IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La relación del PP con Vox requiere un modelo transparente y objetivo que no quede al arbitrio de los barones del partido

A estas alturas caben ya pocas dudas de que la principal razón del gatillazo electoral del PP fueron los pactos con Vox en autonomías y ayuntamientos. Bien por firmarlos demasiado pronto sin saber manejar los tiempos, bien por haber dado la sensación de avergonzarse de ellos, bien por exceso de titubeos, bien por su irregularidad de criterio –asimetría, dirían los socialistas-, y en todo caso por la flagrante ausencia de un planteamiento estratégico. Todos esos errores, más algún otro como aceptar fetiches ideológicos del socio en los programas de gobierno y no reservarse derecho de veto, o al menos de consenso, sobre la designación de consejeros y presidentes de los parlamentos, permitieron a la izquierda poner en marcha su eficaz máquina de propaganda y remontar sus bajas expectativas en el último tramo de campaña, sin que el adversario se diese cuenta de lo que se cocía en las entrañas subterráneas de una opinión pública intensamente polarizada.

Los populares han continuado ahora en Aragón la misma línea de torpeza, aunque en esta ocasión sin la prisa mostrada en otras comunidades. Por lo visto, como ya ha fracasado, o está a punto de hacerlo, el intento de desalojar a Sánchez, la forma y el contenido de los acuerdos han dejado de ser importantes. Si es que alguna vez lo fueron, que no lo parece a tenor de la manera desmañada con que antes se apresuraron a repartirse las competencias territoriales. Tampoco parece que la frustración electoral haya servido de aprendizaje. No es buen augurio que el líder aragonés se haya quedado al margen de la firma del compromiso que lo va a hacer presidente –otro punto débil servido en bandeja al PSOE para que lo aproveche-, ni que Feijóo guarde silencio como si el asunto no le incumbiese mientras el partido se aplica a destacar con exagerado énfasis que la alianza deja intacta la legislación sobre la violencia contra las mujeres.

Siendo obvio el derecho del PP a pactar con quien quiera, sobre todo mientras el sanchismo lo hace con independentistas, delincuentes fugados o convictos y todo extremista que se le ponga a tiro, hay algo que no acaba de cuadrar en la difícil relación con Vox, y no son tanto los remilgos como la falta de liderazgo político. Una cuestión de relevancia crucial como ésta necesita un modelo claro, objetivo, transparente, preciso y sobre todo fijo, cuyo diseño no debe o no puede quedar al arbitrio de los dirigentes regionales del partido. Se trata, como ha quedado demostrado en las urnas, de la clave misma de la posibilidad de alternancia y requiere –en un sentido o en otro, en la cercanía o en la distancia– luces de visión larga. Azul y verde se muerden, dice un refrán sobre las estridencias indumentarias. Pero lo que está en juego no son simples discordancias cromáticas sino la coherencia de un proyecto ideológico capaz de gobernar en una sociedad avanzada.