Soy todavía más joven que Irene Montero. Por eso nunca releo lo que escribo en el periódico. No han pasado años suficientes como para que el pasado, en el espejo del presente, se convierta en una noticia. Salvo en esta ocasión. Escribo esta columna, Irene, revisando las notas del día en que te conocí: agosto de 2016.
Fue una entrevista intrascendente, de esas de verano. Seguro que ni te acuerdas. Es más, probablemente pensarás si lees esto… «¿quién es este chaval?». El serial se titulaba Cuando los políticos fueron becarios. Me dio el chivatazo Monedero: «Habla con Irene, hazme caso, va a ser el futuro de Podemos». Yo no me lo creía, pero necesitaba una entrevista con alguien en agosto y te llamé.
Estuviste simpatiquísima. Agradable, conversadora. Pensé «qué tía tan simpática». Por eso me sorprendió tanto ver que la Irene ministra había cambiado tanto en tan pocos años. Todo el día enfadada, todo el día a golpes, todo el día con el ceño fruncido.
Me hablaste de tu tesis, que habías tenido que dejar a medias por culpa de la política. De tu estancia suspendida en Harvard. Me hablaste de tu investigación en un colegio donde niños sordos y niños con oído atendían en una misma clase. De tus horas de estudio y tus proyectos. Vi, lo digo de veras, una tía brillante, inteligente, con ganas de comerse el mundo. Siempre me ha parecido clasista, miserable y falso que te insulten llamándote «cajera».
De ahí mi decepción. Qué desastre el ministerio, una chapuza detrás de otra. No encuentro en tu labor, Irene, apenas argumentos para defenderte. Soy de los que piensa que la ley del ‘sí es sí’ es como para refugiarse en el campo una temporada. No por el acoso del fascismo ni cosas parecidas, sino por propio pudor.
Por cierto, aquel día, en la entrevista, no llamaste fascista a una sola persona. ¡Cuánto hemos cambiado! Hoy, imagino, sería imposible que dieras siquiera una entrevista a este periódico. Te pareceremos, supongo, unos peligrosos fascistas.
Pero he venido a defenderte, Irene, a remar junto a ti en esta galera que ya naufraga por el río Aqueronte. Quiero gritar contigo contra la injusticia, como cuando estabas en las juventudes del PCE. Pensarás que voy de broma, que me estoy riendo en tu cara, pero te prometo que no. Pienso dedicar esta columna a defenderte a ti, una de las peores ministras que recuerdo.
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Por una razón ya vieja: Pedro Sánchez se queja de vosotros, sus socios, y os endilga la responsabilidad de la ley del ‘sí es sí’. Yolanda Díaz, cobarde, se esconde tras la esquina y no dice una palabra. Los dos firmaron la ley que salió de tu ministerio. Si alguien debe dejar la política por aquello, es el presidente del Gobierno. Después tendrías que irte tú, Irene. Pero es legítimo que no lo hagas si no lo hace Sánchez.
La segunda razón tiene que ver con Yolanda Díaz. Te ha vetado en las listas de Sumar porque considera que restas votos, que no sumas. Cree que tu nombre, en una papeleta, espanta al ciudadano. Y puede que tenga razón, pero su estrategia, que ahora voy a explicar, es un infame ejercicio de violencia política.
La vicepresidenta del Gobierno no ha dicho una palabra sobre tu gestión en todo este tiempo. Me refiero a una palabra importante. Cuando ha estado a favor, no lo ha dicho demasiado. Y cuando ha estado en contra, ha callado.
La negociación de las listas de Sumar con vosotras esconde su principal necesidad: la infraestructura de Podemos y su pasta. Necesitaba robaros el cuerpo, pero quería dejaros sin alma. Tenéis más diputados que ella, más marca que ella, más todo que ella. Salvo el liderazgo. De ahí que tuvierais que ceder, es cierto. Pero ella también debía ceder. Y no lo ha hecho.
Mi sorpresa tiene que ver con los titulares aparecidos en la inmensa mayoría de medios de comunicación, de derechas y de izquierdas. En todos ellos el enfoque era este: «Podemos lleva la negociación al límite». Pero, ¡cómo es posible! Y luego la información era esta: «Yolanda Díaz ha vetado a Irene Montero y estos han encallado la negociación». ¡Sólo faltaba!
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Desde que empezaron las conversaciones entre Podemos y Sumar, Irene Montero ha sido víctima de una estrategia de acoso mediático. En el búnker de Podemos, esta es la excepción que no confirma la regla. Casi siempre que juegan a este victimismo es mentira. Pero en este caso es una verdad como una catedral.
En todos los enfoques, en casi todas las columnas, en todos los editoriales: Irene Montero era la bruja con la que había que acabar; Yolanda Díaz, la izquierda de guante blanco que acabará con el extremismo.
La dirección de Podemos responde ante su militancia. Irene Montero, pese a todas sus chapuzas, es representante legítima de esta formación. Apartarse a cambio de nada entraña un verdadero ejercicio de generosidad.
Además de esto, lo peor de Yolanda Díaz ha sido la alevosa oscuridad con la que ha purgado a Montero. ¡Por fin se le nota el carné del PCE! No ha dicho una palabra sobre su estrategia, no ha tenido el valor de decir ante una cámara o ante un micrófono lo que tantos pensamos: que Irene Montero ha sido un desastre como ministra.
La sacrosanta unidad de Sumar no es la paz que trae un armisticio, sino la falsa paz que surge cuando uno de los dos bandos acaba con el otro. En el cadáver de Irene Montero está la verdad de Yolanda Díaz.