Eduardo Uriarte-Editores

Nunca en estos años de democracia tanto eslogan de progreso ha escondido tanta reacción. Las apariencias, la desaforada propaganda y la ausencia de sensibilidad democrática por parte de una nueva generación de políticos que llegaron a mesa puesta, con el marco institucional edificado tras su enconada deliberación en el 78, está favoreciendo el giro autoritario y cesarista del presidente Sánchez. La carencia de escrúpulo democrático de su protagonista, favorecida por la intensa labor de este nuevo Goebbels de la propaganda, Iván Redondo, y una clase política, incluida una oposición poco sensible ante el edificio institucional que permite la convivencia, está convirtiendo a nuestro presidente en el artífice de la demolición del sistema político. Los independentistas y antisistema, por muy revoltosos que parezcan, son meros comparsas del fundador del nuevo régimen: el Sanchismo.

La nueva generación de diputados no conoce las razones por la que el estado de alarma, según la ley, se reduce a solo quince días, prorrogables tras su paso por el Congreso. Pero que éste le otorgue al Ejecutivo sesenta días de ampliación, en los que los derechos constitucionales no rigen, nos pueden acercar a la conclusión de que no sólo los deseos autoritarios de Sánchez son posibles por su exagerada ambición de poder, sino, también, porque la oposición, incluido Ciudadanos, un partido surgido con vocación redentora de nuestras taras democráticas, carece de la conciencia necesaria para defenderla. Si el presidente necesita de más días para luchar contra la pandemia que pase por la secretaría del Congreso a pedirla. Pues el congreso está para velar de los derechos de la ciudadanía frente al Poder. La enunciación de democracia es mera vocinglería cuando cada uno de los elementos que la hacen posible no se defienden. Empezando por los contrapoderes de Montesquieu.

Las habilidades de los políticos en el uso de las nuevas tecnologías para decir frasecitas ocurrente, y mucho menos los plúmbeos discursos, cada vez más bananeros, del presidente -retórica de cursillo en la  Jaime Vera-, leyendo línea a línea el telepronter, no esconden, sino destacan, la insuficiencia cultural de la gran mayoría de nuestros representantes, puestos en las instituciones por el sólo mérito de haber hecho la corte al jefe del clan en los pasillos. Un modelo de participación política en plena regresión al feudalismo.

Todo es manipulable por el poder, incluida la pandemia. Es cierto lo que manifiesta  Sánchez de haber realizado una gran parte de su programa. Gracias a los poderes obtenidos por la pandemia y los que se otorgó en el ejercicio desaforado del decreto ley apoyado por la horda de sus aliados subversivos, el presidente ha podido llevar a cabo muchas cosas. Otra cuestión, y además no le importa, es el número y graves concesiones que ha tenido que hacer a sus aliados. Lo suyo es el poder y más adelante ya verá, y de las vicisitudes de la gestión de lo público se aprovechan todas, hasta las calamitosas.

Que la pandemia es un trampolín de promoción política lo acaba de mostrar designando al ministro de Sanidad, en medio de la tercera ola y en el inicio de la campaña de vacunación, candidato a las elecciones catalanas. La mentira, de nuevo, ha resplandecido como el instrumento al uso, tanto Sánchez como Illa mintieron como bellacos en cuanto a esa designación. Nadie dudaba, visto algunos precedentes, que iban a aprovechar la popularidad que da los miles de muertos para ser candidato a la Generalitat. Es evidente que la sociedad padece ante la realidad unos niveles de enajenación política escandalosos. El mérito de este político ha sido el mentir en el número de muertos, buen aval para ser Honorable President.

Una vez controlado los medios de comunicación, desmoralizada la oposición bajo el mito de la superioridad moral de la izquierda -cuando el que puede incendiar el Reischtag (y echarle la culpa a la derecha) es el Gobierno Frankenstein- el gran pacto que se inició en una alianza para la expulsión del PP se va transformando en un bloque estratégico en disposición de alterar la democracia. Falta sacar a la calle a los sediciosos, atornillar un paso más a la judicatura, y diluir la monarquía previamente a su expulsión, para la proclamación pública de la alternativa al sistema constitucional del 78. Es decir, el bloque Frankenstein como bloque consolidado que brinde un nuevo sistema político para el presente siglo, sueño que en su día ya sugiriera Zapatero siendo presidente rememorando la peor cita de Jefferson.

El tema y tono empleado por Sánchez en una comparecencia para hablar de los logros de su Gobierno introduciendo a la Corona no tenía lugar. Primero, porque la Corona no forma parte de su Gobierno, y es precisamente en ese espacio Moncloa-Gobierno donde menos se puede plantear, aunque sea aparentando seguir el discurso del rey que no evita interpretar. En el Parlamento, tras una ponencia convenientemente constituida, podría salir un portavoz sobre el tema, pero que el presidente del Gobierno hable de la Corona desde su Gobierno connota una tutela y supeditación de la misma propia de la maleducada prepotencia de Hugo Chávez. Sánchez, en términos comparativos, es el primer ministro, y aunque el título de presidente da lugar a equívocos, tampoco puede ejercer de presidente de república y primer ministro, aunque lo deseara. Quizás está esbozando con ello el régimen autoritario que la futura constitución gestada por el bloque Frankenstein nos auspicia: el sanchismo con referencia en el peronismo.

De momento toca apechugar con la tercera ola, luego con el erial económico que la pandemia ha producido, luego con la subida de impuestos que no van a suponer mayor recaudación, con una Cataluña de nuevo nacionalista, con una Euskadi a su estela y, por si faltara poco, con un Marruecos amenazante rearmado por los Estados Unidos. Y es que uno no puede quedarse sentado cuando pasa la bandera americana, ni ir por Latinoamérica levantado el puño, ni enfervorecerse con el problema saharaui. Luego, los americanos nos dan la espalda. ¡Por favor! Que siga Gibraltar defendiendo nuestro flanco sur.