Cristian Campos-El Español
Las mojigatas. The prudes en inglés. Así se conoce despectivamente a esa rama del feminismo que no compra las teorías del posmodernismo sobre la liberación sexual femenina y la presunta toxicidad del matrimonio y la monogamia.
Que afirma que la naturaleza humana existe y que es la misma que hace decenas de miles de años.
Que cree que hombres y mujeres tienen motivaciones, incentivos, apetitos y deseos diferentes, además de una distinta actitud hacia el sexo y la crianza de los hijos.
Son esas feministas que creen que OnlyFans genera más problemas para las mujeres de los que soluciona
Que opinan que la revolución sexual ha beneficiado las estrategias masculinas de apareamiento y emparejamiento, como también lo han hecho las aplicaciones de ligoteo como Tinder, Ashley Madison o Meetic.
Y que creen, oh sacrilegio, que las mujeres no son un estado mental, ni una percepción, ni un sentimiento, ni mucho menos un capricho de la voluntad, sino una realidad biológica muy concreta en la que no encajan, desde ningún punto de vista, los trans.
Cabe preguntarse por qué tamañas obviedades pasan por mojigatas. Sobre todo a la vista de que muchas de esas mojigatas evitan con cuidado caer en las garras de la única verdadera mojigatería realmente existente hoy. La de la cultura de la cancelación popularizada por la extrema izquierda americana.
Y eso lo entenderá cualquiera que comprenda la diferencia entre decir «sería mejor que la prostitución no existiera» y decir «la prostitución debe prohibirse». Lo primero es una tesis para el debate. Lo segundo, un dogma de fe.
El feminismo mayoritario hoy se inscribe en la segunda categoría. En ese punto donde se cruzan el feminismo queer y las enloquecidas teorías de la interseccionalidad, pura chatarra intelectual marxista pasada por el filtro del indigenismo. Y de ahí que sea tan difícil mantener un debate racional sobre asuntos como el de la prohibición de la pornografía y de la prostitución, o sobre OnlyFans, con el feminismo posmoderno.
Es el tipo de debate racional que la revista conservadora británica Unherd ha logrado organizar entre la escritora Louise Perry (autora del libro The Case Against Sexual Revolution) y la exprostituta y estrella de OnlyFans Aella.
El debate, que pueden leer aquí, es tan brillante por ambas partes que resulta fácil salir de él con la idea de que estás de acuerdo, al menos parcialmente, con ambas posturas (aunque, en mi caso, con más simpatía por la de Louise Perry que por la de Aella).
Un solo ejemplo. El argumento liberal por excelencia en defensa de la prostitución y la pornografía no es el que apela a la libertad personal, sino el que apunta a la forzada sacralización del sexo, incluso entre los ateos.
Muy simplificadamente. ¿Por qué consideramos que el alquiler del cuerpo es más íntimo, más sucio o más humillante que el alquiler de la mente, que es lo que hacemos todos cuando firmamos un contrato laboral? ¿Por qué es intrínsecamente peor el alquiler del cuerpo de una prostituta que el alquiler del cuerpo de un bombero, de un policía, de un guarda forestal o de un soldado, que se juegan la vida en su trabajo?
La respuesta arquetípica es «por herencia del cristianismo». Algo que obvia el hecho de que la prostitución tiene una consideración muy parecida en todas las culturas humanas.
En el debate, Louise Perry desmonta muy elegantemente el argumento liberal con sus propias armas. Es decir, apelando a la realidad. Porque lo que importa no es lo que la gente dice en público, sino lo que hace en privado. Allí donde no hay ideas socialmente correctas o incorrectas y uno no está obligado a fingir sumisión a los consensos de moda.
–La idea de que el sexo es como cualquier otra interacción social, comparable a trabajar en una fábrica o a darse la mano, es lo que yo llamo desencanto sexual. Es esa idea que nace con la revolución sexual y que dice que hay que acabar con todas las normas religiosas y burguesas del pasado. Y no creo que la gente se lo crea de verdad. Porque la gente no se comporta como si el sexo fuera «cualquier otra cosa». Hay personas que viven el poliamor y lo disfrutan. Pero también hay mucha gente que lucha contra los celos y que encuentra muy difícil suprimir esa tendencia instintiva a ver el sexo como algo único y diferente a otro tipo de relaciones. Además, hay un problema secundario con la idea de que el sexo es como cualquier otra cosa. Porque si el sexo no tiene un estatus especial, entonces tampoco debería tenerlo la violación, que todos los códigos legales reconocen como más grave que un simple robo. Instintivamente, sabemos que la violencia sexual tiene consecuencias especialmente graves en sus víctimas.
Louise Perry da un dato interesante. El umbral del disgusto sexual es mucho más bajo en las mujeres que en los hombres. Porque es mucho más fácil para ellas desconectar y sentir rechazo durante una relación sexual consentida que para los hombres. Y de ahí que las mujeres, por término medio, lleguen más fácilmente al orgasmo con su pareja habitual que con un extraño en una relación de una noche. Es lo que se llama la brecha del orgasmo.
