‘Ecoloclastas’

IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La moda ‘woke’ de atacar el arte va a acabar convirtiendo a los visitantes de los museos en sospechosos habituales

Esta nueva modita ‘woke’ de atacar lienzos célebres para llamar la atención sobre el calentamiento terrestre la vamos a terminar pagando los visitantes de los museos. Después de los ecologistas vendrán los animalistas, los anticolonialistas, los veganos y cualquier grupo que invoque derechos o reclamaciones en nombre del pensamiento políticamente correcto. Salvando todas las distancias que se quieran –y no es pequeña la que media entre el terrorismo asesino y el activismo gamberro–, los amantes de la pintura tendrán que conformarse con verla de lejos después de un registro similar al que desde hace tiempo convirtió en una humillante experiencia cualquier rutinario viaje aéreo. Nos acostumbraremos a pasar por sospechosos habituales sin más pecado que la pretensión de emocionarnos ante una obra de arte convertida por niñatos descerebrados en objetivo potencial de sabotaje. Hasta ahora este tipo de ataques eran consecuencia esporádica de ciertos trastornos mentales pero la cultura de la queja y del victimismo va a extender el afán de notoriedad de estas ‘performances’ con un efecto mimético inevitable.

Ayer, en los Torozos vallisoletanos, José Luis Garci plantó un ciprés simbólico en el jardín romántico de la fundación Godofredo Garabito, rodeado de amigos, vino de Ribera y muchos abrazos. No hay árboles sino molinos eólicos en el gélido horizonte castellano, donde los agricultores cultivan subvenciones a la energía ‘verde’ de los artefactos gigantes sembrados en medio del páramo. Dinero cómodo y rápido para fertilizar la aspereza del secano y suavizar el rigor del trabajo al aire libre en los duros parajes de la Tierra de Campos, ese territorio que nunca pisarán los urbanitas que dicen combatir contra el cambio climático retratándose en redes sociales mientras estropean un cuadro. Curiosa lucha medioambiental la de estos ‘tiktokers’ que usan a Goya, a Vermeer o a Van Gogh como reclamo publicitario de sus asaltos urdidos bajo la confortable caricia del aire acondicionado.

Por supuesto, y al igual que las protestas contra la religión dejan fuera de su alcance los lugares de culto musulmanes, no veremos funciones de esta clase en el Museo Nacional de Pekín o en el Hermitage, cuyos guardianes carecen de la contemplativa amabilidad que gastan sus colegas occidentales. En sitios donde las autoridades castigan con cárcel a los autores de bromas semejantes. Estos ‘ecoloclastas’ de salón sólo tienen cabida en el marco democrático europeo, en el seno de opiniones públicas proclives a la autoflagelación y el remordimiento. Pero si el vandalismo patrimonial prosigue llegará un momento en que los prejuicios caerán por su propio peso. Y muchos ciudadanos se atreverán a decir en voz alta que las Meninas no tienen repuesto y que ya basta de juegos. Que es hora de que el incivismo antisistema camuflado bajo causas nobles pague su precio.