Al hilo del estreno en Zinemaldia del último filme de Icíar Bollain expuse mi convicción de que no se debe hablar de una película sin haberla visto y que por esa razón me limitaría a hablar de los personajes, que tiempo habría para escribir de cine cuando viera la película. Lo hubo. Fue el lunes, 4 de octubre, en una sala en la que estábamos cuatro personas. La proyectaban simultáneamente en otros dos cines de Bilbao, aunque tuve la mala fortuna de que Arcadi Espada, sin embargo amigo, ya había escrito sobre ella la víspera, en su jornal del domingo, ‘Disparó la pistola, Maixabel’. Era una pieza de extraordinaria precisión que ponía en el centro de la narración las conversaciones entre víctima y victimario y, dentro de ellas, la pregunta clave de Maixabel Lasa: “¿Tú sabías que mi marido fue de ETA?”
La pregunta es lo más relevante de la película porque revela hasta qué punto las víctimas son capaces de interiorizar los móviles de los asesinos. En el mismo campo moral hemos oído algunas veces expresiones de parecido jaez: “¿Por qué a él, si hablaba euskera?” La viuda proporciona al asesino alguna razón más sobre la inadecuada elección de víctima en la persona de su marido: estuvo en la cárcel cuando lo del proceso de Burgos y ya de gobernador civil luchó contra el terrorismo de Estado y contribuyó a la caída de Galindo.
Digamos en estos primeros compases lo que me gusta de la película. Icíar Bollain tiene pulso de cineasta y acertó plenamente en la elección de la actriz que iba a interpretar a Maixabel. Blanca Portillo está en estado de gracia. También está bien Luis Tosar encarnando a Ibon Etxezarreta, aunque físicamente se corresponde poco con él, basta ver el documental de Jon Sistiaga ‘Zubiak’. La cámara sigue al preso desde que sale de la cárcel de Nanclares hasta que regresa a ella por la noche. Mientras, se encuentra con Maixabel Lasa en una sociedad gastronómica, donde ella le cocina un pescado que ambos comen, acompañándolo de una botella de blanco, al tiempo que hablan del perdón que él no quiere pedirle a ella porque comprende que lo suyo no tiene perdón. Los guionistas no han querido silenciar sin más los otros tres asesinatos en los que participó, pero se ahorran palabras. Se ve al antiguo etarra al volante de su coche pasando frente a la empresa Korta, en Zumaya, a cuyo propietario, José María Korta, asesinó el 8 de agosto de 2000; junto a El Diario Vasco, a cuyo director financiero, Santiago Oleaga, acribilló a tiros el 24 de mayo de 2001 y en la entrada a Leaburu, donde su comando tiroteó al ertzaina Mikel Uribe el 14 de julio de 2001, pero estos planos deben interpretarse como guiños para entendidos.
Arnaldo Otegi también expresó su opinión antes de ver la película. Él conocía la historia y solo quería hablar de los personajes. Y en declaraciones a El Diario Vasco, dijo: “Tengo un enorme respeto por Maixabel Lasa y por su hija. Me parece gente que ha sido capaz, desde su sufrimiento, de tener una actitud muy constructiva y muy respetuosa con todo lo que ha sucedido en el país”.
Así le gustan a él las víctimas, por lo visto. ¿Cómo fue su actitud de constructiva y respetuosa? Alguno de sus camaradas llamó a la familia de Gregorio Ordóñez después del crimen: “Devuélvenos la bala. La necesitamos”. Otegi, portavoz parlamentario de Euskal Herritarrok, se cruzó en la cafetería de la Cámara Vasca el 23 de febrero de 2000 con los parlamentarios socialistas, a cuyo portavoz, Fernando Buesa, había asesinado ETA la víspera. No les dirigió la palabra ni la mirada. Estas son dos muestras de la actitud ‘constructiva y respetuosa’ de Arnaldo Otegi y sus cómplices con todo lo sucedido en el país. Él pondera el comportamiento ejemplar de Maixabel y su hija, pero no condenó en su día el asesinato de Juan Mari Jáuregui. No había razón alguna para que hiciera con él una excepción: no ha condenado ninguno de los otros 857 asesinatos de la banda terrorista.
En lo puramente personal, Arnaldo Otegi participó en cuatro secuestros: el del empresario Luis Abaitua, a quien mantuvo diez días en un zulo de Elgoibar y con quien jugó a la ruleta rusa; el de Javier Artiach, el de Gabriel Cisneros y el de Javier Rupérez. Seguramente a sus secuestrados los preferiría con síndrome de Estocolmo, pero en esto no tuvo mucha suerte. Rupérez escribió un libro de memorias, ‘Secuestrado por ETA’, en cuyo capítulo 1º se reproduce la confesión de la miembro del comando Françoise Marhuenda, que identifica a Arnaldo Otegi, ‘el Gordo’, como uno de los secuestradores, detallando las armas que se repartieron entre ellos.
A la declarante y a Otegi les tocaron dos pistolas Browning F/N 9 mm Parabellum. También declaró que en el caso de que se presentaran complicaciones durante la operación, habían decidido ‘ajusticiarlo’. Este tipo, en fin, es hoy un socio político del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez Pérez-Castejón.
Dos datos adicionales. Tras el asesinato del ertzaina Uribe, la Policía autonómica vasca convocó una manifestación de protesta en la plaza de Leaburu, su pueblo natal, frente al Ayuntamiento. Sólo acudieron ertzainas, ni un solo vecino del pueblo. En Legorreta, localidad natal de Juan Mari Jáuregui y Maixabel, el Ayuntamiento condenó su asesinato con los cinco votos de los concejales del PNV. Los cuatro de Euskal Herritarrok se abstuvieron, entre ellos Beñat Jáuregui, sobrino carnal de la víctima. El buen pueblo vasco que tanto desvió la mirada durante el medio siglo de la vergüenza, se afanaba al final de la película en la representación de un relato tan consolador como falso: el asesino y la viuda y los amigos de la víctima cantan juntos una canción Xabier Lete en euskera, que estas cosas unen mucho. También la serie ‘Patria’, basada en la novela de Fernando Aramburu, se resuelve en la bondad de dos mujeres, la viuda de la víctima y la madre del asesino, para poner la gota de melaza capaz de edulcorar todo el conjunto. Este pueblo, tan distraído antaño, necesita una buena imagen de sí mismo. Por eso gusta tanto de mirarse en el espejo de Maixabel.
Pequeña addenda. Guillermo Gómez-Ferrer Lozano publicó en El Español una muy juiciosa tribuna.