Tenemos la sensación de que un mundo de libertad conquistado hace más de un cuarto de siglo se nos mueve debajo de los pies. Es evidente que la nueva versión de La Guerra de los Mundos obliga a mirar lo peor que nos pasa, a dejarnos de ilusiones y de optimismos. Sólo nos faltaba que llegasen los marcianos, quizás nos remuevan del sofá.
Acababan los estadounidenses, después de los alegres años veinte, de salir de la peor depresión económica que han sufrido. Se sentían satisfechos y seguros en sus hogares escuchando en los anocheceres los discursos radiofónicos del presidente Roosevelt, cuando en 1938 un joven periodista, Orson Welles, emitió por esas mismas ondas un programa de ficción que informaba sobre el ataque de los marcianos a la tierra. Muchos creyeron que estaba pasando de verdad, el terror fue indescriptible, las centralitas telefónicas de las comisarías se saturaron de llamadas, y más de uno informó haber abatido a un marciano con su escopeta. Aquel programa radiofónico les arrebató la tranquilidad a los americanos. Tres años después, estaban metidos en la peor guerra que ha conocido la humanidad.
Se me antoja que la nueva versión de Steven Spielberg llega en un momento propicio para las profecías apocalípticas, tras una serie de hechos sintomáticos de la pérdida de la seguridad, y, por tanto, de la felicidad. Se sucedieron los trágicos atentados del 11-S en Nueva York y el 11-M en Madrid; el drama de Irak aparece sin salida; el proyecto europeo está noqueado; el discurso de nuestros políticos no atisba ninguna playa bajo nuestros adoquines, es decir, no mueven, no se gobierna con moral sino con mayorías. Mi generación, la de la transición más o menos larga, se ha visto desbordada por otra nueva que no entendemos, a la que nada le importa el pasado y no pone límites al futuro. Y cuando vuelve el pasado, es el peor.
Todo se nos remueve profundamente, la decisión de Spielberg tendrá su razón de ser, y si lo acercamos a estas latitudes, a mí me da más miedo que se pongan a negociar con ETA y Batasuna que el desembarco de los marcianos. Y que lo hagan al alimón el Gobierno central y el vasco me hace temblar.
Pero no es sólo esto. Es la sensación de que un mundo de libertad conquistado hace más de un cuarto de siglo se nos agrieta y se nos mueve debajo de los pies. Obispos en manifestaciones, todos los estatutos de autonomía cada cual más lejos y en sálvese quien pueda, los de Jarrai que salen a la calle después de quemar centenares de autobuses y cajeros, Batasuna crecida pese a la ilegalización, gran parte de las víctimas indignadas, aleluyas de políticos porque ETA hace más de dos años que no ha matado, mientras los telediarios informan de la alerta policial ante su inminente campaña de verano. Sólo nos faltaba que llegasen los marcianos, quizás nos remuevan del sofá.
Es evidente que la nueva versión de La Guerra de los Mundos obliga a mirar lo peor que nos pasa, a dejarnos de ilusiones y de optimismos. Posiblemente sea una exagerada depresión anímica la que nos atraviesa simplemente porque echan la película, que hay razones para la esperanza. Pero hay que verlas. Nos habíamos acostumbrado a una lógica, a un ritmo, a unos riesgos. Todo está cambiando. Quizás los viejos no lo sepamos asimilar porque no entendemos las frases cortas ni que las cosas acaben necesariamente bien como si en una comedia estuviéramos. Es muy lógico que nos pongamos pensativos ante el regreso de los marcianos.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 7/7/2005