Pedro J. Ramírez-El Español

Al responder ante los medios que le esperaban cuando iba a clausurar Wake Up, Spain!, Félix Bolaños tuvo la ocurrencia de decir que las «condenas al PP por corrupción son un clásico, como programar ‘Ben Hur’ en la televisión por Semana Santa».

La equiparación venía a cuento por la recurrencia. Ese día no sólo se había conocido la tercera sentencia de la trama Gürtel, en la que se declaraba al PP «partícipe a título lucrativo» de los desmanes de su edil ‘El Albondiguilla’ en Boadilla del Monte, sino que acababa de aflorar la trama de las mascarillas del Ayuntamiento de Madrid.

El nuevo escándalo implicaba un súbito cambio del guion, en la medida en que hasta entonces el foco seguía puesto en el caso del hermano de Ayuso, a través de la pugna de las fiscalías española y europea por quedarse con la investigación. Pero en el fondo no se trata sino de variaciones sobre el mismo tema.

De nuevo un político popular y eficiente, al que de entrada cabe achacar al menos una responsabilidad in vigilando; de nuevo un familiar de por medio -esta vez el primo del alcalde-; de nuevo una empresa fantasma sin tradición alguna en el sector trayendo material sanitario de Asia a precio de oro; de nuevo unos pícaros deleznables convertidos en golfos apandadores.

Todos parecen cortados por el mismo patrón: Correa, ‘El Bigotes’, el tal Daniel Alcázar de Priviet Sportive… ahora Luis Medina, retoño de una aristocracia podrida y su socio Alberto Luceño, estafador al cuadrado, pues les engañó a la vez a él y a la administración municipal, con ínfulas del Gekko de ‘Wall Street’.

Son criaturas del mundo de la noche, los estimulantes, las copas, los coches de lujo, los relojes de precios estratosféricos y, por supuesto, el dinero fácil, el pelotazo, el comisioneo en el que un buen contacto puede valer un millón. Todo detestable, pero realmente nauseabundo cuando se comercia con el drama de una pandemia.

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Es el mayor problema que planea ahora, de repente, sobre Feijóo. Casado recordó en su autoelogio fúnebre que, cuando él llegó, el PP había perdido «millones de votos por la corrupción». Ninguna de las personas de la nueva dirección tuvo nada que ver con ello, pero el Congreso de Sevilla aplaudió con ganas al Rajoy del «Luis, sé fuerte».

Si era imposible que el presidente del partido ignorara el funcionamiento de la caja B, cuando hasta su despacho se había reformado con dinero negro, ahora cuesta creer que Ayuso y Almeida se enteraran a posteriori de la intervención de sus familiares en los contratos de los suministros adjudicados a dedo.

El gran beneficiario de la erosión que el PP pueda ir sufriendo en Madrid es Vox

La discrecionalidad que implicaba el procedimiento extraordinario, sin concurso ni mecanismo de evaluación objetiva alguna, obligaba a redoblar la vigilancia para bloquear de raíz cualquier atisbo de tráfico de influencias. Porque el estafado no ha sido el alcalde -qué mal argumento- sino los madrileños. Pero ni en la Comunidad de Madrid, ni en el Ayuntamiento se ejerció ese control y ya veremos qué ocurrió en algunos ministerios y otras autonomías.

Queda un año para que Ayuso y Almeida se sometan al juicio de las urnas. Hoy por hoy es mucho más lo que pesa en su haber que lo que figura en su debe, pero las investigaciones abiertas suponen un factor de incertidumbre con el que nadie contaba hace unos meses.

Y basta examinar la evolución de las encuestas para darse cuenta de que el gran beneficiario de la erosión que el PP pueda ir sufriendo en su principal feudo no va a ser el PSOE ni Más Madrid, sino Vox. Porque en la carrera de cuadrigas de la película evocada por Bolaños hay un carro tirado por cuatro caballos negros, con un auriga sin escrúpulos, que no deja de progresar por el exterior derecho del Coliseo. Hasta el punto de estar convirtiéndose ya en un problema de Estado.

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Los caballos blancos de ‘Ben Hur’ tenían nombre de constelaciones: Antares, Rigel, Altair y Aldebarán. Nunca supimos cómo se llamaban los caballos negros de Mesala. Los de Abascal son fáciles de denominar: Machismo, Xenofobia, Centralismo y Antieuropeismo. Cuatro caballos de Troya en la España constitucional, fruto de los valores de la Transición, en la Unión Europea que avanza hacia el federalismo y en la propia Alianza Atlántica comprometida con la defensa de la democracia liberal.

Para saber el rumbo de la cuadriga de Abascal no hay más que fijarse en el que acaba de definir su amiga, aliada e inspiradora Marine Le Pen tras obtener el 23% de los votos de los franceses y pasar de nuevo a la segunda vuelta en la carrera hacia el Elíseo.

Su receta para disputar la presidencia a Macron incluye la desintegración de facto de la UE, con el Brexit como precedente, la retirada de Francia del Mando Integrado de la Alianza Atlántica, la suspensión de la entrega de armas a Ucrania, el boicot al Eurofighter y demás proyectos militares europeos y nada menos que una «aproximación» entre la OTAN y Rusia «después de la guerra».

¿Qué hay detrás de ese eufemismo sino la condescendencia con la brutalidad de Putin, la disposición a amortizar a beneficio de inventario el «genocidio» que, según la OSCE, está desarrollándose en Ucrania y el impulso de un nuevo orden mundial en el que cada hombre o mujer fuerte que llegue al poder aplique unilateralmente sus designios?

