FÉLIX DE AZÚA-EL PAÏS

  • La falta de respeto es el aviso de que por lo menos una persona no les cree y no está sometida al opio, las prebendas o el dinero del poder

Algunos de ustedes quizás leyeran el domingo pasado un artículo del defensor del lector en el que una decena de suscriptores se quejaba de mis columnas y algunos pedían que me enviaran al motorista. La razón era que mostraba yo una actitud insultante ante algunas autoridades. En fin, que usaba la injuria en lugar del argumento. Algunas de las injurias que se citaban no me parecen tales, llamar “talluda” a una señora de 40 años, por ejemplo, o llamar “rancios ideólogos” a los chavistas, peronistas y separatistas, tampoco. Pero, en fin, es cuestión de gustos. No puedo, sin embargo, dejar de sospechar que lo que les molesta de verdad no es lo que llaman insulto (el cual nunca llega al tamaño del pasado presidente de la Generalitat que nos llama a los españoles “hienas”), sino más bien la falta de respeto hacia los dirigentes con quienes esos lectores se identifican. Y en eso debo darles la razón.

No sé yo la edad de esa decena de lectores, pero debo recordarles que he vivido bajo el franquismo y conozco demasiado bien el uso de la autoridad que gastan algunas personas sin derecho al respeto. De entonces me viene esa quizás censurable agresividad contra quienes hacen un uso abusivo, tramposo o embustero de su poder. Me recuerdan demasiado a los jefes del Régimen que entonaban una retórica adormecedora para cometer sus atropellos. La falta de respeto es, por así decirlo, el aviso de que por lo menos una persona no los cree y no está sometida al opio, las prebendas o el dinero del poder.

Otra cosa es el reproche de que no trato igual a la oposición. Es un argumento inane. A mí no me duelen tanto las majaderías de mis adversarios cuanto las de mi vieja familia política a la que voté durante 20 años. Luego nació Ciudadanos.