Javier Caraballo-El Confidencial
- Solo han pasado cinco años, tan solo cinco años, y todo aquello que nos angustió, porque hubo muchos momentos en los que temimos que pudiera producirse un enfrentamiento violento en las calles, se ha olvidado completamente
Dices que lo sentiste como un latigazo o un escalofrío, otra vez la misma tensión, la misma sensación de que todo puede derrumbarse, de que la democracia española puede acabar estallando. Lo sabes bien porque lo único que no se te ha olvidado, ni se te olvidará jamás de aquellos días, es el miedo que sentiste cuando todo el mundo parecía haberse vuelto loco, con un desafío constante a las instituciones, con la justificación permanente de la ilegalidad. Entiendo bien lo que dices porque, en aquellos días de la revuelta independentista era habitual leer y escuchar cómo se agitaba a la gente, para que saliera a las calles, para que tomara las instituciones, para que forzara al Estado a negociar los términos de la ruptura entre Cataluña y España.
Solo han pasado cinco años, tan solo cinco años, y todo aquello que nos angustió, porque hubo muchos momentos en los que temimos que pudiera producirse un enfrentamiento violento en las calles, se ha olvidado completamente. Ya ves, meros «desórdenes públicos«, dicen; lo sé, como si lo sucedido no hubiera tenido más trascendencia que una manifestación de trabajadores de Astilleros en las que queman contenedores y neumáticos. Ahora, cuando has visto en los periódicos que Esquerra Republicana vuelve a reclamar la convocatoria de un referéndum de independencia, dices que te has restregado los ojos, porque no puedes creer que hayamos vuelto otra vez al punto de partida. Vuelta a empezar con el procés.
Cinco años pasaron desde el inicio el procés, en 2012, hasta la declaración de independencia en el Parlamento catalán, en otoño de 2017. Luego, cinco años de normalización, con las condenas de los cabecillas de la revuelta y la cárcel. ¿Cómo podemos estar otra vez con el discurso del referéndum que le dio comienzo a todo? No quiero ni pensar en esos ciclos de cinco años porque, si te fijas, eso es justo lo que se puede haber planteado el independentismo, otro inquietante periodo de tiempo de cinco años que se cuenta a partir de este déjà vu que te ha torturado: penas redimidas, delitos eliminados y otra vez la exigencia de un referéndum.
Cinco años más, el que le resta a esta legislatura y los cuatro que comenzarán dentro de un año, tras las elecciones generales, en las que, otra vez, los independentistas catalanes esperan ser decisivos en la mayoría parlamentaria del Gobierno de Pedro Sánchez. No quiero ni pensar en que esos sean los cálculos porque en esta ocasión, además, la nueva ofensiva secesionista se iniciará en el momento de mayor descrédito de las instituciones que tienen que enfrentarse a ellos, que tiene que frenarlos, sobre todo el Poder Judicial. Ya no son los independentistas los que insultan y desprecian a la Justicia española, porque ha sido el propio presidente del Gobierno el que los ha acusado de «atropellar la democracia». Era de esperar que, después de decirlo, otros muchos portavoces del Gobierno y de la mayoría socialista intentaran complacer a su jefe con insultos mayores al Tribunal Constitucional, un «búnker» de la derecha, decían algunos, mientras de otros lo comparaban directamente con el golpista Tejero.
«La nueva ofensiva secesionista se iniciará en el momento de mayor descrédito de las instituciones que tienen que enfrentarse a ellos»
No debo extrañarme de tu desconsuelo cuando has oído que esta vez era en el Congreso de los Diputados donde se repetían las mismas expresiones del Parlamento de Cataluña, cuando eran los diputados independentistas los que culpaban a los jueces de no respetar la democracia cuando advertían de la ilegalidad de sus propósitos y anulaban las leyes inconstitucionales que se aprobaban. «Ninguna toga tiene capacidad para limitar que el pueblo pueda autogobernarse. Que tomen nota porque, en nombre del rey, no se puede limitar la democracia», le oí decir a uno de los portavoces de Podemos en la tribuna. ¿No era exactamente eso lo que decían los independentistas cuando convocaron el referéndum y luego declararon la independencia? Sí, claro, era eso mismo y ahora lo dicen en el Gobierno de España.
Ya sabes que en el conflicto de la renovación del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional, que es un asunto complejo y tedioso, no existe un solo culpable, porque todo comienza con una estrategia de bloqueo inexplicable del Partido Popular. Es así, pero no es menos cierto que un incumplimiento, por grave que sea, como es el de los populares, no se puede combatir con una vulneración de la propia Constitución. Y mucho menos, pretender que todo ello justifique los ataques acerados contra los jueces. No parecen ser conscientes del peligro que conlleva esa llamada implícita a la desobediencia de los tribunales, como si las Cortes generales, y quienes las integran, no estuvieran sujetos a ninguna restricción legal por haber ganado sus escaños en unas elecciones.
No hay que pasar muchas páginas de la Constitución para saber, primero, que todos los españoles son iguales ante la ley y que, por ello, «los ciudadanos y los poderes públicos están sujetos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico». Aplicar la ley jamás puede interpretarse como un atropello de la democracia, porque es justo lo contrario.
Dices que en aquellas semanas de alta tensión en Cataluña solo encontraste consuelo cuando el rey Felipe VI se dirigió a los españoles con aquel discurso de reafirmación de la democracia, de la solidez del Estado de derecho, de la persecución de los delincuentes y el imperio de la ley por encima de todos ellos. Lo recuerdas y estás seguro de esta vez no sucederá igual, a pesar de la grave crisis institucional en la que estamos. Es verdad que la Constitución le otorga al rey un papel como de mediador, que bien podría aplicarse a situaciones como la actual.
El rey, dice la Constitución, tiene entre sus atribuciones la de «arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones». ¿Acaso no es este el momento propicio para que Felipe VI reuniera a los representantes de los tres poderes del Estado? Para que desistan de este enfrentamiento, de esta cacería autodestructiva, de esta permanente erosión de la credibilidad de todos ellos. Tampoco yo confío que algo así pueda producirse. Estaremos atentos al discurso de Navidad, a ver si al menos ahí encuentras algo de consuelo ante tanto despropósito, ante tanta incertidumbre.