IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Las municipales son un termómetro demoscópico casi perfecto. El que mejor avanza la tendencia política del momento

Esta noche saldrán electos muchos alcaldes y presidentes autonómicos y otros tendrán que esperar al juego de los pactos, de resultado bastante previsible dada la asentada polarización entre bloques o bandos. En las urnas se ventila el reparto de poder de instituciones con gran influencia en la vida de los ciudadanos porque el control de la mayoría de los servicios públicos está notablemente descentralizado. Sin embargo, como es sabido, los dos principales partidos han enfocado la campaña en términos de plebiscito nacional sobre el sanchismo, debate al que se ha sumado con entusiasmo el propio jefe del Ejecutivo en el que acaso pueda ser el mayor de sus errores políticos. Hay coincidencia general entre los analistas en que le convenía desviar el foco de sí mismo y centrarlo en candidatos de su partido mejor valorados o como mínimo menos controvertidos, que a su vez han procurado alejarse en lo posible del líder para evitar que su patente desgaste les devenga en perjuicio. Sólo en Moncloa conocen el motivo de esta estrategia personalista que ha fiado la suerte de los comicios al efecto de un racimo de medidas anunciadas –más que ejecutadas– desde el Consejo de Ministros, y que al acentuar el protagonismo presidencial ha asumido también las consecuencias de escándalos como el de la compraventa de votos o el de las candidaturas de Bildu. El impacto de estos asuntos en la opinión pública sólo lo puede medir el escrutinio pero los socialistas han llegado al día de la votación bajo una atmósfera de indisimulado pesimismo.

Los medios, y quizá los propios contendientes, interpretarán el desenlace bajo el prisma de las pérdidas y ganancias territoriales y se centrarán en ver si la izquierda cede o la derecha conquista determinadas regiones y/o ciudades cuyo carácter simbólico les otorga un significado relevante. Ése es un enfoque objetivo pero fragmentario porque hay cinco autonomías –entre ellas las dos más pobladas– que quedan al margen y esa ausencia provoca una fuerte distorsión en el encuadre. Por tanto, sólo el cómputo del voto municipal global permitirá una visión completa, cabal, del paisaje político español a seis meses de las elecciones generales. Y hay un dato histórico tan cierto como importante al respecto: las urnas locales siempre han proyectado el sentido de las siguientes, a menudo con un diferencial más estrecho. Cuando hay satisfacción, la confirman; cuando hay erosión, la registran; cuando hay pulsión de cambio, la perfilan como un boceto. Son, en definitiva, el termómetro de la temperatura social, el espejo sociológico de cada momento, y suelen avanzar los finales de ciclo y barruntar los vuelcos con mucha más precisión que los sondeos. Ahí está, pues, el indicador al que conviene estar atentos. Es muy probable que algo más tarde de las diez, las cifras del recuento nos digan hoy quién presidirá el próximo Gobierno.