- Lamo de Espinosa, uno de los intelectuales más reconocidos de España, se pronuncia a tumba abierta y con rigor sobre aspectos cruciales de la actualidad nacional e internacional
Emilio Lamo de Espinosa es uno de los intelectuales más reconocidos de España. Catedrático de Sociología, ha sido director-fundador, primero, y presidente, después, del Real Instituto Elcano, es académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y un ensayista prolífico y de reconocido prestigio. Su último éxito ha sido ‘Entre águilas y dragones. El declive de Occidente ‘, galardonado con el premio Espasa de ensayo 2021, en el que ofrece una panorámica de los grandes desafíos mundiales en el contexto del declive de Occidente y con una remisión contundente a la situación de España. El próximo día 22 se presentará la obra en la Academia a la que pertenece con la participación en el acto de la catedrática de Derecho Internacional Público Araceli Mangas y el exministro de Asuntos Exteriores Josep Piqué, bajo la presidencia del director de la entidad, Benigno Pendás. El autor —que durante los años ochenta del siglo pasado colaboró con el Gobierno socialista de González, especialmente con Alfredo Pérez Rubalcaba— en esta entrevista con El Confidencial se pronuncia a tumba abierta y con rigor sobre aspectos cruciales de la actualidad nacional e internacional.
PREGUNTA. Afirma usted en su ensayo que el “futuro de España está fuera de España”, pero ¿dispone nuestro país de una política exterior de sólidos acuerdos y fuertes aliados?
RESPUESTA. Desde la transición, nuestra política exterior se ha afianzado en lo que llamo un ‘consenso euro-atlantista’, es decir, un acuerdo PSOE-PP de incorporar España a dos grandes paraguas multilaterales: la OTAN y la UE. Una alianza política y otra de seguridad. Pero hete aquí que los dos están hoy en horas bajas; no olvidemos que Trump declaró la OTAN obsoleta y puede volver a gobernar, y Macron aseguraba hace poco que estaba en “muerte cerebral”. Y la capacidad de la UE para generar una política exterior y de seguridad creíble la estamos viendo estas semanas. Así pues, deberíamos reforzar lo bilateral para compensar el deterioro de lo multilateral, pero tampoco tenemos fuertes aliados, al contrario, estamos perdiendo muchos de los que teníamos, y pensemos en la deteriorada relación con Estados Unidos, el peso decreciente en América Latina e incluso en Europa, o la penosa relación con el Magreb.
P. ¿Qué significación atribuye a las decisiones del Gobierno en la crisis de Ucrania? ¿Se recuperará la sintonía perdida con los Estados Unidos y repercutirá sobre la congelación de nuestras relaciones con Marruecos?
R. Sin duda, Sánchez está aprovechando la crisis de Ucrania para mejorar las relaciones con Estados Unidos, de lo que me congratulo, pues son y seguirán siendo insustituibles. Pero el daño realizado es enorme desde la vergonzosa retirada de Irak, y las posiciones españolas sobre Cuba o Venezuela tampoco ayudan nada. El resultado, por ejemplo, lo vemos en el caso de Marruecos, que parece tener hoy mejor interlocución con USA que nosotros. El Gobierno actual tiene no una sino dos políticas exteriores, la formal y oficial, y la informal y oficiosa, desarrollada por el anterior vicepresidente, el grupo de ministros de Podemos o el expresidente Zapatero, y eso no da mucha seguridad. Cuando Biden desea hablar con los europeos, el único país importante que queda fuera es España. ¿Será porque es el único que tiene a los comunistas en el Gobierno?
P. ¿Resucita la amenaza de Rusia sobre Ucrania y las condiciones que impone Vladímir Putin para resolver el conflicto la Guerra Fría que creímos periclitada en 1989-1991? ¿Detecta en Putin nostalgia de la URSS?
R. Por supuesto. Putin aseguró que la caída de la URSS fue la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX, y trata de regresar a 1997, antes de las ampliaciones de la OTAN. Rusia es un país sin fronteras naturales, muy sencillo de invadir aunque imposible de ocupar por su tamaño. Ya Catalina la Grande decía que el mejor modo de defender las fronteras de Rusia era expandiéndolas. Putin cree que necesita lo que llaman “profundidad estratégica”, es decir, en lenguaje llano, un cordón exterior de países satélites, un Imperio. Ya lo tiene al este, en los ‘kanes’, y ahora quiere recobrarlo al oeste. Y, de paso, recobrar también la reputación de potencia global, hablar de tú a tú con USA. Obama declaró que Rusia era una potencia regional, europea, y Putin está tratando de demostrar lo contrario, que es global, y para ello se comporta como un matón, un ‘bully’. Pero Rusia tiene un PIB como el de Italia y gasta en defensa lo que el Reino Unido, tres veces menos que Europa, y 10 veces menos que USA. Sin embargo, Putin sí sabe activar y sacar partido a sus escasos recursos, incluido el chantaje del gas sobre la UE. Es un buen lector de Maquiavelo y se comporta con el cínico realismo de un príncipe del Renacimiento.
