IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La oportunidad de una nueva Transición se ha perdido. El sanchismo ha instalado al país en un frentismo destructivo

Abuena parte de la generación adulta –iba a escribir ‘mayor’ pero me ha disuadido el Peter Pan que me susurra en la oreja— le sonó bien el discurso de Tamames, sin duda lo más o lo único salvable de la ‘gilimoción’, como la ha llamado Ignacio Varela. Aunque no dijo nada que no se supiera era de agradecer el tono razonado, la defensa de la convivencia, la voluntad de que la fuerza de las ideas prevaleciese sobre el estruendo de las frases hechas. Gustó porque durante un rato volvió a las Cortes el espíritu de la Transición, esa época idealizada desde la nostalgia como paradigma de cordura, generosidad y cierta nobleza. Pero no nos engañemos: al cabo todo eso no fue sino el último vestigio, desvaído y casi arqueológico, de otro tiempo. Y todo lo que sucedió antes y después, la cruda exhibición multilateral de falta de respeto, demagogia, ventajismo, ignorancia y navajeo, nos puso delante la dolorosa evidencia de que el momento político actual ya no es el nuestro.

Tamames, por cierto, no era entonces más que un personaje secundario, un diletante político –esto lo sigue siendo—cuya petulancia intelectual encajaba mal en la disciplina de los poderosos aparatos orgánicos. Verlo ahora como epítome del período constitucional representa una especie de resignación ante el fracaso existencial que supone siempre el retorno al pasado. Con qué poco nos conformamos; la melancolía de aquella lejana experiencia de éxito ha convertido en protagonista a un antiguo actor de reparto que se limitó a reclamar con voz cansada, y sin que nadie le hiciera el menor caso, el fin de este tardío e infecundo guerracivilismo sectario. La realidad era más prosaica, más ramplona: un veterano santón superviviente de una etapa gloriosa mutado por voluntad propia en mascarón de proa de una maniobra parlamentaria bastante estrambótica. La historia repetida como farsa, como impostura, como parodia. Ni siquiera un espejismo; sólo un ilusorio, autocomplaciente trampantojo de la memoria.

Seamos sinceros: la oportunidad de una nueva Transición se ha perdido. Tal vez fue posible después de Zapatero, pero la galbana de Rajoy la mandó al limbo y la implosión del bipartidismo le asestó el golpe definitivo. El consenso sistémico, la base indiscutible de aquel ciclo, es incompatible con la existencia de unos populismos que con su impulso centrífugo desplazan hacia los extremos el eje político. Ése será el legado más pernicioso de Sánchez; sus estragos institucionales pueden ser reconstruidos pero cuando caiga dejará la sociedad instalada en el frentismo, en el resentimiento, en la demonización del adversario, en el instinto destructivo. Tendrán que pasar años para que se den las condiciones de un armisticio que, al modo de la reconciliación nacional del 78, acerque de nuevo a los bandos escindidos. Y mientras nos tendremos que consolar con la evocación paliativa de un mito.