TONIA ETXARRI-EL CORREO

  • El feminismo es transversal aunque le duela a la izquierda, le inhiba a un sector del PP y no lo comprenda la derecha de Vox
Si el lehendakari Urkullu no nos libera del confinamiento municipal hasta mañana martes, no es casualidad. Después del 8 de marzo. Con la intención de contener las tentaciones de desplazamiento de todas aquellas personas que quieran celebrar el Día Internacional de la Mujer. Unas manifestaciones que, a pesar del Covid, están permitidas en casi todos las comunidades. Madrid es la excepción porque la Delegación del Gobierno las ha prohibido por razones sanitarias perfectamente comprensibles. Tanto, que la propia vicepresidenta Carmen Calvo justifica la medida. No quiere volver a tropezar con la misma piedra del año pasado. La piedra del Covid que, en un 8 de marzo, infectó a miles de personas por no haber tomado las debidas medidas de precaución. Se exhibió músculo movilizador; cierto. Pero se pagó una factura muy elevada. ¿Cuántas vidas costó el 8-M del año pasado? Según un informe de FEDEA, si se hubiera decretado el confinamiento antes de aquellas manifestaciones se hubiera reducido un 62% de contagios. Y se hubieran evitado 23.000 muertos, según otro estudio de la Universidad Rovira i Virgili. Un año después de la tragedia sabemos más pero parece que no aprendemos.

El lehendakari ha podido mantenernos amarrados a nuestros municipios, o tener cerrados los bares y restaurantes hasta que la Justicia levantó la orden, pero dice que no puede denegar el derecho de manifestación. Por lo tanto, habrá desfile reivindicativo en casi todos los municipios. Por primera vez en todo este año de calamitosa gestión institucional, desde el Ministerio de Sanidad, ahora representado por Carolina Darias, se ha dicho algo sensato en pro del interés general: «no ha lugar» a manifestarse el 8-M. Por coherencia. Para evitar infecciones. Por lo tanto, si la situación sanitaria está todavía lejos de permitirnos una normalidad, como reconoció el lehendakari, no parece muy coherente que se nos diga que podemos manifestarnos pero poquito. Inconcebible. No hay otra explicación a esta bajada de guardia por un día que la de la presión de los lobbies políticos y sindicales.

La causa feminista ha ido cambiando. De la lucha por los derechos sociales y por la igualdad hemos pasado a polémicas leyes como la ‘trans’. De hecho, el feminismo tiene una brecha entre las ‘tradicionales’ y las ‘nuevas’ corrientes. Pero a estas alturas nos deberíamos librar ya de las etiquetas. Porque el feminismo es transversal, aunque le duela a la izquierda, le inhiba a un sector del PP y no lo comprenda la derecha de Vox. Sánchez ayer lo volvió a hacer: señalar a la extrema derecha, que tanto le retroalimenta, para recrearse en el victimismo. El feminismo no tiene por qué ser anticapitalista, como pretende la izquierda empeñada en recuperar la lucha de clases del siglo pasado. Se puede reivindicar a Clara Campoamor, la sufragista republicana que se autodefinió como liberal sin patrimonializar su memoria.

Lo que queda fuera de toda duda es que se puede ser feminista sin ser socialista

Pero la vicepresidenta Calvo marca su terreno. «No se puede ser socialista sin ser feminista». Y la ministra Montero utiliza un lenguaje bélico para señalar a la derecha que, según ella, ha situado «en la diana» a las mujeres. A ver, ministra: piense un poco, si puede. ¿Una mujer, por ser de derechas, está criminalizándose a sí misma? ¿O sólo las mujeres de izquierdas merecen entrar en el paraíso? Propaganda de brocha gorda para polarizar los bandos. Lo que queda fuera de toda duda es que se puede ser feminista sin ser socialista. Si lo sabremos unas cuantas.