El misterio de los perroflautas

JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC

  • El experroflauta habita remuneradamente alguno de esos prescindibles observatorios, centros dizque culturales y chiringos varios con que la Administración ‘woke’ suplanta a la sociedad civil y protege a los suyos bajo un techo de subvenciones para cuando lleguen los tiempos malos

¿Dónde están? ¿Qué fue de ellos? Tanto cánido y flautín, ¿qué se hicieron? No sacaremos agua clara sin antes distinguir entre dos tipos de evanescencias. Ciertas volatilizaciones responden a una sobrevenida falta de interés en la opinión pública; por ejemplo, la miseria energética, que mereció tertulias, portadas, debates, campañas y lágrimas cuando la factura de la luz era mucho más baja que hoy. Una vez exprimida políticamente esa forma de pobreza, llegados al poder sus más hábiles explotadores, a nadie le importa un carajo el tema. Otras ausencias inadvertidas, otros eclipses se deben simplemente a que el fenómeno deja de existir. Así los progres y los perroflautas, grupos de facilísima identificación antaño. Los primeros se distinguían en cuanto abrían la boca; los segundos estaban a la vista en cualquier ciudad que se preciase, no dudabas un segundo al registrar mentalmente a un ejemplar: he ahí otro perroflauta. El perroflauta platónico era diáfano, incluso desprovisto de animal e instrumento. Era una actitud, era un callarse, un aquí me las den todas, un dame pan y dime tonto, y acaso una dudosa estética que permitía extender la categoría a personajes que se habían librado del harapo. Vimos perroflautas de libro entrar en el Congreso de los Diputados en enero de 2016, sin sus accesorios y aun así inconfundibles.

La desaparición del progre es quizá más sorprendente; tan quedo se ha ido que no son pocos los despistados de la derechona que aún braman ocasionalmente contra ellos. En Estados Unidos se diría que siguen existiendo. En una broma de la historia y de la lengua, allí los llamaban ‘liberals’, que ya tiene miga. Más allá del simpático desconocimiento de la lengua inglesa que exhiben a diario los traductores de las series de ‘streaming’ -empeñados en colarnos ‘liberal’ desde su contrario (‘liberal’) el caso es que de esos progres sí se sigue hablando, y uno no sabe si es porque solo conservan su existencia en Estados Unidos, porque allí no se enteran de nada, o porque ahora ‘liberal’ significa ‘woke’. Pero el ‘progre’ y el ‘woke’ poco tienen que ver. Se corresponden con épocas que parecen cercanas pero que responden a circunstancias muy diferentes. Lo ‘woke’ es la izquierda de ahora; lo ‘progre’ murió cuando principiaba la explosión de complejidad, provocada por las tecnologías de la información y la comunicación, sin asimilar el escenario y aferrado a modelos lineales.

Bien, pero, ¿qué hay de los perroflautas? ¿Cómo se explica el misterio de su desaparición? Hemos dejado de verlos por las esquinas y no los hemos echado en falta. Hasta hoy, que de repente los he añorado. Eran tan silentes y pacíficos… Su presencia solo molestaba a los españoles de alma suiza -que no abundan, pero haberlos haylos- siempre exagerando con ese concepto de pulcritud que tanta suciedad moral esconde. El perroflauta sugería que uno siempre puede desconectar de todo, tenía un hippie dormido en el alma, aunque carecía de fuerzas y de ganas para sonreírte y regalarte una flor. Hasta agarrar una guitarra le parecía un esfuerzo innecesario. El perroflauta era un fue, y un será, y un es cansado. Inspiró de algún modo inescrutable a cuantos dicen basta, yo me largo. Vive un perroflauta ideal dentro de la neozelandesa Jacinda Ardern. «He dormido bien por primera vez en mucho tiempo». Claro que sí. Estaba demacrada, con lo hermosa que es, y se ha dicho que son cuatro días.

Una vez establecida la sutil e invisible inspiración del perroflauta sobre todos los que figuradamente se echan al margen con una manta, persiste una duda que me quita el sueño, en plan Jacinta. ¿Dónde han ido a parar aquellos jóvenes émulos de Diógenes? Si deseas visitar a alguno de ellos y preguntarle qué ha pasado, ¿dónde debes acudir? Aventuro una respuesta: están todos trabajando (digamos) en las distintas ramificaciones de Podemos, sus escisiones y sus organizaciones formal o informalmente federadas. Es un universo paralelo, plural y variopinto cuyos beneficiados directos (los que cobran) operan más como bandadas de pájaros (coordinadas de acuerdo con la lógica de los sistemas complejos) que como tentáculos de pulpo. El pulpo no es posmoderno; el pulpo está centralizado. Sigo. El experroflauta habita remuneradamente alguno de esos prescindibles observatorios, centros dizque culturales y chiringos varios con que la Administración ‘woke’ suplanta a la sociedad civil y protege a los suyos bajo un techo de subvenciones para cuando lleguen los tiempos malos. Esto es, el gobierno de la derecha. Es el plan de Errejón, o al menos el que Errejón expuso sin disimulo.

No descarto que, con el despliegue legislativo último del sanchismo, una cantidad indeterminada de antiguos perroflautas accedan, tras una interinidad que coincide en el tiempo con la época buena de la extrema izquierda en España, a puestos de alto funcionario sin oposición, sin oficio ni beneficio, sin estudios, sin lecturas, sin esfuerzos y sin abrir la boca. En efecto, el modo más directo de sacar provecho a una militancia es permanecer callado. Si la cúpula del partido -aquí no hay diferencias entre izquierda y derecha- sabe que no eres problemático, flotas de manera natural, como el corcho o el zurullo.

Érase una vez un par de gemelos. El uno creía en el mérito y en el trabajo, se formó y luego montó un pequeño negocio; al no poder con los impuestos ni con la factura de la luz, tuvo que cerrar. El otro se calló, se quedó quieto y se dejó llevar por la corriente, que acabó arrastrándolo a un puesto de funcionario por la puerta de atrás. Moraleja: uf, no me marees.