Referéndum catalán: la cançó de l’enfadós

JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC

  • El problema del referéndum no es que fueran a ganarlo los secesionistas. Ni de lejos sucedería eso. El problema es que sentaría un precedente. Una vez celebrado uno, no habría manera de impedir que en el futuro se celebraran otros… hasta que ganara la independencia

Traducido al castellano, el cuento de nunca acabar. Lo pongo en catalán como homenaje a los pesados que llevaron a Cataluña al borde del abismo, dieron un paso al frente y ahora regresan maltrechos, oliendo a trullo y con la vieja propuesta de un referéndum ‘à la québécoise’. ¡Fíjate qué novedad! Pesaditos, pesaditos. Ese paralelismo con Canadá, insostenible como pronto demostraré, ya lo agitaron. Ya tergiversaron los hechos. Ya esgrimieron su falsedad a modo de parapeto argumental cuando se les recordaba que ningún país del mundo prevé su división. O casi: Lenin adoptó en 1917 el principio de autodeterminación de los pueblos, pero pensaba en los pueblos de otras naciones. Las repúblicas soviéticas fueron objeto de insensatas modificaciones territoriales de muy perniciosas consecuencias. Las que de entrada hicieron uso del principio fueron pronto devueltas al redil en diversas guerras que no vienen al caso.

Como ha recordado Rosa Díez, el problema de Quebec no habría existido de haber tenido Canadá en su norma suprema un artículo como el segundo de la Constitución Española, que es lo habitual. Es importante que los españoles sepan lo que pasó en Canadá, pues el peligro de la celebración de un referéndum de independencia en Cataluña es real por varias razones:

Gobierna Pedro Sánchez. Este busca reeditar la fórmula maragaliana del tripartito, un gobierno de socialistas, extrema izquierda y separatistas, y no solo en Cataluña. El PSC acaricia el modelo del Quebec desde hace muchos años. Sánchez tiene que darle algo a ERC antes de que los muy incautos sospechen que el presidente está mareando la perdiz. Sánchez creía que ERC se iba a contentar con los indultos concedidos, más la abolición del delito de sedición, o al menos algo parecido a esa ‘amnistía’ que los independentistas pretenden para librar a los cuarenta segundones de juicios y de previsibles condenas. También ha metido en su saco de Papá Noel el ensanchamiento de las competencias de los Mossos solapándolas con las de la Guardia Civil, el incremento del número de Mossos mientras la Benemérita y la Policía Nacional se congelan, el desmantelamiento de los grupos del CNI que vigilaban ‘in situ’ los planes secesionistas. Pero el PSC, a quien extrañamente se sigue incluyendo entre los partidos constitucionalistas, baraja desde antiguo el referéndum tipo Quebec, que satisfaría del todo a los de Junqueras. El problema del referéndum no es que fueran a ganarlo los secesionistas. Ni de lejos sucedería eso. El problema es que sentaría un precedente. Una vez celebrado uno, no habría manera de impedir que en el futuro se celebraran otros… hasta que ganara la independencia. A partir de ese punto ya no se celebrarían más. Dada la modalidad de referéndum que buscan el PSC y ERC, es forzoso volver la vista hacia Canadá, a ver qué tiene aquello que tanto les fascina.

Conste que lo que tiene es ajeno por completo al marco español. Resumamos la historia: en los años sesenta surge una formación nacionalista, el Partido Quebequés. En 1970, el Frente de Liberación de Quebec asesina al ministro Pierre Laporte. En 1980 los secesionistas logran que se celebre un referéndum. En realidad se trata de un chantaje a lo Artur Mas: lo que buscaban era un trato preferencial. El 60% se pronunció en contra de una especie de soberanía compartida. En 1991 aparece en escena un partido socialdemócrata y secesionista, el Bloque Quebequés. En 1995 el Partido Quebequés, en el poder, organiza otro referéndum (puesto que se trata de repartir cartas una y otra vez hasta que salga una escalera de color). Por los pelos pierden los secesionistas de nuevo. He aquí la pregunta que se les había planteado, trucada, descabellada, abstrusa: «¿Está usted de acuerdo en que Quebec devenga soberano después de haber ofrecido formalmente a Canadá una nueva asociación económica y política dentro del ámbito del proyecto de ley sobre el futuro de Quebec y del acuerdo firmado el 12 de junio de 1995?» Sí, estaba formulada para que no se entendiera y para decantar la respuesta hacia el ‘sí’. Solo le faltaba añadir dos palabras justo después del primer interrogante: ¿Verdad que…?

Entonces el Gobierno de Canadá pide un dictamen al Tribunal Supremo, en su condición, que también tiene, de Tribunal Constitucional. De ese dictamen sale en 2000 la Ley de Claridad, modelo de nuestros nacionalistas antes y ahora, y del PSC ahora y siempre. De tal modelo les van a contar solo esta parte: en virtud del ‘principio democrático’ que había invocado el Supremo, Quebec puede alcanzar la secesión cumpliendo una serie de condiciones. Pero son muy estrictas: el porcentaje de síes a exigir lo establecerá el Parlamento canadiense, y solo se podrá preguntar por la secesión, sin más. Hay otra parte que no le contarán, pero es crucial: la divisibilidad de Canadá solo se admite en la medida en que se admita también la divisibilidad del territorio independizado (allí ‘provincia’). Y aquí es donde se entiende algo en lo que habrá que hacer hincapié incansablemente: si siguiéramos el modelo canadiense (que no se puede seguir dado el artículo segundo de nuestra Constitución, pero aceptemos la hipótesis por un momento), Tabarnia dejaría de ser una broma que gastamos un grupo de amigos para convertirse en un tema muy serio: la Cataluña independiente debería celebrar un referéndum ‘tabarnés’. Barcelona entera, entre otros territorios catalanes, regresaría a España. No se olviden de recordárselo a la tropa que se está preparando ahora mismo para venderles una Ley de Claridad española basada en la canadiense.