Jugarse la democracia

 

Ignacio Camacho-ABC

  • Tenía razón Iglesias: nos estamos jugando la democracia. Sólo que la principal amenaza es su vocación totalitaria

Cuánta razón tenía Pablo Iglesias al decir en la borrascosa sesión del miércoles en el Congreso que «nos estamos jugando la democracia». Porque de eso se trata exactamente: del futuro incierto del sistema de libertades que su influyente presencia en el Gobierno amenaza. De que el pancismo político de Sánchez ha entregado el poder real a un partido que jamás ha ocultado su vocación totalitaria. De que la estrategia de la bipolarización, diseñada por unos gurús de vía estrecha que conciben la gobernanza como una perpetua campaña, conduce al país a las trincheras de odio que los padres del pacto de la Transición creyeron haber dejado cerradas. De que un amargo efluvio de años treinta impregna hace tiempo la vida

parlamentaria mientras en las redes y en Whatsapp se libra una guerra civil de consignas inflamadas de tremendismo, resentimiento y cizaña. De que un presidente sin ideas ni principios ni programa ha sacado del armario a los demonios de las dos Españas y ha unido su destino con la extrema izquierda que tiene contratada como guardia de corps mercenaria.

Desde el comienzo de la legislatura, la coalición gobernante planteó un proyecto frentista que se derivaba de la propia composición de su mayoría: un PSOE vampirizado por el sanchismo, los tardocomunistas de Podemos y una aleación de nacionalistas y separatistas obsesionados con la ruptura del «régimen del 78» y con la abolición de la monarquía que lo simboliza. La única cohesión posible de esa amalgama sin otro punto común que el de destruir las instituciones y refundar el Estado era la invención de un enemigo fantástico. La irrupción de Vox proporcionó la coartada para etiquetar a toda la derecha, incluido Ciudadanos, como la expresión de un neofascismo nostálgico de la dictadura de Franco. Ése era el esquema sobre el que sustentar un mandato cuya agenda ideológica se vino abajo cuando el coronavirus lo zarandeó con su sobresalto dramático. Sin competencia técnica para abordar la catástrofe, la gestión de la epidemia se volvió un clamoroso fracaso que ni siquiera la supresión de derechos fundamentales ha maquillado. Así que los brujos de La Moncloa han decidido insistir en lo que mejor saben, que es la agitación de un espantajo imaginario al que acaban de sumar la novelesca conspiración de una sombría trama golpista de togas y tricornios lorquianos.

Ya está construido el escenario, el marco pretextual para degradar las instituciones, deslegitimar a la Justicia y reforzar los poderes autoritarios de un Ejecutivo alérgico al control democrático. División de papeles: Sánchez imposta un liderazgo responsable e incomprendido en sus homilías del sábado e Iglesias aviva la tensión del enfrentamiento quemando azufre con su matonismo dialéctico. En esa atmósfera combustible puede saltar en cualquier la momento la chispa del incendio que reduzca a cenizas las reglas del juego.