IGNACIO CAMACHO-ABC
- Al identificar el sanchismo como continuación de su proyecto, Zapatero lo aboca involuntariamente a un final idéntico
Se fue Zapatero donde Herrera con cuerpo de jota y su discurso arrebatado, ‘on fire’, confirmó que se ha convertido en un asiduo susurrador de Moncloa. En los círculos capitalinos se le atribuye parte de la iniciativa en el adelanto electoral y en la fecha de la convocatoria. Fuera de micro anunció que ha suspendido su agenda para meterse de hoz y coz en campaña, y a fe que se le notaba el afán de implicarse a fondo en la batalla. Aunque le pudo el ego cuando salió a relucir el final negociado de ETA y se jactó en primera persona de haber acabado con la banda. Tal cual: yo, mi, me, conmigo. Luego ya, como un rasgo de generosidad, se dignó admitir el papel colectivo de policías, jueces, víctimas, instituciones y ciudadanía en la victoria sobre el terrorismo. Pero primero él, su Gobierno, su coraje, su empeño político mal valorado y peor reconocido. Con todo, continúa siendo mucho mejor comunicador que Sánchez. Menos ortopédico y más vehemente a la hora de reivindicarse con recursos emotivos y pasionales. Eso sí, al precio de evocar involuntariamente su propio desastre.
Lo que ni uno ni otro parecen comprender es que ambos componen, juntos o por separado, una eficacísima palanca de movilización del adversario. No existen en este siglo dos personajes a quienes la derecha española considere más antipáticos, y en el caso de ZP ni siquiera los suyos guardan memoria grata de su legado aunque con el tiempo aquella decepción airada de 2011 se haya remansado. Es curioso a este respecto que el movimiento del 15M, que fue una destilación ideológica del ‘zapaterato’, comenzara impugnándolo para terminar en evidente complicidad mutua al cabo de los años. Ayer, el expresidente se deshizo en elogios de Irene Montero, y su defensa del pacto con Bildu y los separatistas demostró que, en efecto, el Frankenstein sanchista es una continuación de su proyecto, una versión 2.0 del modelo de frentismo posmoderno. No es difícil imaginar lo que le habría gustado contar en su tiempo con una muleta como la de Podemos.
Sin embargo, la irritación popular que suscitó en el último tramo de su mandato no alcanza ni de lejos el rango de fobia social que despierta su heredero. A él se lo llevó por delante el ajuste forzado por la crisis financiera e inmobiliaria, mientras a Sánchez lo arrastra una corriente de desconfianza motivada en la falta de empatía personal y en el continuo incumplimiento de su palabra. Pero los dos encarnan la transformación contemporánea de la socialdemocracia en una amalgama de populismos y obsesiones identitarias. Si la irrupción del tándem obedece a una estrategia para restar escaños al PP a base de soliviantar a los votantes de Vox y estimular por reflejo a los de la izquierda, tal vez Feijóo tenga que dar las gracias a las minervas que hayan alumbrado la idea. Porque le están alfombrando el camino a la Presidencia.