IÑAKI EZKERRA-El CORREO

  • La falta de unidad es la táctica más infalible para perder votos
La actividad política más importante del PP son las crisis. Cada vez le salen mejor, más redondas. Se ha especializado en ellas. La que puso fin a la carrera política de Alfonso Alonso rozó la perfección: se produjo en vísperas de unas autonómicas y en nombre de una operación fallida: la afrentosa alianza con una Arrimadas que les salió rana y se fugó con Sánchez minutos después de la boda con Casado. Afrentosa porque si el PP vasco tenía entonces 9 escaños en una Cámara de 75 como la vasca, Ciudadanos no tenia ninguno en ésta y sólo 10 en un hemiciclo de 350 como el Congreso de Diputados. ¿Quién era el irrelevante? Iturgaiz se topó, así, con dos graves obstáculos: una crisis interna a sus espaldas que escenificaba la falta de unidad del partido y un socio desleal que, a la vez que iba a Euskadi a pillar sus votos, se había aliado en Madrid con sus rivales políticos locales. ¿Con qué discurso iba a postularse como alternativa al pacto del PSE-EE con el PNV si Cs, su compañero de viaje, se acostaba con el Gobierno socialista, que a su vez se apoyaba en los nacionalistas y los dejaba entrar en esa cama llamémosla ‘Iván-redonda’?

La falta de unidad, sí. Esa carencia constituye la táctica más infalible para perder votos. Falta de unidad del PP con los socios de coalición y falta de unidad interna por el caro precio pagado por esa maniobra. Pese al desaguisado, la elección de Iturgaiz para resolver la crisis tenía sentido porque es un político-puente que se ha sabido llevar bien con los dos sectores en pugna del PP desde el congreso de Valencia. Se ha sabido llevar bien, por un lado, con el sangilismo, el aguirrismo y el aznarismo sin romper, por otro, con el marianismo, que lo mantuvo de eurodiputado hasta que -paradojas de la vida- quien prescindió de él en la lista a las últimas europeas fue el propio Casado que luego lo recuperó tibiamente para las autonómicas vascas.

Tibiamente porque, en la campaña electoral del 12-J, Iturgaiz tampoco jugó la carta conciliadora que podía haber jugado ni escenificó esa unidad en sus filas, tan necesaria para detener una sangría de votos que tiene su origen en la crisis que dividió al PP vasco en 2008. ¿Por qué no lo hizo si es el hombre que blindaba a su partido frente a Vox y a su famosa acusación de «derechita cobarde»? ¿Por qué no se volcó en esa escenificación la propia Álvarez de Toledo, que estaba tras esa elección y que, además, vendía en Génova su buena relación tanto con las huestes agraviadas de María San Gil como con las de Rosa Díez que se aliaron con aquéllas contra el marianismo durante una década? ¿Por desinterés, frialdad táctica, desconocimiento o prepotencia?

El siguiente misterio llega con la destitución de la propia Cayetana como portavoz en la Cámara Baja, que abre otra nueva crisis y supone tanto una rectificación de la crisis anterior como un regreso al cansino debate que creíamos superado entre discurso fuerte (el que llevó a Aznar a sus horas de gloria) y perfilbajismo arriolista (el que Rajoy llevó a la extenuación). Lo que conlleva una rectificación semejante es una declaración de guerra a la caballería aznarista y a la ‘agitprop’ rosista que hoy monopoliza el constitucionalismo, así como una renuncia a esa reconciliación de las familias de su partido que aún es una asignatura pendiente en la Corte y en el hiperespacio vasco.

¿Renuncia para qué? ¿Qué otros caminos hay? El dilema que plantea este último movimiento no es realista. ¿Ha abrazado Casado el perfil bajo porque pretende repetir la jugada de Rajoy en 2011 y llegar al poder vendiendo «lo mal que lo hace el otro» (en cuyo caso se estaría equivocando porque en 2011 no existía Vox)? ¿O ha comprendido que la derecha nunca va a volver al poder por sí sola mientras Vox exista, y sueña con cogobernar con el PSOE y Ciudadanos ablandando su discurso; o sea, dando bandazos hacia Arrimadas en vez de hacia Abascal? En este segundo caso también se equivocaría porque estaría regalando precisamente a Vox los votos que le permitirían plantear esa hipotética jugada de la vía alemana.

Paradójicamente, estaría más cerca de ese sueño si, lejos de imitar a unos y a otros, tuviera un perfil propio y bien definido de alternativa liberal, que es lo que Cayetana representa frente al falso y desacreditado centrismo que el votante identifica con inoperancia, conformismo, inercia, grisura y pasividad ante la corrupción. Para colmo, a esa crisis de las portavocías se suma ahora la del ‘caso Kitchen’, que compromete al propio Rajoy que Casado ha tomado como modelo táctico.

Sí. Confieso que para mí Cayetana ha ido ganando puntos en los últimos meses. Ha sido una solitaria señal de vida en ese partido. Yo creo que no puedes amordazar a la única persona que ha logrado borrarle la sonrisa de la cara al ‘Coletavirus’. En ese triunfo moral, que la hundida ciudadanía democrática necesitaba como el agua, no hay extremismo, sino esperanza y un puñetazo en la mesa del verdadero centro político. Cayetana ha sido, en los meses del Covid, la voz de los que no tienen Vox.