Andoni Pérez Ayala-El Correo

  • La reorganización territorial del Estado según el diseño propio del modelo federal fue una de sus principales aportaciones

Hace un siglo y medio, el 11 de febrero de 1873, se implantaba por primera vez en España la República, lo que constituía una importante novedad en relación con nuestro pasado y con los países de nuestro entorno en Europa, en la que el predominio de los regímenes monárquicos apenas era objeto de cuestionamiento. Hay aniversarios que no está de más rememorar, aunque solo sea porque forman parte de nuestra accidentada historia y en su día supusieron hitos que marcaron una época. Y además, en nuestro caso, porque algunas de las cuestiones que se plantearon entonces y que tuvo que afrontar la I República siguen teniendo actualidad 150 años después.

Si bien su vida fue efímera -no llegó siquiera al año de duración al finalizar su agitada vida en enero de 1874-, ello no debe hacernos olvidar que en la breve experiencia republicana de 1873 se empezó a abordar una serie de cuestiones que eran claves para la democratización del Estado. Fue en este periodo, que es preciso encuadrar en el marco más amplio del Sexenio Democrático (1868-1874), cuando se abrieron por primera vez en nuestro convulso siglo XIX expectativas reales de modernización de un sistema político que, tras el prolongado periodo isabelino que le precedió, estaba anquilosado y que tras el breve paréntesis democrático -y republicano- del Sexenio prolongó su anquilosamiento en las décadas posteriores de la restauración alfonsina.

Varias causas explican la frustración de esta primera tentativa democrática y republicana. En primer lugar, la fuerte resistencia que, como es lógico, opusieron desde el primer momento los sectores sociales, sólidamente implantados en las estructuras del Estado, que veían amenazada su posición con los cambios que introducía la naciente República. Y, junto a ello, la debilidad de las propias fuerzas republicanas. Porque no hay que olvidar que la I República no llegó como consecuencia de la victoria de un potente movimiento republicano, sino más bien como producto del hundimiento de una Monarquía que no encontró recambio democrático tras su agotamiento durante el periodo isabelino.

En cualquier caso, no sería justo ignorar las aportaciones que, a pesar del fallido intento, han de serle reconocidas a esta primera experiencia republicana, que, en buena medida, son una continuación del proceso de democratización institucional emprendido en el Sexenio. Primero, en el marco de la Monarquía democrática de acuerdo con el diseño constitucional de 1869 y, a continuación, en el de la República y su proyecto constitucional de 1873. Fue en este marco político en el que tuvo lugar el intento más renovador de reconfiguración institucional del sistema político español sobre bases plenamente democráticas, lo que afectaba a todos los poderes del Estado, incluida su propia jefatura.

En este contexto hay un aspecto que merece atención especial: la reorganización territorial del Estado según el diseño propio del modelo federal, lo que constituye una de las señas de identidad de la I República. Por primera vez se abordaba una cuestión que hasta entonces ni siquiera había sido objeto de tratamiento y que ahora tenía plasmación expresa en un proyecto constitucional (julio de 1873). En él se diseñaba un nuevo mapa político de España, estructurada territorialmente en base a relaciones entre sus entidades componentes de carácter federativo. Y llama la atención el sorprendente parecido entre el mapa político federal diseñado por el constituyente de 1873 y el ahora vigente.

Surgían de esta forma nuevas perspectivas sobre un tema, la estructura territorial del Estado, que será recurrente a partir de entonces y que volverá a plantearse cada vez que se abra un periodo de democratización del sistema institucional, como ocurrió en 1931 al elaborarse la Constitución republicana y volvería a ocurrir en 1977-78 con la actual. Siglo y medio después, y a pesar de la fugacidad de esta primera experiencia federal, resulta obligado reconocer al constituyente republicano de 1873 el mérito de haber abierto brecha en una cuestión que, no por inédita hasta entonces, era inexistente y que a día de hoy sigue siendo uno de los principales problemas pendientes al que es preciso seguir dedicando la máxima atención.

No tiene mucho sentido elucubrar, 150 años después, sobre lo que hubiese podido ocurrir si esta inicial tentativa republicana federal no hubiese tenido una frustración tan prematura, antes incluso de poder dar sus primeros pasos. Lo que sí es seguro es que, de haber logrado consolidarse establemente, la evolución de los acontecimientos durante las décadas finales del siglo XIX y primeras del XX hubiese sido muy otra; y que las cuestiones y los problemas a afrontar hubiesen sido, asimismo, muy distintos y probablemente más en sintonía con lo que en estos periodos centraba la atención de las corrientes más progresistas de la época. Como también lo serían hoy, siglo y medio después.