IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

Como suele ser habitual, la conveniencia política ha ganado a la coherencia económica. Veamos. El ministro José Luis Escrivá es el que más sabe de pensiones de todo el Gabinete y, también, de parte del extranjero. Cuando dirigía la AIReF e incluso antes, cuando encabezaba el Servicio de Estudios del BBVA, publicó numerosos informes y emitió muchas opiniones sobre los asuntos más relevantes de la sostenibilidad del sistema. La gran mayoría de ellos decían cosas muy sensatas y, en consecuencia, fueron recibidos con desagrado y ruidosa oposición por todos aquellos que odian dar malas noticias y que siempre prefieren cargar sobre los inabarcables hombros del déficit público el sostenimiento de nuestros insaciables deseos de gasto social.

Una vez ascendido al Consejo de Ministros, mantuvo sus ideas y llevaba meses anunciando una modificación de la base de cálculo de las pensiones para incluir en ella toda la vida laboral del perceptor, en lugar de los últimos ejercicios. Un ejemplo de coherencia. Es decir, un arriesgado ejemplo de coherencia. El fuego amigo no perdió el tiempo asegurando que tal intención suponía reducir las pensiones nuevas en más del 5% y que eso constituía una línea roja que no estaban dispuestos a traspasar. Entre esos muchos estaban todos sus compañeros comunistas de Gabinete. Pero no solo. Hay muchos ministros socialistas y mucha gente en el partido que consideran que no es el momento adecuado para dar a la ciudadanía nuevos motivos de enfado. Bastante tenemos ya con la desastrosa evolución de la pandemia, con el caos del desconfinamiento, con los retrasos en las vacunas y con los terribles errores de las estadísticas, como para añadir nuevos temas sensibles de desagrado.

Por eso ayer se cargaron su intención. La idea de calcular la pensión sobre toda la vida laboral dormirá el sueño de los justos y ocupará el enorme cajón en el que reposan las ideas razonables para los ciudadanos, pero incómodas para los gobernantes. El ministro perdió el día de ayer asegurando que donde dijo digo -lo oyó todo el mundo-, en realidad había dicho Diego (¿?). Pero no cuela. Han sido tantas las declaraciones efectuadas, tan variados los comentarios vertidos al respecto y tan nulas las matizaciones o negativas del ministerio, que no hay manera de arreglarlo. La idea tenía coherencia económica y ayudaba a mejorar el sostenimiento del sistema, pero ha caído bajo el peso insoportable de la conveniencia política. Esa que determina que no se debe molestar a quienes luego les vas a pedir el voto. Es terrible, pero es así. Y así será, porque esto no termina aquí.