Basta observar la secuencia de la rueda de prensa en la que la rival de Macron presentó esa siniestra hoja de ruta y una joven desplegó de repente una pancarta en forma de corazón con las imágenes enlazadas de Le Pen y Putin. Dos gorilas se abalanzaron sobre ella, la abatieron y la sacaron arrastras por los pies, cual cadáver abandonado en las calles de Bucha. Por unos instantes Paris fue Moscú, donde algo así es lo mejor que le puede pasar a quien protesta.

Sobran los ejemplos de la intolerancia de Abascal y los suyos hacia la prensa que les critica, expresada mediante zafios insultos y descalificaciones ad hominem. Últimamente sus vetos se extienden incluso a aquellos profesionales de medios afines que no escriben a su gusto. Estremece pensar que quienes exhiben esos modales y alianzas -ahí está también Orban, el otro ‘topo’ del Kremlin- pudieran tener alguna vez poder real en España. Y, cuidado, que esa hipótesis ya no es una distopía, sino un riesgo palpable.

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El último sondeo de SocioMétrica -por hablar de una empresa rigurosa en un sector de piratas- adjudicaba a Vox una intención de voto del 19,5%. O sea 4,4 puntos más de los que obtuvo en las generales de noviembre de 2019. Si tal progresión continuara a un ritmo parecido en el año y medio largo que queda de legislatura, podría plantarse en algo cercano a ese 23% de Marine Le Pen.

¿Tanto pesa la extrema derecha en España? No, tanto pesa el descontento cuando, tras los estragos de la pandemia en la economía, han llegado los derivados de la guerra de Ucrania. Con la inflación en el 10% y más de tres millones de parados, las perspectivas de muchos ciudadanos se han ensombrecido hasta el punto de dejarse arrastrar por el populismo antisistema.

Con Feijóo en la Moncloa, Abascal quedaría en ridículo en menos tiempo aún que ‘El Coletas’

Porque el PP también está cargado de razón cuando, sin llegar a utilizar el símil de que ‘Ben Hur’ siempre acude a la cita, alega que cada vez que el PSOE gobierna, termina disparando el gasto público y produciendo graves desequilibrios que pronto se vuelven con mayor virulencia precisamente contra aquellos sectores sociales que más dice proteger. Véase como último ejemplo el disparate de la eliminación del factor de sostenibilidad de las pensiones y su indexación al IPC, con la espiral de precios y salarios que puede generar hasta llevarnos a la estanflación.

Con un Gobierno de izquierdas incapaz de frenar el alza de los precios y una oposición de derechas horadada por los escándalos y constreñida por un loable pudor racionalista, Vox seguirá yendo en tirolina hacia las urnas. En Castilla y León rozó el 18% y en Andalucía no andará muy lejos.

Vox no suma adeptos por lo que ofrece sino por lo que combate. Ocurría lo mismo con Podemos y con el separatismo catalán, pero uno y otro han perdido esa mística destructiva en la medida en que su llegada a un poder con constricciones ha puesto de manifiesto su incapacidad de cambiar nada.

El precedente de lo ocurrido con Pablo Iglesias y sus acólitas, podría dar argumentos para estimular un gobierno de coalición entre el PP y Vox, en el caso de que lo permitan los números. Mi pronóstico es que, en una situación equivalente, con Feijóo en la Moncloa, Abascal quedaría en ridículo en menos tiempo aún que ‘El Coletas’ porque siendo tan oportunista como él, es mucho menos inteligente. Restaría la duda de cual de los actores secundarios jugaría el papel de Yolanda Díaz, reconvertida en la práctica en el ala izquierda del PSOE.

Pero ¿y la perspectiva de otra legislatura lastrada por las disputas estériles entre el pragmatismo uncido a Bruselas y la radicalidad de quienes no hacen sino buscar pretextos para enfrentar a unos españoles con otros? Darle la vuelta a la tortilla, sustituyendo el lastre de Podemos por el de Vox, sólo serviría para avanzar otra zancada más hacia el resurgir de las dos Españas irreconciliables.

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Por eso apoyo la alternativa que osó esbozar el alcalde de Valladolid, Óscar Puente, para que Vox no entrara en el Gobierno de Castilla y León: un pacto de gobernabilidad que permita la investidura del cabeza de lista más votada y le conceda margen de maniobra. Es lo que el PP siempre había planteado a nivel municipal y Feijóo propone aplicar en todos los ámbitos, incluido el Congreso de los Diputados. Si Sánchez saca un escaño más que él, que siga en la Moncloa; si es al revés, que le ceda el paso y le ayude a sucederle.

Desde que se abortara la propuesta de Puente, colocando a Mañueco ante el dilema de suicidarse repitiendo las elecciones innecesariamente adelantadas o sobrevivir tragándose la amarga píldora de Vox, en el PSOE no ha dejado de germinar una cierta mala conciencia. No tanto por lo que pueda ocurrir en Castilla y León, sino pensando en Andalucía, Valencia, los ayuntamientos y finalmente la Moncloa.

Vox es un partido tan constitucional y tan anticonstitucionalista como Podemos. Ya sé que la mitad de mis amigos discrepan de esta equiparación en un sentido y la otra mitad en el otro. Pero eso será lo de menos porque todos los votos tienen igual valor y la incorporación masiva de Vox a las instituciones sería inexorable, a menos que un gran pacto de Estado entre el PSOE y el PP lo impidiera.

Por eso, aunque la de ‘Ben-Hur’ sea más ingeniosa, a mi la cita de Bolaños que me gusta es la que sirve de titular a la entrevista con Fernando Garea que abre hoy EL ESPAÑOL: «Si el PP renuncia a pactar con Vox en toda España, el PSOE ayudaría a la gobernabilidad tras las generales».

Este planteamiento supone un aterrizaje en la realidad tan valioso y un cambio estratégico de tal envergadura respecto a la etapa iniciada bajo el signo del «No es no» sanchista, que Feijóo debería apresurarse en cogerle la palabra.