IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Con sus poderes cuasi sacramentales de blanqueo, Sánchez ha ungido a Puigdemont como miembro del ‘bloque de progreso’

En su fulgurante trayectoria de normalización de la anomalía, Sánchez ha comenzado a preparar la bienvenida–¡ongietorri!– a Puigdemont como miembro honorable del club ‘progresista’. Su poder de homologación se funda en el conocido concepto de superioridad moral que la izquierda se atribuye a sí misma, y que le concede la facultad omnímoda de otorgar a capricho certificados de convalidación política. En la pasada legislatura, el prófugo era para el jefe del Gobierno un desquiciado orate de ideas derechistas que merecía el compromiso ante la ciudadanía –sin estar tal posibilidad en sus manos— de ponerlo cuanto antes a disposición de la justicia. Ahora, la necesidad de contar con su voto afirmativo en la investidura lo convierte en sujeto pasivo de un cortejo que requiere su blanqueo ideológico como primera premisa. El hombre que intentó imponer en Cataluña un proceso de extranjerización masiva ha pasado en una semana a ser pieza imprescindible de la alianza ‘antifascista’.

Para ello basta con el método sacramental de la imposición de manos. Una práctica de sanación espiritual mediante la cual un sacerdote o un gurú al que sus seguidores presumen cualidades mágicas de liderazgo recibe en la comunidad a un catecúmeno y le perdona sus pecados a través de un rito de ensalmo. Sólo que, en realidad, en esta ocasión es el presidente quien, al concederle el derecho de pertenencia a su bando, se autoabsuelve también por puro instinto pragmático de haberle cerrado antes el paso. De golpe, el estrambótico `Puchimón´ muta en venerable santo laico cuya beatificación civil será promulgada en un indulto si se aviene a suscribir el ansiado pacto. Antes habrá que negociar enviando embajadores a Waterloo –«palomas mensajeras», dice la acólita Laura Borrás con triunfal sarcasmo–, pero la derogación del delito de sedición ya dejó el camino allanado. Quizá pronto asistamos a un obsequioso cambio semántico que transforme al fugitivo en exiliado.

De momento, el sanchismo y sus satélites ya lo han incluido sin mayores requisitos previos en el bloque de progreso, un salto cualitativo negado hasta antier incluso por sus propios colegas del separatismo irredento. También ha desaparecido del lenguaje oficialista el adjetivo «cobarde» con que se venía definiendo el chusco episodio del maletero. El interesado se deja querer sabiéndose objeto de deseo, a la espera de que las circunstancias le permitan incrementar el precio de una factura que piensa cobrar con algo –bastante—más que gestos, sobre todo después de que la haya encarecido el recuento de votos en el extranjero. Debe de sentirse como Julia Roberts en ‘Pretty woman’, cuando Richard Gere ordenaba al dependiente de una tienda lujosa que le hiciera mucho la pelota. No sería raro que hasta su estrafalaria pelambrera acabe poniéndose de moda. Unos años más en Moncloa bien valen unos meses de coba.