TONIA ETXARRI-EL CORREO

Con el Covid desatado, los malos datos de la incidencia acumulada van a
obligar a endurecer las restricciones. El presidente Sánchez comparecerá este miércoles en el Congreso de los Diputados. Con su estado de alarma a punto de finiquito bajo el brazo. Se ha atrevido con muchas temeridades a lo largo de esta legislatura pandémica. Sabe que no puede volver a decirnos que ya hemos vencido el virus, como hizo el verano pasado. Pero necesita esparcir dosis de optimismo en el hemiciclo en plena campaña electoral de Madrid. Para atribuirse algún mérito. A la espera de que se despeje el panorama de la inmunización y de que lleguen los Fondos Europeos.

Si transmite la idea de que ya no necesitamos un estado de alarma, propaga una imagen de bienestar aunque todo sea cartón piedra, virtual o ‘fake’. Pero ahí queda. Pablo Casado le pedirá pactar una reforma jurídica alternativa, una ley de pandemias, algún instrumento que otros presidentes autonómicos como el lehendakari Urkullu reclaman para poder actuar sin topar con la justicia. Pero Sánchez arremeterá contra el banquillo del centro derecha (del que ha excluido ya al menguante Ciudadanos) por el mero hecho de criticar. Que nadie le distraiga, ahora. Está centrado en la batalla de Madrid, que se la toma como una primera vuelta de las elecciones generales. Igual que Pablo Casado, que intenta beneficiarse del imán que está teniendo Isabel Díaz Ayuso.

Pero el candidato socialista, «serio, soso y formal», no está teniendo el tirón necesario. Gabilondo no provoca rechazo pero no moviliza. De ahí que Sánchez haya bajado a la arena para rodear a la popular Díaz Ayuso por el flanco que le deja libre su exvicepresidente Pablo Iglesias. Campaña contra la candidata del PP, incluso desde su paseo por África. Los sondeos le indican que la presidenta del Gobierno de Madrid podría doblegar al PSOE superando la mayoría absoluta con un Vox disminuido y gracias a la desaparición de Ciudadanos. Por eso se aferra a la foto de Colón.

A Gabilondo se le nota incómodo cuando tiene que decir que «el riesgo de morir por Covid es un 54% mayor en Madrid». No le sale la frase de corrido. Balbucea. Pero ya han azuzado el combustible. El inquilino de La Moncloa se ha tenido que rendir a la evidencia después de que Angela Merkel fuera más allá que Isabel Díaz Ayuso negociando la vacuna rusa y ver que la Comisión Europea dijera que no tenía nada que objetar a movimientos unilaterales si son complementarios. Primera lección: hay que moverse con criterios sanitarios.

La salud escasea y la economía se desangra pero algunos de nuestros políticos se entretienen en cruzadas ideológicas. Lo de Vallecas no fue un enfrentamiento. Fue un ataque a Vox. Los policías que estuvieron cubriendo ese acto lo cuentan a todo aquel que tenga interés en saber qué pasó. Pero no es cómodo enfrentarse a la versión de los CDR de Podemos. ¿O es miedo?

La mitad del Gobierno de La Moncloa no condenó los ataques. La otra mitad los justificó y alentó. ¿Cuándo se empezaron a perder los valores cívicos? Algún virus extra tiene esta sociedad si admite que la mera existencia de la tercera fuerza política del Congreso es «provocadora». A Vox se le hacen ‘cordones sanitarios’ en los parlamentos vasco y catalán. A Bildu se le extiende la alfombra roja del socio preferente. Sin que hayan tenido que condenar la violencia de los crímenes de ETA ni la corrupción de sus impuestos terroristas. Serán los efectos colaterales de la politización de la pandemia. Pero no vamos bien.