JOSÉ IGNACIO CALLEJA-EL CORREO
- Hay que acallar las barbaridades que la clase política profesional está profiriendo contra sus adversarios
No me digan que todo es igual si la acumulación de propiedad tiene un límite o no, si el Estado se ve obligado a una transparencia o no, si la familia dispone de ciertos cuidados públicos o si las leyes vigentes son las propias de un Estado social equitativo o no. No volvamos a decir que todo es igual y lo mismo, porque no es cierto ni justo con la experiencia de mucha gente frágil. Realmente solo cuando pasamos por una situación de necesidad reconocemos las diferencias entre lo que es un poco mejor y un poco peor: sanidad, escuela, desempleo, protección social, inversión, información… En fin, por qué seguir. ¡Ponte en su lugar!
Pero este concepto amplio y profundo de política, que junto a la dimensión personal de las cosas constituye un todo único al hablar de ellas, converge con el otro mucho más cotidiano. La política profesional que dirige la vida comunitaria después de unas elecciones democráticas y del modo que sea, coaligado o no, pone en marcha un plan que los suyos verán muy bueno y sus contrarios no tanto o nada. Y si a esto se añade, y ahora sabemos de qué experiencia hablamos, que ese poder político viene a serlo como Gobierno tras dos reñidas elecciones que prácticamente repiten los votos a uno y otro lado, la dificultad está servida.
Y si esto coincide con una pandemia que genera la crisis sanitaria que vivimos, y deriva en una crisis social y económica y hasta cultural que lo remueve todo en el modo de vida y consumo, es lógico comprender que domar todo esto es una tarea hercúlea. Si esa tarea se aborda con retraso y se gestiona con resultados a primera vista muy negativos, buscar un chivo expiatorio que lo explique todo en cuanto a la responsabilidad es lógico. Ha sido así y lo será en la política cotidiana, la que está a nuestro alcance comprender sin especializarnos. Tengo mis ideas al respecto pero no es el momento ni resuelvo nada por añadirlas.
Es mucho más importante a estas alturas volver al título que les proponía y contener entre los que podamos este devoro de adjetivos que acaba con la política cotidiana. A lo mejor es verdad que el descontento no ha hecho más que empezar y seguramente hay buenas razones para defender posturas diversas, y algunas veces antagónicas, pero la ética personal y social, la ética que es de todos, la ética civil de una democracia, y la ética religiosa que a ella con ganas colabora, no puede consentir que la política profesional y sus seguidores más cercanos y más lejanos conviertan los adjetivos y las actitudes en un arsenal de guerra contra sus adversarios.
Sé muy bien todo lo que han hecho por nosotros grupos humanos de trabajadores de la salud y los servicios más variados en el pico de la pandemia de marras, pero ahora es el momento de la gente menos práctica, aparentemente, pero igual de necesaria para acallar las barbaridades que la clase política profesional, muchos de ellos, está profiriendo contra sus adversarios cada vez con más apariencia de enemigos. De verdad, es que no quiero mentar ni el barrio tal o el barrio cual, o si de este o aquel modo, sino que la ética social común, la que concentra como un río único la moral civil compartida de todos los ciudadanos, no puede transigir con este estado de cosas en la política profesional y sus militantes. No puede consentirlo ni con quien ha ganado elecciones ni con quien aspira a ganarlas, ni menos todavía con quien, a la vez, reclama reconocimiento moral por haber sido víctima del terrorismo en otra coyuntura. No puede consentirlo porque están arruinando la vida del país, de sus ciudadanos, con la connivencia de no pocos de éstos, hasta practicar directamente el mal.
Nos están haciendo daño, de distinto modo, pero nos están haciendo daño. Los denunciamos con la fuerza de la ética, que no es de nadie, pero que tampoco es de todos cuando los políticos y sus militancias más ideologizadas, ni son pacíficos ni son pacificadores. A éstos hay que exigirles que no, que así no puede ser, que no son dignos de respeto en su oficio, ni ellos ni quienes, alrededor de unos intereses antagónicos al común, juegan a la ruleta rusa entre desplantes egoístas, ideologizados y dogmáticos. Porque algo así es lo que transmite y prueba hoy la política profesional española. Y la ética social común, religiosa y laica, se lo tiene que decir. Nos hacen daño.