Se llamaba Ander Landaburu Illarramendi y estaba a punto de cumplir 78 años en un tiempo en que los veranos hacen estragos llevándose a la gente que queremos de dos en dos. El verano del 21 se cobró las vidas de Mikel Azurmendi y Joseba Arregi. Este que acaba de terminar, las de Patxo Unzueta y Ander Landaburu.
A todos ellos les debo algo fundamental. A Ander, la llamada del oficio. Yo tuve noticia de él a mediados de los 70, en un regreso de mis navegaciones, cuando leí que la revista ‘Cambio 16’ había sido secuestrada por un artículo de Landaburu. Pasó más veces y yo supe entonces que quería ser periodista, como Ander, que había incorporado como propia la máxima más hermosa del periodismo decente: ante todo, no rendirse. El oficio que ejercía Ander Landáburu despreciaba la censura. Él escribía siempre como si fuera libre, aun en el franquismo.
Lo conocí personalmente en mayo de 1982 cuando él era delegado de ‘Cambio 16’ en Euskadi y yo escribía mis primeras columnas en ‘Tribuna Vasca’, un periódico de vida efímera que el PSOE editó en Bilbao. Él vino a la redacción a conocerme, curiosidad, supongo, y allí nació una amistad que duró muchos años. Cuando aquel periódico bajó la persiana, me llamó para ofrecerme una mesa, una silla, un teléfono, los periódicos del día y una máquina de escribir: “ya te iremos colocando cosas, no te preocupes”. Aquella llamada generó en mí una gratitud que no ha prescrito. Siempre he dicho desde entonces que Ander Landáburu se comportó conmigo extraordinariamente bien sin tener necesidad y aquí creo que se resumen dos virtudes esenciales suyas: era un buen tipo y era generoso.
La censura franquista no fue la única que ignoró. En 1983 publicó un reportaje sobre el cobro del impuesto revolucionario en los bares del País Vasco y pasó a ser objetivo de ETA y su entorno. El resultado fue, una vez más, el exilio, como corresponsal de Cambio 16 en México durante los siguientes ocho años.
Al igual que sus seis hermanos, había nacido en París, en durante el exilio de su padre, Xabier Landáburu, vicelehendakari del Gobierno vasco con José Antonio Aguirre.
Él siempre tuvo claras las ideas sobre el terrorismo. Dejó constancia muy recientemente con su participación en la película ‘Traidores’, de Jon Viar. Lamento que empezara a distanciarse de mi evolución política y mi ajuste de cuentas con la superioridad moral que siempre se han atribuido la izquierda y el nacionalismo.
Es lo que siempre pasa con el nacionalismo y la izquierda. Han roto incluso familias, no digamos amistades. Di cuenta de ello en ‘Lágrimas socialdemócratas’, libro en el que ajusté cuentas con la izquierda en 2011 y en el que el duelo por los afectos perdidos tenía su peso mayor en el de Ander Landáburu, asunto que solo llegué a comprender cabalmente el pasado sábado, cuando nuestra común amiga, Chelo Aparicio, me llamó para darme la noticia de su muerte. Yo siempre había vivido tu distancia, querido Ander, como algo pasajero, pensaba que un día nos encontraríamos y tú romperías el fuego con aquel característico: “¿Qué hay, hermano?” y recordaríamos aquellas comidas semanales con Juan Ignacio Intxaurraga y Josu Bilbao y todo volvería a ser como antes. Ya no podrá ser y es ahora cuando tu pérdida se me hace más patente. La vida, querido Ander, qué putada.