Miquel Giménez-Vozpópuli
  • Mónica García, médica y madre, se ha propuesto ser plusmarquista de los cien metros parlamentarios. Casi nada

Nunca acabaré de entender por qué complicado mecanismo político-mental la representante podemita en la Asamblea madrileña acude cada jueves contumazmente para que la presidenta Ayuso se la meriende en un plis plas. Hay que tener ganas. Es lo que tiene Ayuso, ella acude dispuesta a torear a toda la ganadería de Vitorino y, una vez acabada la faena, va, y además pide el sobrero. Quizá por eso en la reunión que ambas políticas han mantenido una de las cosas que se han dicho es «rebajar” el tono de las intervenciones. Es lógico. Tanto vapuleo dialéctico ha de acabar produciendo alguna contusión en el ánimo de quien la recibe. Pero no parece que ese pacto vaya a tener más duración que la república de Puigdemont porque, a la salida, la médica y madre, que iba al lado de la presidenta, empezó a apretar el paso, adelantó a doña Isabel, rebasola, adelantola, despreciola y huyola como alma que lleva el viento. Dicho en román paladino, fue una maleducada, aunque tuvo la gentileza de no apuntar con el dedito. Lástima, nos hubiera gustado verla haciendo ver que galopaba a lomos de un bravío corcel mientras fingía disparar a su perseguidora. “Pam, pam, no me cogerás, Sheriff Ayuso, te esperaré en El Paso para sorprenderte. Huy, se ma escapao”.

Quizá éste periodo de sesiones nos depare imágenes en las que veamos a la señora García correr precipitadamente delante de Ayuso para llegar primero al lavabo, o adelantándola en rasante para alcanzar antes la máquina de café. Es lo que se denomina el síndrome de las rebajas, consistente en apartar a codazo limpio a los demás para precipitarse encima de un montón de calcetines cual Gólgota textil bajo el epígrafe “Llévese tres pares y pague solo dos”.

Cada persona tiene su manera de entender las relaciones con los demás y eso es mucho más revelador que decir que se es de izquierdas porque te sabes “El origen de la familia, la propiedad privada y el estado” de memoria, que ya son ganas, o porque has hecho una tesis acerca de “Lenin, el empirocriticismo y la jota navarra: diferencias y semejanzas”. Mucho nos tememos que la médica y madre provenga de una cultura personal en la que es más importante llegar que saber a dónde vas y para qué.

Isabel Díaz Ayuso no creo que la veamos jamás corriendo para llegar a ningún lugar, aunque algunos escupe huesos de aceitunas lo hayan dicho con harta malicia y torticera intención. ¿Saben por qué? Porque no le hace puñetera falta. Ella va a su paso, marca los tiempos, sabe que tiene la vida por delante y como tiene presente que el fin no justifica los medios le parece pueril pasar primero o no por una puerta o darse una carrerita de adolescente que se precipita a la salida de un concierto, a ver si le firman un autógrafo. Y ya hemos llegado a la gran diferencia entre ambas políticas, más allá de las ideológicas: la médica y madre tiene que invertir todas sus energías en demostrar que es más inteligente que Ayusomás eficaz que Ayuso, más solidaria que Ayuso, más íntegra que Ayuso. Fracasa, claro. Y, además, así no hay quien tenga tiempo para la política. A la presidenta, en cambio, eso le suda un pie, porque ni se compara con nadie ni lo necesita.

Bien puede intentar Mónica García ganar la carrera, como el inolvidable Pierre Nodoyuna de “Los autos locos”, pero lo tiene mal. Porque Ayuso es mucha Ayuso y no le hace falta correr para pillar al social comunismo. Ya lo lleva pillado de casa.