Algunos hacía tiempo que habíamos dejado de aplaudir y permanecíamos en silencio, ocupados en nuestras cosas. Otros hacían sonar sus cacerolas.
Pero todos estábamos pendientes de saber en qué consistía esa «nueva normalidad» anunciada por Pedro Sánchez y, sobre todo, de que nuestras fronteras interiores pudiesen, por fin, abrirse.
A algunos les iba la vida en ello. Bien para una despedida tardía. O bien para llegar a tiempo de coger la mano del que se iba. Lo que fuera.
La decisión dependía de un comité de expertos (aka Pedro Sánchez) que no existía como tal, pero que a nosotros nos estaba condicionando la vida.
A nosotros.
A Juan Bernardo Fuentes Curbelo, diputado del PSOE, también llamado Tito Berni, no. Tampoco a sus amigos (diputados del PSOE como él) o a empresarios en busca de favores.
Las restricciones no iban con ellos. Ni las sanitarias, ni las políticas. Noches de cocaína, alcohol y prostitutas en los tiempos de la mascarilla obligatoria, del miedo al contagio y de la circulación restringida por el territorio nacional.
Pero si para ellos no valían las normas del Ministerio de Sanidad, mucho menos las del resto de Ministerios (empezando por el de Hacienda) y, menos aún, el Código Penal.
Cohecho, falsedad documental, blanqueo de capitales, tráfico de influencias y grupo criminal organizado. 2.200 páginas de un sumario que parece ser sólo la punta del iceberg de una trama de corrupción que podría haber pasado desapercibida, de no ser por sus ingredientes más chuscos.
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Porque el PSOE vuelve por donde solía. A esos últimos años del felipismo en los que no hubo institución pública que no acabase corrompida. Desde la Cruz Roja hasta el BOE.
Y no es que haya habido un largo paréntesis desde los años 90 en los que el PSOE hiciera propósito de enmienda (los ERE de Andalucía son la prueba más palpable de que no es así). Sino que hay tramas de corrupción (más sofisticadas, quizá) que cuesta comprender y se nos olvidan pronto.
Pero las que tienen ese tinte tan berlanguiano, como la del Tito Berni, esas, las entendemos todos divinamente.
Sin embargo, nos dice Patxi López que nada de caso de corrupción de PSOE. Que suspendieron cautelarmente de militancia a Fuentes Curbelo (no confundir con su hermano, senador en la X Legislatura) y que de lo que hay que hablar es del caso Cuarteles.
Porque sí, en la trama del Tito Berni, como en las de los 90, hay un general de la Guardia Civil. Y eso es lo que para el PSOE debe ser lo verdaderamente relevante.
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Y como en una perfecta carambola de billar francés, a los socialistas le aparecen unos entusiastas aliados que aunque sean los habituales (ERC y EH Bildu, enemigos del Estado), encuentran en poner en la diana a la Benemérita un placer tal que les hace olvidar que quizá sus votantes no entiendan que ayuden a esconder bajo la alfombra una trama de corrupción con elementos tan poco feministas e inclusivos como lo que se sabe de las fiestas del Tito Berni.
Saraos, cenas o lo que fueran, a las que asistieron, que se sepa, otros 15 diputados del partido, cuestión esta (por cierto) que parece no importar al resto de sus compañeros y, menos aún, a las ultrafeministas de Podemos o a las de ERC y EH Bildu.
¿A qué se debe esa falta de interés?
Si algo he aprendido estando y sobre todo observando el modo de actuar de los partidos es que no hay nada más cierto que aquello de que «una mano lava otra mano y ambas lavan la cara».
Y en la negativa a convocar una comisión de investigación parlamentaria para tratar el tema de la trama de corrupción socialista, y girar en cambio el foco hacia la Guardia Civil, ya les digo yo que son muchas las manos y las caras que se quieren lavar a un tiempo.