IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Con una mezcla de aplomo y contundencia, el líder del PP compareció con la seguridad de un presidente a la espera

Hubo sorpresa. Sin las manos atadas por el desigual reglamento del Senado, Núñez Feijóo mostró una pegada dialéctica inesperada y le sacudió a un nervioso Sánchez como un boxeador que llevara una herradura en el guante. El símil pugilístico está muy sobado pero si fuese esgrima (verbal) se podría decir que el presidente salió con el cuerpo cosido a espadazos. Incluso cometió el error –¡¡lo llevaba en el guión!!– de sacar él mismo los asuntos más polémicos de su mandato, desde el lema «que te vote Txapote» a las mentiras o el Falcon. En su empeño por justificarse se autolesionó haciendo visible el marco más favorable para su adversario. Éste, al que se presumía una táctica defensiva porque va ganando, atacó con dureza y se mostró contundente, sereno y aplomado. La mandíbula de Sánchez se apretaba en señal de incomodidad flagrante. Se agarró a Vox como único argumento incluso cuando el antagonista –«yo soy el del PP»– le atizaba sin piedad con la suelta de agresores sexuales y esgrimía la ley del ‘sí es sí’ como un mazo implacable. Más de una vez se le apreció fuera de sus casillas ante la crecida del aspirante, que dejó de parecerlo para erigirse en una especie de gobernante a la espera, convencido de sus posibilidades. Hasta le puso por delante un pacto, escrito y suscrito, para dejar gobernar al candidato más votado. El rival, por supuesto, se negó a firmarlo. El adjetivo «tenebroso» que empleaba para referirse a las alianzas de la derecha se volvía inofensivo cuando Feijóo le recordaba sus alianzas con Esquerra y Bildu. Con ese ataque ya contaba pero no encontró –no lo tiene– el modo de revertirlo.

El líder del PP también encajó lo suyo. Fue ambiguo respecto a Vox, inseguro en materia internacional, farragoso en economía. Pero se fajó con mucha más firmeza de la presentida, utilizó bien la gestualidad, se impuso en las formas y combinó el temple con la ofensiva. El jefe del Gobierno mostró una cara inédita: desasosegado, incómodo, impaciente, a veces impertinente, con risas espasmódicas como mecanismo de defensa. Quizás él tampoco esperaba un contrincante capaz de tratarlo con aire de superioridad y hasta de condescendencia. Nunca llevó la iniciativa. Se equivocó al utilizar la misma estrategia exculpatoria que en las entrevistas televisadas porque lo que consiguió fue ofrecer una impresión de mala conciencia, de debilidad, frente a un oponente que desbordaba confianza. La tropa sanchista tuvo que volcarse en el postdebate, ese aluvión de propaganda que miles de replicantes divulgan tras el cara a cara en las redes sociales. Quién ganó y quién perdió es algo que se verá en la intención de voto de las encuestas de los próximos días. Acaso resulte singular que al cabo de cinco años haya tanta gente indecisa, pero las elecciones las deciden a menudo los ciudadanos menos interesados en los pormenores de la política.