Amaia Fano-El Correo

El endiablado escenario de posibles e imposibles acuerdos de investidura que se abre tras las elecciones generales del 23-J no solo pone las cosas complicadas a quienes aspiran a hacerse con la presidencia de España a partir de una victoria pírrica y a todas luces insuficiente o de una derrota exageradamente triunfalista. También los partidos soberanistas, llamados a desencallar la actual situación de bloqueo entre Pedro Sánchez y Núñez Feijóo, deben extremar las precauciones al adentrarse en un terreno resbaladizo, para no dar un patinazo que resulte letal a sus intereses electorales en clave interna.

De ahí el portazo del PNV al líder del PP, negándose siquiera a escuchar lo que tiene que decirles, pese a haber sido el ganador de estos comicios. Una postura que ya fue anticipada por su candidato Aitor Esteban al insistir en que los jeltzales jamás apoyarían ninguna opción de gobierno auspiciada por la ultraderecha o que permitiese la entrada de esta en las instituciones y a la que sin embargo hay quien no se resigna, pues queda la duda razonable de saber qué hubieran hecho los de Ortuzar de haberle dado los números a Feijóo para ser investido y poder gobernar en solitario.

Analizado en clave vasca, una vez hechos los cálculos y aplicado el principio de realidad, resulta lógico que el PNV, a quien sus votantes y militancia tradicional vienen castigando en las urnas y retirándoles su confianza, entre otras razones por exhibir un perfil cada vez más desideologizado y contrario a sus principios fundacionales, no pueda permitirse alentar ni la más mínima sombra de duda sobre su voluntad de llegar a un acuerdo con la derecha española, contaminada por el estigma de Vox, contra la que el electorado vasco se ha movilizado de forma masiva, clara y rotunda. Sería un suicidio político en puertas de unas elecciones autonómicas en las que EH Bildu (a quien los electores han vuelto a premiar por situarse «en el lado correcto de la historia» al hermanarse con la izquierda española) espera su turno para poder darles el ‘sorpasso’ definitivo.

En cuanto a si el PNV apoyará o no la reinvestidura de Sánchez, todo parece indicar que sí, aunque Ortuzar haya querido dejar claro que «no puede esperar que sea gratis» pues «Euskadi tiene agenda propia», en buena medida para diferenciarse de los de Otegi, quienes se han comprometido a apoyarle de forma incondicional, con el único objetivo confeso de ayudarle a frenar al fascismo, aunque ello implique tener que aparcar la agenda vasca soberanista.

Por lo que a Sánchez ya solo le quedaría el escollo de Waterloo. Y ahí el asunto se complica, porque una cosa es elevar la factura en clave autonómica y otra acceder a pagar el constitucionalmente prohibitivo precio de salida que ha fijado el partido de Puigdemont: amnistía y autodeterminación, verbalizando lo que a estas alturas debería de ser una obviedad: que los partidos independentistas se deben a la defensa de la voluntad de sus electores y de los intereses de sus respectivas naciones y no a procurar la estabilidad gubernamental de un Estado al que no desean pertenecer.