José Alejandro Vara-Vozpópuli
  • El jefe de los asesores del ala oeste de Moncloa se empeña en compensar sus espantosos errores con una suerte de episodios ridículos muy apreciados por monologuistas y cuentachistes

Nadie se va de ‘cerves‘ en Madrid. Se va de cañas, naturalmente, o de birras, botijos, botellines (como Iglesias Garzón) o, en su variante más amplia, de tapas o barras. ¿De ‘cerves’? ¿Qué chorrada es esa? El estreno de Félix Bolaños en la precamapaña madrileña tenía que salir mal. «Unas cerves con», se llama la performance. Un ridículo. La pareja de candidatos tampoco ayuda. Juan Lobato y Reyes Maroto, tienen tanto tirón como las pelis de los Oscar de este año, que han de encajar a martillazos una vomitona de elefante para que alguien les preste atención. A la peli, no a Reyes, aunque con su vocecita de jilguero estreñido apenas trasciende el territorio del silencio.

Bolaños se calzó para esta ocasión cervecera una chupa de cuero negro, outfit algo inadecuado dado su perfil de funcionario gris marengo. Casi como hacerle una foto a Otegi con un libro. Una quincena de animosos voluntarios escuchaba con paciencia a los oradores, que olvidaron mencionar el dato del paro juvenil español, por encima del 40 por ciento en tanto que en la UE apenas supera el 15. «¿Habla en serio o en broma?», se preguntaba alguno de los presentes al escuchar la epístola de Bolaños a los presentes. «¿Hay alguna diferencia? En suma, una sesión de chiste que augura un desastre en las urnas.

Una sucesión de montajes extravagantes que se han convertido en materia prima para monologuistas y memes, fachas y ultras, respectivamente

En su infinita torpeza, el ministro de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática no logra consumar un solo acierto. El problema no son los patinazos, que, como ahora insiste su patrón Sánchez, no es asunto grave dado que «todo el mundo se equivoca». La cuestión estriba en que el capataz de la sala de operaciones de Moncloa apenas da pie con bola. Su vertiginoso declinar arrancó con la mayoría absoluta del PP en Andalucía y ha no ha cesado. Gloriosos son algunos de sus renombrados batacazos. El episodio Pegasus que sigue provocando estruendosas réplicas (plantón de Mohamed VI a Sánchez en su visita a Rabat), la frustrada renovación del CGPJ, la ridícula campaña de ‘humanizar’ al presidente, un imposible metafísico dado que, como todo el mundo sabe, Sánchez es una mercancía imposible de vender. En ese empeño ha bordeado situaciones grotescas, como la petanca de Coslada, el paseo en bici por una calle cortada en Valladolid, el cafelito con la pareja de Parla… una sucesión de montajes extravagantes que se han convertido en materia prima para bromas de monologuistas fachas y diversos señores del puro.

No se aprecia en Bolaños el admirable temple que adornaba a su predecesor, Iván Redondo, convertido ahora en infatigable cacatúa del conde de Godó, grande de España. El actual mayordomo del ala oeste de Sánchez emite ya señales de desequilibrio anímico, de paroxismo mental, de nerviosismo espasmódico. No da una. La última muestra de su desubicada actuación tuvo lugar esta semana en el Hemiciclo cuando, al ser preguntado por una diputada de ERC sobre algo de la memoria histórica (su negociado ministerial) le respondió con una salida de tono que muchos pensaron en la urgente necesidad de recurrir a una camisa de fuerza. «Disculpe el inciso -apuntó a su señoría independentista- hoy no he escuchado una pregunta que le interesa mucho a todos los españoles: ¿por qué no preguntan al PP si el aborto es un derecho?». Los diputados presentes, de todas las bancadas, reaccionaron entre pasmados y catatónicos. Pensaron primero si había introducido algún cambio en su desayuno, para concluir, luego, que loa histeria se ha adueñado del círculo presidencial. ¡Este hombre es el segundo de a bordo del aparato del Ejecutivo!.

La pareja del líder del Podemos tiene ahora el ego hipertrofiado merced a su triunfo con las leyes de aborto y trans, dos victorias que le alivian del atasco de su sí es sí

Zarandeado ahora por la deriva de la ley del sí es sí, otro marrón que ilustra su poco lustroso prontuario, Bolaños abre la sesión de los maitines cotidianos con sus 300 asesores planteando la misma cuestión: «Coño, tenemos que hacer algo». Convencer a Irene Montero para que retire sus fauces de la ley que suelta a violadores parece misión imposible. La pareja del líder del Podemos tiene ahora el ego hipertrofiado merced a su triunfo con las leyes del aborto y trans. También la impensable norma que abraza a abusadores y pederastas le ha otorgado una dosis de protagonismo de la que, hace tan sólo tres meses, carecía.

Lo único que se le ocurre al ministro de la Memoria, por el momento, amén de insistir en sus jaculatorias contra el PP con el aborto, es reestrenar la película del franquismo, con una serie de ingredientes ya harto manoseados como la prohibición de actos en enaltecimiento de la dictadura (¿aún queda algo de eso?) o un nuevo paso hacia la ‘resignificación’ del Valle de los Caídos, el escenario de la nostalgia que le rescató del anonimato y lo parachutó al estrellato con aquel happening colosal con los huesos del Caudillo como inopinados protagonistas.

Arrojar al sanchismo

El improvisado plan de ‘cómo rescatar al sanchismo del preicipio’ incluye un despliegue de giras por las capitales de la UE, cinco periplos con una veintena de escalas (andaba ahora por Austria, Croacia y Eslovenia), para animar tanto su pútrida campaña de mayo como, fundamentalmente, ‘su’ semestre europeo. Se trata de un montaje que Sánchez considera fundamental tanto para afrontar con alguna confianza las elecciones generales de noviembre como para, llegado el caso, utilizar como rampa de lanzamiento de cara a conseguir ese sillón de relevancia global al que aspira ya sin apenas disimulo. Nada es penoso si sólo es una vez. Cicerón. El problema de Bolaños es su insistencia en el error, su obsesivo empeño en no cobrarse un acierto, su desmedida vocación por sumirse con entusiasmo en la ciénaga del ridículo. Ya se ha convertido en un mero ‘pagacerves’.