P. Cuando se explaya en su ensayo sobre el declive de Occidente, ¿incluye como factor determinante una cierta decadencia de Estados Unidos, que gana guerras pero pierde las paces, como ha ocurrido en Afganistán?
R. Estados Unidos es, y seguirá siendo varias décadas, una gran potencia, pero ha perdido la hegemonía, y lo sabe. El poder es relativo, un juego de suma cero, agónico. Si uno gana, el otro pierde, irremisiblemente. Y el ascenso de China, fulminante e imparable, implica un declive relativo del poder USA, que no tiene por qué ser un declive absoluto, no tiene por qué ser una decadencia. En el libro, detallo los numerosos activos que tiene USA en territorio, ubicación, población, innovación, y ‘soft’ y ‘hard power’. Enorme. Incluso autonomía energética. Hoy, el principal problema de USA (y de nosotros) es su salud democrática interna, el muy preocupante grado de polarización que vive. El asalto al Capitolio puede ser solo un primer capítulo y no un estallido aislado. El expresidente Carter ha dicho que Estados Unidos está cerca de una guerra civil. Confiemos en que se equivoque.
P. Avanzan los populismos, ¿es una tendencia imparable o una coyuntura histórica breve? ¿Cómo se produce en España ese signo de los tiempos? ¿Mediante la implantación de partidos en los extremos del espectro político?
R. Creo que la palabra ‘populismo‘ empieza a ser uno de esos conceptos mal diseñados que juntan cosas que deben separarse y separan cosas que deben juntarse. Un estereotipo mas que un concepto. Hay muchos tipos de populismos y meter en el mismo saco a Salvini o Le Pen o Trump con AMLO o Maduro creo que no ayuda. Lo que está claro es que hay una crisis de las democracias, que pierden legitimidad por falta de eficacia debida en buena medida a la globalización. Y ello por dos razones. Una: la globalización une a los globalizados pero los separa del resto, y las sociedades se han dualizado y escindido entre quienes están conectados en cadenas de valor o de información transnacionales, y los territorializados, los ‘left behind’, que reaccionan regresando a sociedades pasadas y míticas. Y dos: los Estados no son capaces de resolver los problemas que tiene la población porque esos problemas son globales y solo se pueden abordar conjuntamente. La falta de gobernanza global se traduce en deterioro de la gobernanza local. Y los populismos piden soluciones que los Estados no pueden dar. Detrás de ello hay un inmenso déficit de pedagogía política y, por lo tanto, ciudadanías muy inmaduras, casi infantilizadas. Las redes sociales, que están fragmentando el espacio público, tienen mucho que ver en todo esto.
P. Afirma usted que la “geografía es la historia”, ¿en qué manera la nuestra determinará nuestro futuro, lo que usted también denomina “mundo emergente”?
R. En la geografía se está y por la historia se pasa, le gusta decir a Josep Piqué. Tiene razón. Los españoles llevamos siglos en el mismo sitio: al sur y al oeste del corazón de Europa, frontera con el mundo islámico. Una posición marginal, que la ampliación de la UE (al norte y este) reforzó. Durante unos minutos, cuando Europa se proyectó sobre el Atlántico, pasamos a ser centro. Pero nuestra condición fronteriza con África vuelve a ser determinante. El Mediterráneo no es un Mare Nostrum sino la gran frontera de la humanidad, una frontera de 4.000 km con 22 países que es al tiempo frontera religiosa y cultural, frontera política (con Estados fallidos o totalitarios al sur), frontera demográfica y, finalmente, frontera socioeconómica, con desniveles de renta per cápita que son varias veces la del Río Grande. Y la UE (o la misma OTAN) no sabe o no quiere estabilizar esa frontera. Detrás de la cual está el Sahel yihadista. Y detrás el África subsahariana, con una demografía explosiva que puede llegar a los 4.000 millones de habitantes para finales de siglo, casi como Asia. Debemos aprender a mirar al sur mucho mas de lo que lo hacemos. Ahí hay enormes oportunidades, pero también enormes riesgos.
P. Usted otorga un valor extraordinario y de futuro a la demografía, ¿no es este un factor crítico negativo para España?
R. La demografía es el destino, dicen que dijo Augusto Comte, el fundador de la sociología. Pero, como cambia todos los días y poco a poco, nunca es noticia. Pero los países son población más territorio, poco más. Por ejemplo, Europa ha pasado de ser el 25% de la población del mundo al 7% en poco más de un siglo. Asia es el 60%. En Europa (y en España) hay más abuelos que nietos (lo que, por cierto, está muy bien para los abuelos como yo). Pero o incentivamos la natalidad o importamos población, o las dos cosas. Hay quien piensa que, por comodidad, Europa se está suicidando demográficamente. En España tenemos una vicepresidencia que se titula pomposamente para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. ¿Conoces alguna iniciativa para mejorar la demografía? Ninguno de los partidos se lo ha tomado en serio.
