo a la infección, aunque durante un tiempo, por inercia, seguiremos discutiendo sobre algo desaparecido. Funciona así: un acontecimiento lo cambia todo; se solapan dos visiones: unos comprenden las dimensiones de lo sucedido, otros razonan ajenos al derrumbe. Es algo parecido a lo de Kuhn en La estructura de las revoluciones científicas. Aunque su concepto de paradigma ha sufrido abusos sin cuento, y posiblemente resulte inservible sin conocer la fuente, cabe comparar lo que viene con esas etapas en que dos paradigmas se solapan.

Poco a poco, las preguntas que plantearemos serán diferentes a las que como ciudadanos, como administrados, como justiciables, como consumidores o como contribuyentes nos hemos hecho hasta ahora.

Quien más quien menos verá de cerca la sombra de la infección y, con ella, se tambalearán muchas certezas, legitimidades y garantías que dábamos por descontado.

Habíamos asumido una cierta forma de organización social y su cristalización en instituciones útiles. Hemos gozado de privilegios que ninguna otra era había soñado. Como acreditan los datos recogidos por los Rosling en Factfulness, el bienestar crecía de forma consistente, el hambre y la pobreza extrema disminuían y se esperaba su final en un decenio, el planeta acariciaba la prevalencia real de la dignidad humana, algo que sonaba imposible hace solo treinta años.

La lógica de los medios magnificaba lo negativo, se centraba en lo inhumano, lo cruel, lo aciago, propiciando una percepción torcida del estado de cosas. Se hurtaba la histórica mejora universal de las condiciones de vida. El público, y también los supuestos expertos -vayan a Rosling- estaban convencidos de que la situación era calamitosa y, lo que es más increíble, de que empeoraba. La propaganda de las oenegés contribuyó notablemente al malentendido poniendo el foco en las lacerantes imperfecciones del sistema global… y mintiendo sobre la feliz mejora del conjunto. Los informes de Intermon Oxfam rebosan de mentiras bienintencionadas. Pero la mentira mentira es: «Una economía al servicio del 1%». Para que unos tengan más, otros han de tener menos, ¿recuerdan? Como si la riqueza no fuera contagiosa.

¿Quién está preparado en Europa para una caída del PIB de dos dígitos? Se daban por hecho estándares de bienestar que en realidad eran excepcionales. Qué baño de realidad nos espera, por desgracia. Los padres siempre han deseado que sus hijos no conozcan el lado más feo de la vida, las desdichas que ellos sufrieron, llámense guerra, exilio, hambre, carencias. Esta vez lo habían conseguido. Un par de generaciones, desde su burbuja, gritaban «¡que alguien haga algo!» (pero que sea otro) cuando veían en su pantalla la parte remanente y decreciente de la desgracia. Doloroso cambio: la nueva peste acaba con tanto inmotivado malestar para traer el malestar fundado.