JUAN CARLOS VILORIA-EL CORREO

  • Hay un elemento primario que une a Iglesias con Puigdemont: la república

El vicepresidente Pablo Iglesias compareció en televisión con un par de aretes en las orejas, el moño recogiendo la coleta y el ceño entre fruncido y astuto. Vestido para la ocasión de la puesta de largo del gobierno bipolar, justo al cumplirse un año de su abrazo con Pedro Sánchez. Ya le había lanzado algunos pulsos al socio mayoritario en el Consejo de Ministros. Se hizo la foto de los desahucios con Bildu, ERC y demás. Volvió a alinearse con ellos en el asunto de la comisión de investigación contra el rey Juan Carlos. Y otros rifirafes fallidos como el incremento del salario mínimo o el ingreso mínimo vital.

Pero en La Sexta, con ocasión de su rentré después de las vacaciones de Navidad y la gran nevada, dio el campanazo. Dijo que Puigdemont es más honesto que el exjefe del Estado que salvó la democracia en 1981. Que el jefe de los sediciosos del ‘procés’ es comparable a los exiliados del franquismo. Que los ricos en España son más malOs de lo que pensaba antes de ser vicepresidente. Que de Sánchez no se fía y que hay que indultar a los condenados por sedición aunque anuncien que lo volverán a hacer. Recitó todo los mandamientos del infantilismo político. Un cóctel de populismo y antisistema que Sánchez tiene que apurar si quiere seguir en la Moncloa. ¿Qué hay detrás de semejante descarga ideológica al inicio del segundo año del gobierno de coalición? Hay un elemento primario que une a Iglesias con Puigdemont: la república. Para Iglesias se ha convertido en una obsesión. Como para los independentistas. Hasta el punto de deslizar un mensaje tan antisistema como que el objetivo de conseguir la república /la independencia es moralmente superior al marco legal vigente.

Iglesias probablemente no acertó en las formas y el momento, pero su objetivo estaba claro. Ese era el mensaje que quería deslizar. Avanzar hacia la república y el desahucio de la monarquía parlamentaria sin pararse en frenos legales. Como intentó Carles Puigdemont (hasta el punto de joderse la vida (sic) por sus ideales). El infantilismo político de Iglesias que le lleva a entender la política como un juego de tácticas le obliga también a marcar territorio y diferenciarse de su socio socialista. Esta es la segunda derivada de su acción bipolar en el Gobierno. Y, en principio, al presidente Sánchez no parece preocuparle excesivamente porque calcula que los errores de Pablo son votos para Pedro. Pero quizás no valora que en la imagen de su Gobierno empiezan a pesar demasiado los derrapes de su vicepresidente segundo. Y que esa imagen de Gobierno descoyuntado en pleno cataclismo no es una buena inversión para las futuras urnas.