Cristian Campos-El Español
Este miércoles cumplí con esa tradición anual consistente en comparecer frente a un grupo de estudiantes de periodismo de la Pompeu Fabra, esos miuras resabiaos con tendencia al derrote, la cornada traicionera que da el toro levantando la cabeza con un cambio brusco de dirección.
Vamos, que sólo parecen estudiantes hasta que abren la boca y te meten la corná. «Me ha acuchillao, doctor, este toro me ha acuchillao las entrañas» le decía yo a Toni Sust, periodista de El Periódico de Cataluña, anfitrión de la corrida y profesor de la asignatura Generos de Opinión. En realidad no se lo decía, pero lo pensaba.
El tema del día, que además era literalmente el tema del día, fue el de los indultos a los líderes del procés.
Un servidor, que no se tomaría una cerveza con su personaje pero sí con el yo real que hay detrás de él, tiene la costumbre de situarse en el marco mental del tipo que tiene enfrente con el objetivo de buscar un terreno común que no me obligue a mí a sentirme incómodo defendiendo cosas que no pienso (ni a él a darme una hostia).
No se trata del centrito centrado, como ridiculizan esos palomos de red social que sólo han ganado batallas en el Call of Duty, sino de una elemental regla de cortesía democrática.
El problema aquí, lo entenderán enseguida, es que ese terreno común no existe en este caso concreto. Porque donde mi personaje ve en lo que ocurrió en 2017 un golpe de Estado, y mi yo real un golpe contra el orden constitucional que ninguna razón de Estado permitiría jamás («la patria se debe defender siempre con ignominia o con gloria, y de cualquier manera estará defendida» dijo Nicolás de Maquiavelo), en Cataluña se ve, en el mejor de los casos, como un órdago democrático situado fuera de lo legal, pero en el terreno de lo legítimo. Es decir, de lo que no es legal, pero debería serlo.
Como en el terreno de lo teórico no nos vamos a encontrar nunca, y en el terreno de lo emocional nos vamos a matar, lo suyo es buscar el acuerdo en el terreno de lo pragmático. Dicho de otra manera, ¿servirán o no servirán los indultos para que Cataluña se ponga a trabajar de una vez, asuma su papel de motor de la economía española y gestione con éxito el duelo por esa república que no verán jamás sus ojos?
Es decir. Pelillos a la mar, tú te comes tu ira, yo me como mi rabia, y aquí no ha pasado nada. Como en el 78.
Pero también aquí hay discrepancias. Porque ellos creen que los indultos serán la válvula que permita aliviar la presión y yo pienso que también… pero sólo a corto plazo y hasta que aparezca en lontananza un nuevo ciclotímico como Carles Puigdemont o un nuevo iluminado beato como Oriol Junqueras y la matraca arranque de nuevo.
También estoy convencido yo de que no pasarán más de 24 horas tras la excarcelación de los presos hasta que alguien comience de nuevo a dar la vara con la autodeterminación.
Ya lo están haciendo ahora, de hecho, y ni siquiera se han concedido aún los indultos. Quiero decir, que allí donde una elemental sabiduría vital aconsejaría a los líderes catalanes cerrar su bocaza (ante la evidencia de que en Moncloa gobierna alguien que les regalaría hasta la Giralda a cambio de sus votos en el Congreso), en Cataluña la cosa se analiza como «el presidente duda, así que vamos a arrinconarle con declaraciones que no llevan a nada, pero calientan al personal, a ver si se arrepiente y nos manda a paseo».
A los estudiantes les suele llamar también mucho la atención (por no decir exasperar) eso del personaje. ¿Cuál es el yo real? ¿El de Twitter, el de las columnas o ese tipo con el que están hablando en vivo y en directo? Es llamativo que una generación tan líquida, tan antidogmática, se lleve tan mal con el periodismo fluido.
La respuesta es que Twitter es una hipérbole del periodista de las columnas, que es a la vez una versión instagrameada del periodista real. Es decir, que la cuestión es más de forma que de fondo, más de tono que de tonada. Como decía Marshall McLuhan, el medio es el mensaje. Twitter pide sangre, las columnas son agua oxigenada (duelen, pero curan) y la vida real exige trankimazines, masajes y música de ascensor porque la alternativa es una guerra civil.
Como cada año, salió también en la charla el tema del sexo y el género por cuenta de esa batalla entre el feminismo tradicional (el del PSOE) y el feminismo queer (el de Podemos, la CUP y otros que tal). Mi tesis es la que ya he expuesto en algún artículo: si, como pretende el movimiento queer, el género es electivo y no existen diferencias esenciales entre hombres y mujeres, entonces el feminismo no tiene sentido y las mujeres, como ente desemejante al hombre, no existen ni tienen futuro.
Y eso, llevado a su conclusión lógica, conduce a que los hombres ganen todas las medallas en las competiciones femeninas, acaparen las ayudas y los privilegios legales que el Estado reserva para las mujeres en base a la discriminación positiva, e incluso se apoderen de pronombres y paritorios. Mirémoslo así. Biológicamente, una mujer puede hacer todo lo que puede hacer un hombre y un hombre todo lo que puede hacer una mujer… excepto parir. Pero si con la teoría del género electivo también los hombres paren, ¿qué espacio propio le queda a las mujeres distinto al de los hombres?
Un último detalle. Año tras año, promoción tras promoción, me encuentro con lo mismo. Ellos preguntan a bocajarro y dando su opinión sin ambages («¡Barcelona no es provinciana!») mientras ellas utilizan esa táctica agresivo-pasiva consistente en incluir su conclusión en la pregunta, a ver si cuela («¿por qué estás en contra de la diversidad lingüística?» en vez de «¿qué opinas de la diversidad lingüística?» o la opción intermedia «pues yo estoy a favor de la diversidad lingüística»).
Dicho de otra manera. Ellos te plantean un debate, pero colocándote a su mismo nivel, mientras ellas te obligan a responder a la defensiva, es decir, con ellas por encima de ti. Mi personaje de Twitter diría que ahí puede verse a la naturaleza humana apisonar el condicionamiento social, pero para qué abrir un nuevo melón.
En conclusión. Serán excelentes periodistas (colmillo tienen, eso está claro) y se acordarán de este artículo cuando, con 47 años a cuestas y como jefes de la sección de Nacional o de Opinión de su diario, se enfrenten a las preguntas de su propia horda de estudiantes resabiaos.
Que recuerden, eso sí, que los zoomers de hoy serán los boomers de mañana para los xoomers, los floomers o cómo coño se llame la generación de los estudiantes de periodismo de 2045.