Ignacio Camacho-ABC

  • La pandemia plantea a la democracia el reto de afrontarla sin recurrir al pragmatismo de las soluciones autoritarias

Una cuestión de fondo que deja abierta la crisis del coronavirus es la del tipo de sociedad política necesaria para combatir la epidemia con mayor eficacia. Existe la sensación extendida, incluso entre los países con un régimen de libertades más amplias, de que dictaduras como China -a pesar de ser el origen del virus y de haberlo ocultado durante semanas- o democracias limitadas como Corea o Singapur han sido las más capaces de hacer frente a la plaga gracias a sus contundentes mecanismos de control de la población y de reacción rápida. De hecho, varias naciones europeas estudian ahora mismo fórmulas basadas en la experiencia coreana de perfiles selectivos de infectados y de segmentación demográfica. En España ya está planteado

el debate sobre el encaje constitucional de las medidas de excepción contempladas bajo el estado de alarma, y cuando se levante el confinamiento va a estallar con crudeza la polémica sobre el «Arca de Noé» -aislamiento de sectores de riesgo y enfermos asintomáticos puestos bajo vigilancia- y la salida gradual o controlada. Dicho de forma más clara: estamos entrando en una pantanosa zona gris donde los derechos fundamentales pueden colisionar con la preservación de una salud pública amenazada y donde el poder va a hallarse ante la tentación inmediata de recurrir a soluciones pragmáticas que rocen el plano de las directrices autoritarias.

El asunto es muy relevante en términos genéricos por su impacto sobre el valor de los sistemas democráticos en el mundo (pos)moderno; y también en el plano próximo por la fuerte influencia que Podemos ejerce en las decisiones del Gobierno y por la soltura con que el presidente se mueve en una anomia que le permite evacuar decreto tras decreto y dirigirse directamente al pueblo sin someterse al escrutinio normalizado del Parlamento. Este plano de ambigüedad en las reglas de juego tiene consecuencias en el ámbito cotidiano: las normas de cuarentena masiva ya han provocado el surgimiento de esos espontáneos «policías de balcón» tan tristemente parecidos a los comités de barrio castristas o bolivarianos, sólo que de un espectro ideológico mucho más amplio porque brotan de una mezcla generalizada y transversal de agravio y de temor al contagio. Pero el futuro inmediato nos va a comprometer a todos en el peligroso -y falso- dilema de la salud y la libertad como derechos contradictorios. Y en medio, un Ejecutivo cómodo en un limbo legal que le proporciona visible desahogo, con el Ejército y las Fuerzas de Seguridad desplegados como contingente de auxilio pero también como eventual elemento disuasorio.

Estamos ante un momento decisivo en el que la necesidad de combatir el virus se puede convertir en la herramienta expansiva del populismo. Y en el que el miedo y la ansiedad por dejar de estar recluidos nos pueden empujar a aceptar los expeditivos métodos del totalitarismo chino.