TONIA ETXARRI-EL CORREO

Apenas se nota que el PP ganó las elecciones en Castilla y León. Fue la fuerza más votada pero, escuchando a Pedro Sánchez, parece que fue el PSOE -que perdió 7 escaños y más de 155.000 votos- quien las hubiera ganado. La habilidad para dar la vuelta a la realidad es un don que maneja este presidente del Gobierno con la astucia de un tahúr. Y el perdedor ha querido acorralar al ganador que, por haber obtenido una victoria ajustada, está haciendo equilibrios sobre el alambre entre sus complejos y sus necesidades. Sánchez lleva dos días enseñando el as que se sacó de la manga. Si el PP le necesita, podría ayudar. Pero sus condiciones para hacerlo (suspender todos los pactos que los populares tienen con Vox y renegar de sus pompas y sus obras) sonaron a estrambote entre los populares. ¿Sánchez ayudando al PP? ¿Mister ‘no’?

No le creen nada. Gobierna con quienes quieren trocear el Estado, además de Bildu. Pero Casado, de momento, le ha comprado el boleto al despreciar a los trece procuradores de Vox con los que rebasa la mayoría absoluta. El líder del PP huye de Vox. Y se ha metido en un laberinto. No tiene miedo a Vox sino a la propaganda de Sánchez y sus terminales, que le van a estigmatizar con el sambenito de los ultras (¿más de lo que han hecho hasta ahora?). Sánchez perdió la centralidad cuando pactó con comunistas e independentistas, y Casado quiere permanecer lo más cerca posible del centro que ahora se ha quedado algo más vaciado desde que buena parte de los votantes de Ciudadanos han hecho mudanza hacia Vox. Pero no puede ir con la soberbia de quien ha ganado por mayoría absoluta porque no es su caso. Con los resultados en la mano, defender un gobierno «fuerte y en solitario» como pretende Fernández Mañueco es un oxímoron. Le faltan diez escaños para tener mayoría absoluta. Por lo tanto, un gobierno en solitario no será fuerte. Pero Casado, presionado por Vox y por Sánchez, se aferra a esa idea mientras Isabel Díaz Ayuso y el alcalde Almeida (¡el portavoz del partido!) ven la conveniencia de pactar con el partido verde. Tienen el patio revuelto.

Con una situación tan complicada el miedo circula en múltiples direcciones: Aznar, tratando de frenar los anhelos de Vox de sustituir al PP, utiliza argumentos manidos por los nacionalistas: el partido de Abascal se quiere cargar las autonomías. El lehendakari Urkullu queriendo rescatar el debate sobre el nuevo estatus en el Parlamento vasco. No vaya a ser que los cambios nos pillen con otro presidente en La Moncloa menos débil que Sánchez. Y el del propio presidente que, a la desesperada, utiliza su último cartucho en la cruzada contra la derecha. Pero el recurso al miedo a la derecha ya no tiene efecto en las urnas. Le ha fallado dos veces en menos de un año: en Madrid y en Castilla y León.