Aella responde con su caso personal. Recurrir a la prostitución o a OnlyFans no fue su primera opción, pero sí la mejor de todas las que tenía a su alcance (lo bueno es siempre enemigo de lo mejor).
En cuanto al matrimonio, la monogamia o el deseo sexual masculino, Aella no se hace trampas al solitario para que la realidad encaje en sus prejuicios. Tampoco trata de descargar su responsabilidad personal sobre fantasías como la del heteropatriarcado.
–Es cierto que en el poliamor hay problemas de celos. Pero también la monogamia tiene problemas. Las dos son estructuras que requieren una negociación con tus deseos. Como trabajadora sexual, veo muchos problemas con la monogamia en hombres que recurren a mí por fallos en sus relaciones.
«I am pro people pursuing what they want in their own time, I’m happy that OnlyFans exists.» | @Aella_Girl defends sex work to @Louise_m_perry 👉 https://t.co/n0oL13cK9Y pic.twitter.com/c3Z4M1uLaH
— UnHerd (@unherd) July 29, 2022
Y continúa Aella:
–Si están casados, les pregunto por qué están conmigo. Muchos de ellos están casados con mujeres que no están ya interesadas sexualmente en ellos. Son mujeres que tienen hijos, o que han tenido problemas de salud, o cuyo deseo sexual es cero. Y cuando les pregunto si lo han hablado con ellas, en el 60 o el 70% de los casos me miran con terror: «No quiero arruinar mi vida. Si le hablo de esto, me dejará». Muchos de ellos se han pasado una década sin sexo hasta que se han decidido a recurrir a mí. Tengo la sensación de que muchos han hecho un gran esfuerzo con sus mujeres. A otros les importa todo una mierda. Pero creo que, en muchos casos, la prostitución ha sido lo que ha evitado que acaben divorciándose.
Louise Perry dice otra cosa interesante y que, deduzco, será anatema para el feminismo hegemónico hoy. Dice Perry que el progreso femenino ha sido producto de la evolución tecnológica y material. Es decir, de la píldora, de la invención de la lavadora y del crecimiento económico. No de la lucha política ni de una fantasiosa evolución moral (los seres humanos no «evolucionan» moralmente: nuestra moral es la misma que hace decenas de miles de años, sólo que adaptada a las circunstancias del presente).
Writer and campaigner @Louise_m_perry
“The idea that men and women are the same is an illusion built on technological advances”
Hosts@francisjfoster @KonstantinKisin pic.twitter.com/1CGp43axa2
— TRIGGERnometry (@triggerpod) July 30, 2022
Y ese progreso femenino que nace del progreso económico generado por el capitalismo es lo que, paradójicamente, produce el espejismo de la igualdad. Porque en sociedades rurales o industriales resulta difícil negar que los hombres son físicamente más capaces que las mujeres. Pero en las sociedades de servicios, como lo son mayoritariamente las democracias occidentales, es fácil olvidarse de esa realidad y fingir, por ignorancia o interesadamente, que hombres y mujeres somos iguales.
Es ese progreso material generado por la economía de mercado el que ha permitido, también paradójicamente, que surjan todas esas teorías disparatadas que niegan el dimorfismo sexual o que sostienen que las mujeres son víctima, precisamente, del capitalismo. Porque esas son teorías que sólo pueden ser defendidas con aparente seriedad por las adolescentes más privilegiadas de las sociedades más privilegiadas del capitalismo. Aquellas que no deben luchar por sus necesidades más básicas porque estas están cubiertas por sus familias o por el Estado, y que pueden dedicar por tanto su tiempo a fantasear con estupideces.
Estupideces convertidas en señal de estatus social. El feminismo posmoderno es, así, una homeopatía ideológica para pijas.
La pregunta que surge del debate entre Louise Perry y Aella es muy sencilla. La liberación sexual, ¿ha liberado a las mujeres o las ha encadenado de nuevo, obligándoles a negar su naturaleza y a imitar la sexualidad masculina, condenándolas así a una eterna insatisfacción que sólo puede ser calmada (siempre temporalmente, nunca de forma definitiva) mediante una alucinógena lucha contra molinos heteropatriarcales?
Dice Louise Perry: «Mi tesis es que, aunque haya excepciones a esta regla, una cultura de hiperliberación sexual encaja mejor en la naturaleza masculina que en la femenina en términos de preferencias. La revolución sexual ha animado a las mujeres a imitar la sexualidad masculina. Y eso no es bueno para el bienestar de las mujeres. Porque nos obliga a suprimir nuestros instintos».
¿Están las mujeres frustradas porque la liberación sexual no ha sido completada o porque esta nació muerta desde el principio? La respuesta a esa pregunta es obvia. Pero no hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su momento, aunque sea falsa. Y todavía han de pasar décadas hasta que una nueva generación de feministas descubra por qué el queso de esa trampa para ratones llamada «liberación sexual» es gratis para ellas, como lo es la entrada en los locales nocturnos de moda.