La Diada que cada 11 de septiembre venían conmemorando los catalanes en recuerdo de una derrota de hace 307 años frente a Felipe V se ha ido convirtiendo en una fiesta exclusivamente independentista. Parece irremediable, del mismo modo que sería puro voluntarismo devolver el Aberri Eguna a su significación antifranquista y más unitaria de la Transición. Pero al excluir a los demás de la celebración, ésta tiende a volverse en un espejo cruel que revela las fallas independentistas una vez que los celebrantes dan por descontadas sus virtudes. La convocatoria de una manifestación móvil -no quieta- por parte de la ANC, Òmnium Cultural y la Asociación de Municipios Independentistas para hoy trata de alcanzar «los seis dígitos» de participación en Barcelona -de 100.000 personas para arriba-. Pero las dudas mostradas por sus organizadores sobre la determinación o no de tramos de concurrencia a la marcha para evitar aglomeraciones parece toda una metáfora de lo que ocurre en esa parte de Cataluña políticamente mayoritaria.
El independentismo se dispone a recuperar calle en la Diada de hoy, sobre todo frente a la pandemia. Pero se presenta más dividido y desnortado que en las ediciones de los diez últimos años. La Medalla de Honor del Parlamento autonómico que ERC, Junts y la CUP decidieron conceder a las «víctimas de la represión» del 1-O en la «causa general» seguida por el Estado español ha sido rechazada por ‘represaliados’ que no admiten simbolismos sin acciones. Laura Borrás, que ejerce de presidenta de ese Parlamento como si fuese la plataforma que se le debe a Junts, ha advertido a Pere Aragonès de que hay una alternativa a la mesa de diálogo: la unilateralidad. El Gobierno de la Generalitat se ha empantanado en la ampliación del aeropuerto de El Prat, generando una suerte de plebiscito sobre La Ricarda. Entorno natural del que la mayoría de los catalanes ha tenido noticia porque nadie puede eludir la pregunta. Y el presidente de Junts, Jordi Sànchez, ha puesto a rodar el supuesto de que los independentistas rechacen al unísono las Cuentas de Pedro Sánchez para 2022. Nunca antes la Generalitat se mostró tan dependiente como en estos momentos, cuando su Gobierno está supeditado a lo que otros dicten desde dentro o desde fuera de Cataluña.
Si la comunión independentista no fuese inexorable para los deudores del 1-O, cabría concluir que estamos en vísperas de un cambio de alianzas en Cataluña. Que tras la Diada se dará paso a otra mayoría parlamentaria, menos identitaria y más política. Léase con el PSC y los ‘comunes’. Pero la movilización de hoy es en realidad un argumento disuasorio para que Aragonès no se independice de la independencia, y a ERC no se le ocurra aventurarse por libre. Aunque tampoco hay ningún peligro de que eso pase. Las cadenas forman parte de la propia identidad.