Me remito al artículo que publiqué este sábado en EL ESPAÑOL: Hay una encuestadora que se va a estrellar mañana. La encuestadora era GAD3, pero podría haber sido cualquier otra porque casi ninguna fue capaz de anticipar en toda su amplitud el seísmo que tuvo lugar ayer con epicentro en las urnas españolas. Salvo el CIS de Tezanos, del que no se sabe ya si acierta porque refleja la realidad o porque la genera.
En el artículo dibujaba también un hipotético escenario endemoniado tras las elecciones. En primer lugar, con un PP ganador, pero cuya suma con Vox no llegara a la mayoría absoluta. En segundo lugar, con un Feijóo con menos escaños que los de PSOE y Sumar juntos. Y, en tercer lugar, con un equilibrio de fuerzas en el Congreso que obligara a Pedro Sánchez a sumar a su frankenstein a todas las fuerzas radicales y nacionalistas, incluido el Junts de Carles Puigdemont.
Ese es el escenario exacto que han arrojado las elecciones. Yolanda Díaz será presuntamente más manejable que Pablo Iglesias e Irene Montero, al menos hasta que empiecen a llegar las órdenes de Bruselas. Pero ERC, Junts, EH Bildu y el PNV lo serán bastante menos porque andan enzarzados en una batalla por la hegemonía en sus respectivas comunidades autónomas.
ERC y Junts, en particular, no tienen el menor incentivo para rebajar sus pretensiones tras los excelentes resultados del PSC en la región. Y el PNV, que ha quedado este domingo por detrás de EH Bildu en votos y escaños, ve muy cercano un sorpaso que el PSOE aplaudiría con poco disimulado entusiasmo. El PNV, al tiempo, acabará deseando no haber traicionado a Mariano Rajoy en 2018.
El PP ha ganado las elecciones y a nadie le ha importado un rábano porque las expectativas, alimentadas por sus gurús demoscópicos, eran estratosféricas.
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Pero la misión era, en realidad, imposible para Feijóo. Porque cualquier número de escaños por debajo del mejor de los resultados que arrojaban los mejores sondeos habría sido un fracaso para el PP. Y porque cualquier número de escaños por encima del peor de los resultados que arrojaba el peor de los sondeos habría sido un éxito arrollador para el PSOE.
Al final, el resultado del PSOE ha sido incluso mejor que el de 2019. Un millón de votos y dos escaños más.
El balance ha sido tan positivo para la izquierda que incluso un mal resultado como el de Sumar (31 escaños por los 35 de 2019) ha sido recibido entre los de Yolanda Díaz como si hubiera ganado la presidencia. Si Pablo Iglesias se creyó los sondeos, como nos los creímos todos, su decepción habrá sido enorme. Díaz será vicepresidenta y seguirá al frente de Sumar mientras Sánchez siga al frente del PSOE. Que Pablo Iglesias lo mire por el lado positivo: mientras no haya investidura, Irene Montero seguirá como ministra en funciones. Algo es algo.
La España que sale de estas urnas es mucho más inestable e ingobernable que la de los últimos cuatro años. Pero Sánchez tiene el BOE y la casi totalidad de las instituciones del Estado en sus manos. Incluido el Tribunal Constitucional, clave para que un hipotético referéndum de independencia en Cataluña y el País Vasco en forma de «consulta ciudadana» sea interpretada como compatible con la Constitución.
En circunstancias normales, la ingobernabilidad de este neofrankenstein en manos de los caprichos de un prófugo de la justicia como Puigdemont nos conduciría por el camino más recto a elecciones en enero y a la formación de un nuevo gobierno, si es que eso fuera posible, en abril. Tratándose de Pedro Sánchez, nada puede darse por descartado. Si algo ha demostrado el presidente es que se mueve con comodidad en la incertidumbre cuántica mientras el resto de sus rivales sufren incluso en el mundo clásico, donde a cada causa sigue un efecto y cada efecto tiene una causa originaria. Y la victoria de Sánchez en contra de los sondeos es un ejemplo obvio de fluctuación cuántica.
El PP buscaba ayer justificaciones para su victoria insuficiente, que es el eufemismo más amable posible para «derrota». La mayoría de esas explicaciones giraban en torno a Vox. «El PP no gobernará hasta que no se vuelva a unificar toda la derecha bajo unas solas siglas». «Vox ha movilizado a la izquierda». «Los españoles no han votado a Sánchez, sino en contra de Vox». Otros achacaban el desastre a la pésima campaña electoral que ha hecho el PP y a su dejadez a la hora de imponer el relato más conveniente a sus intereses, que era precisamente el de un Sánchez asociado a EH Bildu, es decir, a ETA.
En cualquier caso, parece obvio que votar a Vox es un lujo que no se puede permitir la derecha que quiere ver a la izquierda fuera de las instituciones. A la vista están los resultados del «sólo queda Vox». Hay lujos, como el de votar en contra de tus intereses, que sólo se puede permitir un rico de izquierdas.
Veremos cómo reaccionan las empresas, los inversores y los profesionales de alto nivel a esta nueva victoria del candidato más perjudicial posible para sus intereses. Quizá Ferrovial no sea a partir de ahora la excepción, sino la norma. Veremos también cómo capea Sánchez los recortes a los que, presuntamente, le obligará la UE.
Algunos decían antes de estas elecciones que Sánchez «debería ganar para que sea él el que afronte las consecuencias de sus políticas». Bien, ahí lo tienen.