PABLO MARTÍNEZ ZARRACINA-EL CORREO

El presidente le propina una charla de cincuenta minutos a la élite empresarial del país

El presidente del Gobierno convocó ayer en la Casa de América a los principales empresarios del país, una gente a la que el vicepresidente del Gobierno señala con frecuencia como poder ilegítimo en la sombra y cuyas caras utilizó para decorar el añorado ‘Tramabus’. Nada de eso impidió sin embargo que Pablo Iglesias asistiese al acto y charlase amigablemente con el poder económico. Acudieron también James Rhodes y Concha Velasco. Los empresarios atendieron a Pedro Sánchez con la natural deferencia que merece su autoridad. Y el presidente les propinó una charla de cincuenta minutos. En términos de legitimidad revolucionaria, Pablo Iglesias nunca le ha hecho al poder económico algo ni la mitad de cruel.

El discurso del presidente fue flojo y prescindible. Se notaba que solo importaba dibujar un escenario: el PP entre la espada y la unidad. Esta vez con los empresarios mirando. El Sánchez del «no es no» es ahora el Sánchez de la «unidad, unidad, unidad». Ya se ve que su construcción retórica invencible consiste en repetir una palabra. Lo peor es que tiene razón. La unidad es imprescindible. Y quizá también que nos invada pronto Portugal. Eso no quita para que el discurso presidencial pudiese tener algo más de contenido. Es que hasta se atacó el palo mariano del ‘España es un gran país’ y se apeló a los científicos. «A ver si nos dan una buena noticia», dijo Sánchez. «Pues a ver si nos das tú un poco de estabilidad y un mucho de financiación», se escuchó responder a los científicos, pobres, desde los laboratorios.

Entre tanta ligereza hubo momentos sonrojantes. Para recordar que hace no tanto «el terrorismo causaba estragos y dolor en el corazón de la sociedad española», el presidente del Gobierno debería manejar referencias algo más serias que «algunas series que hemos visto últimamente en nuestro país». Lo gracioso es que Sánchez habló sin papeles y como nunca. No dijo nada, pero lo hizo del mejor modo posible. Con algún lapsus. Recordando los incendios de Extremadura y Andalucía, mencionó «las tormentas y los granizados». Ahí llegó la única imagen mental tranquilizadora de la mañana: una lluvia de refrescos llenos de hielo desmenuzado cayendo sobre el país como en cualquiera de las fantasías hiperglucémicas de Homer Simpson.

PDeCAT
Romper carnés

En un fabuloso movimiento de mecánica surrealista, el independentismo catalán no deja de dividirse en busca de la unidad. Si en los viejos tiempos del ‘procés’ asistíamos a la lucha constante y soterrada entre el mundo de Convergència y el de Esquerra, ahora asistimos a la fragmentación del universo convergente en un lío de siglas cambiantes y fratricidas. Ayer Carles Puigdemont rompió el carné del PDeCAT. Con él lo han hecho al parecer alrededor de ochocientos militantes, entre ellos figuras tan conocidas como Rull y Turull y diversos cargos públicos. Todos apuestan ahora por JxCAT, que es el nuevo viejo partido que preside Puigdemont desde que su viejo nuevo partido, la Crida, se disolvió para ser algo así como el ‘think tank’ de Junts. Esa es otra: el PDeCAT ha demandado a los de Puigdemont por el uso de la marca ‘Junts’. Si lo recuerdan, en esa marca llegó a caber Esquerra. Era cuando la unidad no era tanto por el país como por el ‘sí’ en el referéndum. En Cataluña no dejan de surgir nuevos partidos. Al frente de ellos, de un modo invariable, están las mismas personas de siempre.

ALEMANIA
El surtido

Ves las manifestaciones de negacionistas del Covid y no entiendes nada. ¿Son antivacunas, terraplanistas, seres de luz, ultraderechistas o libertarios rollo Ayn Rand? La confusión es enorme y solo se me ocurren dos opciones para aclararlo todo un poco. O se destinan zoólogos que expliquen la composición de cada concentración («Esta gente cree que Soros domina el mundo, aunque ese es un grupo de hare krishna y los calvos de más allá son ya nazis del todo») o se le obliga al movimiento a ofrecer una sola definición de sí mismo. El desbarajuste no puede continuar. El sábado en Berlín una manifestación «anticoronavirus» terminó con un grupo de añorantes del Reich, o sea, del Imperio Alemán, intentando asaltar el Parlamento federal. «Mi comprensión acaba cuando los manifestantes se dejan llevar por los enemigos de la democracia», dijo ayer el presidente Steinmeier. Mi comprensión, en cambio, brilla por su ausencia. Otra opción sería repartir pegatinas de esas que se usan en las fiestas: «Escriba aquí, por favor, qué clase de chiflado en concreto es usted».