Vicente Vallés.El Convidencial
- La labor de oposición consiste en oponerse cuando hay que hacerlo –a menudo– y apoyar cuando corresponde, pocas veces, pero importantes y definitorias. En estos días, correspondíar
En los años 80, tuvo gran éxito una serie británica titulada ‘Yes, Prime Minister’, que narraba con un sentido del humor casi cáustico los secretos del número 10 de Downing Street, la residencia del primer ministro del Reino Unido. En uno de sus capítulos, uno de los personajes lanza una máxima cargada de cinismo y de verdad: “La diplomacia se ocupa de que sobrevivamos hasta el próximo siglo; la política se ocupa de que sobrevivamos hasta el próximo viernes por la tarde”.
Esta semana, la crisis diplomática con Marruecos nos ha permitido ver dos versiones de Pablo Casado. El martes, en plena avalancha de niños marroquíes sobre Ceuta, el líder de la oposición supo que era el momento de ponerse la gorra de diplomático, porque había que ayudar al Gobierno a que España sobreviva hasta el próximo siglo. Ese día, Casado llamó al presidente Pedro Sánchez y le ofreció el apoyo del PP. Es lo que se espera de un hombre de Estado.
Sin embargo, apenas 24 horas después, en una más de las inútiles y desalentadoras sesiones de control al Gobierno, Casado se puso a destiempo la gorra de político. Creyó, equivocadamente, que ya tocaba desmarcarse de Sánchez para que el PP sobreviviera hasta el viernes por la tarde. El cortoplacismo, como la burocracia, tiende a destruir las buenas ideas.
Al líder de la oposición le debió parecer que el sentido de Estado se le podía ir de las manos e inició una larga retahíla de bofetones
Casado empezó muy bien su intervención ante el hemiciclo recordando su llamada telefónica al presidente “para decirle que tiene nuestro apoyo para garantizar la soberanía nacional en Ceuta y en Melilla y la integridad territorial de nuestras fronteras”. Es, precisamente, lo que, con la diligencia que otras veces no se ha tenido, hizo el presidente del Gobierno en las difíciles horas vividas en esos días. Pero, de inmediato, al líder de la oposición le debió parecer que el sentido de Estado se le podía ir de las manos e inició una larga retahíla de bofetones. Todos ellos, basados en hechos reales, pero extemporáneos cuando España se encontraba todavía en medio de una crisis diplomática de primer nivel y de muy difícil solución. Las verdades lo son siempre, pero hay que elegir bien el momento para exponerlas o pueden volverse en tu contra.
La intervención derivó en un remate final, en el que Casado rompía cualquier opción de que la mano tendida fuese creíble: “Ha demostrado que le queda grande el Gobierno”. Y Sánchez encontró con facilidad la réplica que desmontaba a su oponente: “No me ha quedado claro: ¿usted apoya al Gobierno de España o no apoya al Gobierno de España?”. Tocado, si no hundido.
El naufragio del líder de la oposición resultó tan evidente que se dio cuenta hasta el propio afectado, porque el agua le llegaba más arriba del cuello. Así, horas después se quiso hacer presente de nuevo ante los medios de comunicación para reconducirse a sí mismo y asegurar que “el PP siempre estará ayudando al Gobierno de España frente a cualquier agresión que venga del exterior”. Pero, a la mañana siguiente, se arrepintió de su última versión, dio otro vuelco a su discurso y recuperó la aspereza mostrada en el Congreso. Un lío.
Las prisas y el temor se han adueñado de los despachos de Génova tras la importante y rotunda victoria en las madrileñas
El mejor baremo para medir la calidad de un líder de la oposición es, precisamente, comprobar cómo el líder de la oposición gestiona su baremo. Porque ejercer la labor de oposición no consiste en preguntar al Gobierno qué es lo que propone para oponerse a ello, sin más. Consiste en oponerse cuando hay que hacerlo –lo que ocurrirá a menudo– y en apoyar, cuando corresponde, pocas veces, pero importantes y definitorias. Y en estos días pasados, correspondía. De la misma manera que, una vez se supere la crisis, lo que corresponderá será hacer la enumeración de los muchos, graves y temerarios errores cometidos por el Gobierno, antes y durante la crisis, y en exigir factura por ellos de forma contundente. Pero, todo a su tiempo.
Las prisas y el temor se han adueñado de los despachos de la sede del PP en la calle de Génova después de la importante y rotunda victoria en las elecciones madrileñas. Pero las prisas tienden a dar malos consejos, como bien señala el refrán español. Prisa, por debilitar a Pedro Sánchez. Y temor a que Vox crezca, con Santiago Abascal haciéndose fotos con legionarios en Ceuta.
Modular el tipo de oposición que se ejerce es la tarea fundamental de quien pretende ofrecer a los ciudadanos un proyecto alternativo. Hace casi veinte años, Felipe González compartió un acto público con el entonces recién llegado secretario general del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero. Ese nuevo líder socialista generaba dudas sobre su verdadera capacidad como alternativa al gobierno de José María Aznar. Y González, en su papel de jarrón chino de su partido, noqueó a Zapatero con una frase que dio para muchos comentarios: “Está por ver que en el PSOE hay un nuevo proyecto con contenido e ideas”. Cámbiese PSOE por PP y aplíquese a lo que ocurre en nuestros días. La duda es pertinente.