P. Nuestra democracia ya no es “completa” según ‘The Economist’, ¿comparte ese análisis?, ¿está de acuerdo en los peligros que señala para nuestro sistema, como el bloqueo del CGPJ, el secesionismo catalán, el populismo y la polarización?
R. Lo llevaba esperando mucho tiempo, y mi sorpresa es que hemos aguantado entre las democracias plenas muchos años. Pues el deterioro de la calidad democrática de España es indiscutible. Los datos del CIS acreditan la caída desde 2004, y acelerándose. Los ataques a la Justicia, el ninguneo del Parlamento, los gobiernos Frankenstein que no pueden gobernar (lo dijo mi buen amigo Alfredo Pérez Rubalcaba, a quien echamos mucho de menos), el desbordamiento constitucional que denuncian los juristas o las leyes de la mal llamada ‘memoria histórica’ (un oxímoron). Y no hemos perdido más posiciones porque casi todos los países caen. Lo único que no acepto es que hay polarización en la sociedad pues, salvo en Cataluña, tal cosa no existe, y de nuevo basta ver los datos del CIS. Al contrario, tenemos una sociedad centrada y moderada, aunque liderada por políticos polarizados, razón por la cual son rechazados y criticados duramente. Nunca ha estado más baja la valoración de los políticos y de sus instituciones.
P. Los sistemas latinoamericanos que han optado por dirigentes indigenistas, populistas e izquierdistas parecen querer pasar una factura histórica a nuestro país, ¿a qué cree que se debe esta renovada hostilidad de líderes como López Obrador?
R. El rechazo a lo español y a la llamada ‘conquista’ o ‘colonización’ (términos que se usan mal, como hemos demostrado en un libro colectivo que he editado, ‘La disputa del pasado. España, México y la leyenda negra’) forma parte del discurso nacional de América Latina desde las independencias, y es un recurso del que siempre se puede echar mano. Y cuando las cosas van mal, como ahora, es fácil usar España como chivo expiatorio. Se da la circunstancia añadida de que lo mismo pasa al norte del Río Grande, y el movimiento ‘woke‘ que intoxica a los demócratas, pero también los republicanos (recordemos a Trump y su rechazo a lo hispano) encuentran en España un modo de desviar la atención de sus propias responsabilidades históricas. Pasará, y volverá la historia de verdad, de modo que hay que aguantar y esperar. Por lo demás, es un discurso impostado desde las élites del que las sociedades participan poco. La relación con México sigue siendo excelente a pesar de las ‘mañaneras’ de AMLO.
P. Su ensayo se cierra con un “epilogo para españoles”. ¿Sobre qué advertencias debemos centrar los esfuerzos políticos, sociales y económico-culturales en este tiempo histórico?
R. Hay que reconstruir, actualizándolo, el consenso de la transición, que tantos beneficios trajo a España. Un consenso en cuyas raíces había un doble posicionamiento: mirar hacia afuera y mirar hacia adelante. Mirar hacia afuera, olvidando disquisiciones sobre el ser de España, si somos galgos o podencos, o cuántas naciones somos, para europeizarnos y normalizar España. Hoy tenemos que mirar más allá de Europa para globalizarnos, en lugar de provincializarnos, que es a lo que los políticos nos invitan. Y en segundo lugar mirar hacia adelante para resolver los problemas de nuestros hijos y nietos y no las querellas de nuestros abuelos. No para olvidarlas, sino para “echarlas al olvido”, como decía acertadamente Santos Juliá. Una nación, lo sabemos, es un proyecto de vida, y un proyecto es una proyección hacia el futuro. El futuro nos puede unir, pero el pasado es siempre fuente de divisiones. El problema es que no pocos creen que en la división prosperan más. Y es cierto, prosperan ellos, pero no los demás.
P. ¿Cree que España sintoniza con las grandes tendencias occidentales con el actual Gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos —que incorpora al PCE— y la derecha de Vox, si eventualmente alcanzase posiciones gubernamentales?
R. Evidentemente no. En Europa es insólito un Gobierno con presencia de comunistas (prohibidos en muchos países), y no digamos si ese Gobierno es apoyado por separatistas (también prohibidos en muchos países) y por herederos de los terroristas. Se respeta, porque es legal, pero es exótico y se percibe como peligroso y poco seguro. El actual aislamiento de Sánchez tiene que ver con eso. Por el contrario, Vox sí tiene claras contrapartidas en la Unión Europea, en Italia, Francia, Polonia, Hungría, los bálticos, incluso Bélgica y Holanda. Puede no gustarnos, pero es así. Y es menos desestabilizador y ofrece más garantías un Gobierno PP-Vox que el actual. Incluso en algo tan elemental como el respeto de la propiedad privada, sobre la que Podemos o Bildu tienen opiniones singulares.