Iñaki Ezkerra-El Correo

Pedro Sánchez no los da para conciliarse con nadie sino para desunir, separar

Juan Genovés, el hombre que pintó ‘El abrazo’, se nos ha ido en un momento simbólico en el que los españoles tenemos prohibido abrazarnos por prescripción médica. En realidad, el coronavirus a lo que ha venido es a ratificar una prohibición anterior a él y causada por otro patógeno que no es de naturaleza biológica sino ideológica. En realidad el Congreso de los Diputados, donde cuelga una réplica de ese lienzo, es desde hace tiempo la expresión más gráfica del desprecio a la Transición que Genovés representó en él y a esa espontánea exteriorización de la alegría del hermanamiento que consiste en extender de par en par nuestras extremidades superiores para cerrarlas en la espalda de un paisano. Es inútil negarlo. El abrazo ya era algo selectivo, reservado, minoritario desde mucho antes de la pandemia; un restrictivo hábito, una cuestión privada, algo que sólo damos a nuestros amigos, a nuestros seres queridos, a nuestra familia, a nuestra secta, a la gente de nuestra cuerda. Sin embargo, el desprestigio total del abrazo, su actual descrédito, su degradación no se ha debido a su uso medido y comedido, sino, paradójicamente, al abuso feo, amoral y promiscuo que de él ha hecho el sujeto que preside este país.

Sí. Lo peor no es que los españoles no podamos abrazarnos. Lo peor es que aquí el único español que da abrazos es Pedro Sánchez y que no los da para conciliarse con nadie sino para desunir, para separar, para disgregar, para hacer lo contrario exactamente de lo que el cuadro de Genovés simboliza. El primero de esos abrazos envenenados es el que Sánchez le dio a Iglesias el 12 de noviembre, 48 horas después de las elecciones, para sellar su pacto de enemistad con la mitad de la ciudadanía de este país. En efecto, aquél era algo más que un abrazo. Era un gesto contra todo aquél que deseaba un Gobierno de coalición, de unidad, de centro y de entendimiento. Era un antiabrazo y el anuncio de los que vendrían después. Después lo que ha venido es su abrazo a Ciudadanos para antiabrazarse con el PP; el abrazo a Esquerra para antiabrazarse con Ciudadanos; el abrazo a Bildu para antiabrazarse con el PP y con Ciudadanos; para darle celos a Esquerra…

Asistimos, así, no ya a la negación del abrazo sino a su perversión. El abrazo de Sánchez es tan dudoso como el del oso o el de Vergara. Es menos sincero que el beso de Judas. El abrazo de Sánchez es el antiabrazo. En el cuadro de Genovés hay una mujer que abraza al aire. Según propia confesión del pintor, representa el abrazo al futuro. Yo creo que esa mujer no sólo abraza un porvenir hermoso, sino que huye del mal abrazo. Yo creo que prefiere abrazar a la nada antes que a cierto personaje.