JUAN CARLOS VILORIA-EL CORREO

  • La imagen de Pablo Iglesias como chico de Vallecas se deterioró a velocidad sideral

Pablo Iglesias eligió una figura de la tradición judaica, el chivo expiatorio, para ofrecer de sí mismo una imagen de víctima inocente sobre la que el colectivo ha cargado injustamente las culpas. El Día de la Expiación el rabino ponía sus manos sobre la cabeza del animal traspasándole las culpas de todo el pueblo. Luego el chivo expiatorio era abandonado en el desierto. Queda muy bíblico. Pero la figura de Pablo Iglesias en la noche del 4 de mayo recuerda más aquella sentencia muy popular entre los grupos de rock salvaje del siglo pasado: «vive deprisa, muere joven y deja una bonito cadáver». De alguien que deslumbrado por el éxito fulgurante, la fama y el aplauso se entrega a una carrera frenética hacia un estrellato que para él ya no tiene límites. Prescinde del resto del grupo fundador -de los Errejón, Bescansa, Espinar…-, celoso de su liderazgo, y solo se confía a su guardia de corps. Chalé con piscina, coche, chofer y escolta. Medios aduladores y el partido al servicio de la estrella. Comete el error de entrar en el Gobierno de coalición como vicepresidente y nombra a su compañera ministra también. Su imagen de chico de Vallecas que solo piensa en la gente se fue deteriorando a velocidad sideral. Con el ego desatado, solo la adrenalina de la épica contra un enemigo poderoso le podía satisfacer.

Desde el Gobierno se dedica a hacer de oposición y agitar el fantasma de la extrema derecha. Y va perdiendo el sentido de la realidad. Ya no sabe si está en San Petesburgo en 1917, sentado en las Cortes de la República o combatiendo el fascismo en la Italia de entreguerras. Aunque por su estética parecía que su modelo era ‘Novecento’ de Bertolucci. Una película. Ya se lo dijeron sus propios excompañeros cuando quiso fusionarse con Más Madrid. Que la política no es una serie. Que no se puede afrontar con golpes de guión y sobreactuaciones para hipnotizar a los espectadores. En una de las últimas entrevistas a un periódico italiano se ponía a la altura del legendario líder comunista Enrico Berlinguer, el padre del eurocomunismo y del compromiso histórico con la Democracia Cristiana. Tan orgulloso de sí mismo y sin reparar en lo tóxico que ha sido para la vida política española.

Pero en su carrera desesperada, y necesitado de mayores dosis de estimulante, decide afrontar el último ‘concierto’: las elecciones frente a Ayuso. Horas antes de que hablaran las urnas predijo que ganaría la izquierda y que la derecha iría a tomar la Puerta del Sol como los que en Washington arrasaron el Capitolio. Su contacto con la realidad estaba ya bajo mínimos. Una carrera corta pero intensa. Llena de adrenalina, el narcótico de los egos. Y, finalmente, el último acto con el público ya silbando o abandonando la sala porque el artista está acabado.