Isabel San Sebastián-ABC

  • Miles de jóvenes con el cerebro lavado vitorean a los «héroes» del coche bomba y el tiro en la nuca

«¡Los perseguiremos hasta el infierno!». «¡Se pudrirán en la cárcel!». Eso decían los socialistas, a la sazón en el Gobierno, en los años ochenta, noventa y dos mil. Eso declaraban sus líderes a los medios de comunicación. Eso prometían a los familiares de los asesinados en velatorios y funerales, entre abrazos hipócritas destinados a la galería. Porque ya entonces, siempre, mantenían abiertos canales de comunicación cordial con los cabecillas de la banda criminal, desde Antxón a Josu Ternera, a través de personajes siniestros como Jesús Eguiguren. Porque nunca creyeron que fuese posible derrotar policialmente a la serpiente, ni lo intentaron, ni cortaron esos contactos infames, por más muertos que los terroristas «pusieran sobre la mesa». Porque en el fondo, o

en algunos casos a calzón quitado, el sectarismo los situaba más cerca de ETA que de la Guardia Civil o el PP, aunque trataran de disimular a fin de salvar las apariencias. Hasta que llegó Zapatero y se quitó la careta con un proceso de rendición ignominiosamente disfrazado de «paz». Ahora su mejor discípulo, Pedro Sánchez, ha metido al brazo político de esa organización sanguinaria en su cama política y se dispone a culminar lo que empezó su maestro propiciando la excarcelación de los pocos pistoleros que aún permanecen presos. Ellos no tendrán problemas para llegar a fin de mes. El PNV, recogedor temporal de las nueces obtenidas merced a medio siglo de violencia, les proporcionará pesebres bien surtidos en los cuales abrevar. Y cuando llegue al poder Bildu/ETA, con el respaldo del PSE y lo que quede de Podemos (cosa que ocurrirá no tardando demasiado), serán condecorados con medallas pensionadas o nombrados asesores de alguien, espléndidamente pagados, a semejanza de los que rodean a la ministra Irene Montero. De momento, se les rinde homenaje por Navidad en las calles de Bilbao, Pamplona, Vitoria y Usúrbil, donde miles de jóvenes con el cerebro lavado vitorean a esos «héroes» del coche bomba y el tiro en la nuca. Con total impunidad. Con absoluto desprecio a las víctimas. Con nauseabunda naturalidad.

Sangro por mis heridas, sí. Porque durante años vi miedo en los ojos de mis hijos y me sentí horriblemente culpable por ser la causa de sus pesadillas. Porque los protagonistas de esos obscenos actos de exaltación nos robaron mucho más que la tranquilidad. Porque me recuerdo perfectamente a mí misma explicando a dos niños el motivo de los escoltas que acompañaban a su madre a resultas de una conducta que ellos difícilmente alcanzaban a comprender. Hablándoles de libertad, de dignidad, del deber de luchar para impedir que la tierra de sus abuelos les fuera arrebatada por quienes, en ausencia de argumentos, votos o razones, recurrían a la fuerza, la intimidación y el terror. Hoy solo puedo decirles que todo ese sufrimiento no ha servido de nada. Ha vencido la brutalidad, aliada a la traición, la cobardía y la amnesia. ¡Loor a los asesinos!.