Eduardo Uriarte-Editores

Largo Caballero nunca fue un marxista ortodoxo al que los soviéticos pudieran aplicar con propiedad lo de “el Lenin español” cuando presidía el Consejo de ministros en plena guerra civil. Que no lo era, sino más bien un sindicalista revolucionario que tanto le daba colaborar con la dictadura de Primo de Rivera como dirigir la revolución de Asturias contra la República, lo prueba que fueron los mismos soviéticos los que animaron a sus compañeros a defenestrarle.

Pero la historia tiende a superarse a sí misma, aunque sea como farsa, y hoy tenemos en la figura de Sánchez al Chávez español, al maestro del decisionismo activista, empeñado en sacarnos del franquismo cuarenta y ocho años después y embarcarnos en las procelosas aguas de la destrucción de la convivencia imitando el cercano modelo de sedición institucional ejecutado por el nacionalismo catalán en 2017. España no necesitaba a Pablo Iglesias para promover la revolución bolivariana, con Sánchez íbamos sobrados.

Indalecio Prieto, desde el exilio mejicano, tuvo el valor de escribir una serie de autocríticas y sugerir reformular el proyecto de su partido. Eso sí, amenazó con darse de baja de él si se les ocurría a los socialistas vascos apoyar el derecho de autodeterminación para Euskadi. Un caso excepcional en el seno de un partido de floja reflexión política -y menos principios-, presa fácil de otros idearios o modas políticas que le arrastran al carecer de consistente ideario propio (Felipe González lo camuflaba apelando al pragmatismo y a los colores de los gatos).

No se trata hoy, ya, solamente, de que Sánchez se vea chantajeado por el secesionismo catalán o el populismo de Podemos para mantenerse en el poder. Hoy Sánchez comparte y lidera la ideología antisistema de ambos, ideología adecuada para erigirle en dictador saciando así su personalidad y sus poses autoritarias manifestadas con cierta asiduidad -la última, dejando a atrás al rey en la inauguración del AVE a Murcia-. El actual embate, sin precedente en esta democracia, contra el Poder Judicial y el Constitucional es el testimonio de que ya vivimos bajo ese proyecto autocrático. Aprovecha el problema catalán para transformarse en caudillo, aunque el precio sea pagarlo con la secesión de Cataluña.

Es tan burdo, brutal y arbitrario el procedimiento para la modificación del precepto constitucional sobre el nombramiento de los magistrados y las leyes orgánicas que lo desarrollan que el estupor no permite comprender cómo juristas e intelectuales progres se acogen al boicot realizado por la derecha en los nombramientos de magistrados y vocales para escamotear, e incluso comprender, la necesidad de un golpe constitucional. Es difícil de asumir que sea el odio bolivariano a la derecha lo que nuble el criterio de juristas e ideólogos sensatos en el pasado que se movilizan ante la llamada a rebato de los apparatchiki del partido para propagar la justificación del golpe de mano anticonstitucional. ¿Acaso no era ya suficiente ver la naturaleza iliberal y poco democrática del sanchismo tras seis decisiones de su Gobierno declaradas inconstitucionales, que multiplique por cuatro, en tres años, los decretos ley  que Rajoy hizo en ocho, que evite los filtros de legalidad, el Consejo de Estado, el Supremo, incluso el informe de los letrados de las Cortes, para llevar adelante con una prepotencia desaconsejable, leyes, no sólo agresivas, sino disparatadas, como la llamada del “sólo si es si”, o desprestigie el comportamiento del Judicial no sólo indultando a los reos por sedición, sino promoviendo, además, toda una serie de reformas legales de autor dirigida a su privilegio…, no era ya todo eso suficiente para abandonar el Sanchismo? El actual golpe tenía todos los precedentes para que cualquier intelectual no fanatizado no se pusiera a defenderlo ni siquiera de soslayo.

Desgraciadamente esto no va quedar así. El daño a nuestra convivencia está hecho. Las acusaciones de complot a la derecha, a los medios de comunicación y a la derecha judicial desde el Gobierno y el propio presidente, son de una trascendencia cualitativa fatal para el sistema. Si ganara la derecha las próximas elecciones legislativas con la holgura suficiente debiera plantearse la modificación constitucional, puesto que ha quedado tras los atentados padecidos herida de muerte. Debiera pensarse en un modelo de Estado más fuerte, una partitocracia mucho menos poderosa e influyente, y una sociedad incentivada a la participación política. Para ello, probablemente, el sistema federal y de democracia militante de Alemania no es un modelo despreciable. Apreciando, además, que el primer partido con el que negociar las reformas debiera ser lo que quede del PSOE.

Hay que superar esta esperpéntica época que en tres años se ha cargado los cuarenta y cinco anteriores de convivencia política.