TONIA ETXARRI-EL CORREO

Irene Montero, de nuevo, dio ayer la nota en el Congreso de los Diputados. Tan sensibilizada cuando se le descalifica a ella (como hizo Vox con su insulto machista) y tan incómoda con la contestación que está generando su ley del ‘sólo sí es sí’, que ha beneficiado ya a cuarenta violadores con rebajas de penas y otros diez excarcelados. Por eso, su victimización después del insulto de la pasada semana no ha aguantado el paso del tiempo. Su ley sigue dando qué hablar, a medida que los jueces la van aplicando. Los hechos la delatan, muchos tribunales la contrarían. Enrocada en su impericia, buscó ayer la polarización máxima en el hemiciclo. Que es lo que le va. Sus exabruptos contra el PP diciendo que promueven la «cultura de la violación» los traía estudiados de casa. No fueron fruto de un ‘calentón’. No. Esta ministra considera que todo el discrepante es «fascista». Jueces, incluidos, claro está, además de ser machistas. Y no digamos ya el Tribunal Supremo, que se ha atrevido a decir que estudiará cada recurso, caso a caso, en lugar de unificar criterios y sentar jurisprudencia, como esperaba el presidente del Gobierno.

No es casualidad que el ministerio de Igualdad haya dedicado, en su campaña institucional costeada con más de un millón de euros del erario público, a señalar a periodistas que no son dóciles con el poder. Esa estrategia de intimidación es lo más parecido a la violencia verbal que ella denuncia, obviando que fue Podemos quien dio rienda suelta a esta noria infernal cuando empezó a hablar de «politizar el dolor», «normalizar el insulto», y llamar «jarabe democrático» a los ‘escraches’. La acusación de la ministra Montero contra el PP no tiene un pase. Ese insulto pone en el disparadero del odio al partido de Feijóo por acusarle de estar fomentando la violación porque ¿quién no odia a los violadores? ¿Y a sus consentidores?

Tan grave fue la tangana que ella sola organizó al provocar la protesta sonora del PP, que la presidenta del Congreso le pidió contención. Dijo que sus palabras no habían sido adecuadas. Claro que no la expulsó, como le había ocurrido el día anterior a la diputada de Vox que llamó «filoetarras» a los de EH Bildu. Las peticiones de dimisión de la ministra se van acumulando. No sólo de la oposición. Se ha enfrentado a mujeres del PSOE. Feministas de nueva generación le tienen ganas desde que puso en solfa la ‘ley trans’. Ayer sus compañeros de IU y los comunes no la secundaron. La bancada socialista no le aplaudió. Se ha quedado tan sola como Marlaska. Pero ella tiene el comodín del pacto de coalición sabiendo que Sánchez no la puede cesar porque él no la nombró. Para eso, tendría que reunirse con el ‘boss’ de Podemos, que no es Belarra. Con sus treinta y cinco escaños, los amos. ¿Quién sabe hasta cuándo? Torres más altas han caído. Pablo Iglesias de vicepresidente, sin ir más lejos. Dependerá de lo que aconsejen las encuestas de Tezanos.